viernes, 6 de diciembre de 2013

LEVANTATE Y HABLA

El Stand up de la gente común. El género no sólo crece en la cartelera teatral: cada vez hay más alumnos en las escuelas especializadas. Una disciplina que algunos usan como terapia. Para Diego Reinhold, es como “la cancha de paddle” de los ’90. ¿Cualquiera puede ser gracioso?

POR LEANDRO FILOZOF


Ves a un amigo bostezando, mirando el celular. O, ¿por qué no?, ves a tu psicólogo bostezando y mirando el celular. ¿Quién aguanta sentado una hora escuchándote hablar sin poder meter un solo bocado? Pero te subís a un escenario y van más de cien personas no sólo para escucharte durante una hora sino, además, a reírse a carcajadas de tus problemas. Encima, con el boom del stand-up, son cada vez más los que quieren estar arriba de las tablas que los que quieren mirar desde las butacas. “Nunca sé cómo salir y empezar a hablar. Lo primero que digas en el escenario siempre se siente estúpido, porque no tengo una verdadera razón para hablarles”, dijo Louis Szekely, “Louis C.K”, reconocido comediante de stand-up de Estados Unidos.

“En la convocatoria que hicimos, el 50 por ciento fueron ‘estandaperos’. Una plaga (risas). ¡No pensamos que había tantos! –aclara Patricio Orozco, director y productor general del primer Festival del Humor de Buenos Aires–. El stand-up ocupa un rol destacado en la actividad escénica: basta con ver la oferta de espectáculos en calle Corrientes. Este tipo de espectáculos les abre la puerta del teatro a nuevas generaciones de espectadores, y eso es siempre positivo”.

“Cada vez tiene más público que conoce el tema y eso es bueno para la disciplina –asegura Martín Rocco, uno de los íconos del stand-up, con 20 años en la disciplina–. Los monologuistas son cada vez más pero no van a quedar todos: el nivel es cada vez más exigente y eso es bueno”.

–¿Puede tomarse el stand-up como una terapia alternativa?

–Yo no creo que relaje… sí puede ser catártico o ayudar a los tímidos.

Nicolás Biffi tiene tres funciones por semana en Paseo La Plaza y tiene una escuela “con más de 100 personas por mes. Somos tres profesores. Tenemos un teatro, Bambalinas, y un club de comedia”. Las clases cuestan 130 pesos por mes y después de un cuatrimestre, donde se enseña a generar contenido, se realiza un primer show: “Al final del taller nos presentamos en el teatro. Todas las semanas tenemos presentación de alumnos. En los últimos cuatro años empezó a explotar bastante, ahora está re-instalado. Yo participé del primer programa en televisión abierta, en Bendita TV Especial stand-up: nunca en la vida hubiéramos pensado que un canal de aire le iba a dedicar una hora y media a lo que hacemos”. Cuenta Biffi que los cachets de los profesionales rondan los cinco mil pesos la hora, pero que los de los famosos pueden ascender a más de 20 mil. “La mayoría de la gente que se anota en la escuela no es necesariamente para hacer stand-up, sino para hacer amigos, un grupo, para hablar de cosas que le angustian, nosotros vendemos algo que la gente quiere hacer, la gente quiere ser graciosa”.

La escuela del grupo Señales de Humor funciona hace seis años con tres talleres semanales: “El incremento lleva tres años y es exponencial –afirma Gabriel Gómez, uno de sus cuatro integrantes–. La gente lo ve accesible, después se da cuenta de que no. Parte de esa deuda artística que tiene: por ahí no se animó a hacer teatro y esto lo ve más alcanzable y accesible y se dan una oportunidad”. Señales… fue uno de los grupos pioneros a la hora de abrir fronteras para el stand-up con shows por todo el país. En el verano van a estar de gira por el norte, y viajaron a Paraguay y Uruguay: “Es una manera que tienen los que aprenden de entrar en contacto con lo que les pasa; es un género de opinión y cada uno puede decir quién es y ser gracioso con eso. Generalmente, son personas que creen que pueden salir a escena: los cómicos de su grupo de amigos. Como en cualquier taller, hay gente que lo considera terapéutico, pero si después te das cuenta de que no sos bueno, es contraproducente: es tomar envión para tirate del balcón (risas)”.

“Hoy es como la cancha de paddle –dice el actor y comediante Diego Reinhold–. Igual que hay escuelas de comedia musical: es una disciplina súper accesible, liviana en lo que significa su artesanía, y muy universal y muy placentera para ver. Es algo más lúdico que las clases de teatro, menos comprometido, más colorido, uno compromete sus ideas pero no tanto sus emociones”.

“El incremento de comediantes creó al público –dice Martín Pugliese, humorista, actor y guionista–. No diría que es una actividad terapéutica porque sería injusto: es una forma de arte que está bueno, tiene una condición de sinceridad que pone a la persona que se sube a hacerlo en un buen lugar, le genera una satisfacción. No creo que sea fácil: un show de una hora me lleva dos años armarlo, dos años de escribir y probar”.

Para Andrés Ini, que desde el 2011, después de varias temporadas en Paseo La Plaza, realiza su Inipersonal, tampoco es “un trabajo tan sencillo como subirse y hablar. En un primer momento es muy tentadora la sensación del espectador de decir ‘yo también puedo hacerlo’, porque se identifica con lo que cuenta el comediante y eso lo impulsa a decir ‘yo tengo cosas para contar’. Pero no es nada fácil el trabajo si lo querés hacer profesionalmente. Si lo querés hacer como terapia, hay gente que hace yoga, psicólogo, pintura y gente que hace stand-up: cada uno canaliza donde quiere. Para mí, el show es un trabajo que tomo con una seriedad y un compromiso altísimo: soy un workaholic de lo que hago”. 

Leandro Panuzzio tiene 34 años y trabaja en una empresa de emergencias: “Siempre quise estudiar y nunca encontré un espacio, hasta hace un año, que me separé y empecé a buscar para hacer todas las cosas que no hacía antes. Di con los chicos de Señales de Humor por Internet y hace cuatro meses que estoy con ellos”. Dentro de un mes, en diciembre, Leandro va a tener su primera presentación en un escenario: “Creo que va más allá del humor, hay más verdad que juego. Para mí es el último bastión de verdad pura porque podés decir cualquier cosa en un tono humorístico y la gente lo toma bien. Es muy gratificante”. En el monólogo va a hablar de su separación, la depresión y “la vuelta al mercado a los 34 años: es una catarsis personal, acá solamente hablás de vos, de tu percepción de la realidad. Intimida pero está bueno poder hablarlo, exteriorizarlo, hay chicos que van a decir cosas tremendas a nivel personal y está buenísimo que sea desde el humor”.

“Había hecho otras actividades desde lo teatral: improvisación, clown y me gusta mucho el humor, así que decidí probar –aclara Jerónimo Arambasic, director de cine de 23 años–. Mi primer monólogo es de mi relación con mi padre. Tiene su riesgo: la primera vez que hice este tema fue bastante fuerte todo el proceso de subir al escenario y hablar a ese nivel tan personal. Pero creo que hay una liberación en ese proceso. Algo que tiene que ver con la terapia, del espacio catártico, de poder hablar a otro sobre lo personal valiéndote del humor”
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El stand-up por sus artífices

“Es el humor en su mínima expresión: no hay personaje, no hay vestuario, no hay nada. Es el tipo y la comedia. La comedia en estado puro” (Gabriel Gómez, de Señales de humor).

“Acá estoy, soy lo mismo que ustedes y esto es lo que pienso y me pasa” (Martín Rocco).

“Mi trabajo es hacer reír a la gente y hoy es mi día franco” (Andrés Ini).

“Un sacrilegio ser un principiante y no hablar de un colectivo. Uno empieza con las observaciones generales…” (Martín Pugliese).

“El pie prepara la información y el remate es el chiste en sí, donde se rompe la lógica con algo ilógico. Siempre el pie tiene que ir primero y el remate después: los únicos que lo hacen al revés son los futbolistas, que rematan con el pie” (Nicolás Biffi).

Fuente: Revista Veintitrés. 

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