miércoles, 18 de septiembre de 2013

PERIODISMO CALIENTE

Los teóricos neoliberales hablan de imparcialidad en el ejercicio de informar. A través de la historia, los grandes redactores se comprometieron con su tiempo y sociedad.

Por Raquel Roberti.


El Día del Periodista es una de las conmemoraciones menos comerciales de las que se festejan a lo largo del año (la otra es el Día del Trabajador). Y tiene una razón precisa: recordar la fecha en que apareció La Gazeta de Buenos Ayres, el primer periódico de la Argentina como nación. Fundada por Mariano Moreno, La Gazeta no fue, decididamente, un diario neutral: de lectura obligada luego de la misa en los días festivos, tuvo un rol decisivo en la formación de opinión de la sociedad, en momentos en que era necesario lograr una estructura organizativa alejada de la monarquía española. Los postulados que guiaban la publicación eran la libertad de pensamiento y la publicidad de los actos de gobierno. En honor a ese compromiso político y social, asumido por hombres que antepusieron los intereses nacionales a los propios, el Primer Congreso Nacional de Periodistas, que se celebró en Córdoba en 1938, estableció el 7 de junio como día de la profesión. De tal modo, le dieron a la actividad una característica específica: ejercerla sin ese compromiso –y la honestidad de explicitarlo– sería convertirla en algo vacuo.

¿Se puede informar con neutralidad absoluta? “No puede existir la objetividad ni la ecuanimidad. Cada periodista ve las cosas a través del filtro de su sistema moral, ético e ideológico”, afirmó el historiador Paul Preston en su libro Idealistas bajo las balas. En él, analiza el compromiso que asumieron los corresponsales extranjeros en la Guerra Civil Española, a favor de la República, y concluye que “no fue en detrimento de la fidelidad y sinceridad de su quehacer informativo. De hecho, algunos de los más comprometidos redactaron varios de los reportajes de guerra más precisos e imperecederos”.

Entre esos cronistas estuvo Ernest Hemingway. Realizó tres viajes a España para informar los hechos. Convencido de que una rebelión individual estaba destinada al fracaso, escribió desde las líneas republicanas y plasmó sus vivencias en el documental Tierra española, la obra de teatro La quinta columna y la novela Por quién doblan las campanas, considerada una obra maestra de la literatura universal. Narró la épica del pueblo español en el marco histórico de la ofensiva republicana contra Segovia, a fines de mayo de 1937. Recién en 1988 se publicaron treinta de sus crónicas de guerra tal como las escribió; dos inéditas. Los especialistas aseguran que son uno de los mejores ejemplos de la economía de lenguaje, precisión y ritmo narrativos, que lo convirtieron en creador de un género literario precursor del “nuevo periodismo” de los ’70.

Sin pretenderlo, Hemingway fue el impulsor de la carrera periodística de Martha Gellhorn, al contarle que iría a cubrir la Guerra Civil Española como “corresponsal antiguerra”, una definición que le resultó fascinante y la llevó a viajar a Madrid. En la introducción de su libro de crónicas, El rostro de la guerra, recordó el momento en que decidió comenzar a escribir: estalló una bomba muy cerca del hotel donde se hospedaba y “tuve que salir a ver qué pasaba”. Envió una primera crónica a la revista Collier’s, en la que describía los horrores del conflicto y las matanzas de la población civil, pensando en que jamás la publicarían. La contrataron de inmediato. Así inició su carrera, sesenta años de cubrir los conflictos más diversos, manteniendo una fuerte campaña antibélica. Fue la más notable de las corresponsales de guerra, pero jamás dejó de denunciar a quienes inventaban batallas para engrosar sus cuentas bancarias.

Herbert L. Mattheus, corresponsal de The New York Times en esos años –aunque se hizo famoso en 1957, por un reportaje a Fidel Castro en Sierra Maestra–, sostuvo que “todos los que vivimos la Guerra Civil Española nos conmovimos y nos dejamos la piel. Siempre me pareció ver falsedad e hipocresía en quienes afirmaban ser imparciales. Al condenar la parcialidad, se rechazan los únicos factores que realmente importan: la sinceridad, la comprensión y el rigor”.

El español Pascual Serrano, autor de Contra la neutralidad y fundador de la publicación electrónica Rebelión, escribió en Le Monde Diplomatique que “los teóricos neoliberales centran su análisis sobre la información en elementos como la imparcialidad, la objetividad, la independencia, la neutralidad… El ejemplo más claro de que, en términos absolutos, no existe la neutralidad se evidencia desde que se elige lo que es noticia. Ya dijo Ryszard Kapuscinski (N. de R.: periodista polaco, autor de Los cínicos no sirven para este oficio) que no puede ser corresponsal quien ‘cree en la objetividad de la información, cuando el único informe posible siempre resulta personal y provisional’. Algo similar podríamos decir del equilibrio informativo”.

En ese libro, Serrano analiza a periodistas que rechazaron la neutralidad, entre ellos el norteamericano John Reed, quien cubrió la revolución de Pancho Villa, en México, para el Metropolitan Magazine. Reed acompañó a Villa en sus excursiones, convivió con los soldados y luego plasmó sus impresiones en México insurgente. Pero su obra más impactante fue Diez días que estremecieron al mundo: un seguimiento diario del proceso revolucionario ruso, con asistencia a las asambleas y reuniones de las facciones enfrentadas y entrevistas a los principales dirigentes del momento.

El periodista español incluye en un total de cinco nombres a Rodolfo Walsh, asesinado por la última dictadura militar. Trabajaba en las revistas Leoplán y Vea y Lea cuando atendió a un sobreviviente de los fusilamientos de José León Suárez, ordenados por la Revolución Libertadora, Juan Carlos Livraga. Luego de varios encuentros, en los que hablaron por más de seis horas, Walsh escribió un libro, sobre el que dijo: “Esta es la historia que escribo en caliente y de un tirón, para que no me ganen de mano, pero que después se me va arrugando día a día en un bolsillo porque la paseo por todo Buenos Aires y nadie me la quiere publicar y casi ni enterarse”. Finalmente, logró publicarlo por entregas, entre enero y marzo de 1957, en el diario Revolución Nacional. Nueve artículos más en la revista Mayoría abrieron el camino para que se editara Operación Masacre, con el subtítulo “Un proceso que no ha sido clausurado”. El libro es una investigación periodística que combina el género policial con el testimonial, precursora del periodismo narrativo o novela testimonial, cuya creación se atribuyó a Truman Capote por A sangre fría, escrita nueve años más tarde.

En 1959, junto a Jorge Masetti, Rogelio García Lupo y Gabriel García Márquez, Walsh fundó la agencia Prensa Latina, con sede en Cuba, destinada a divulgar las noticias que los medios tradicionales ocultaban. Eran años de la “contrainformación”, en sintonía con la contrainteligencia de las grandes potencias mundiales. En esa agencia, Walsh desencriptó un telegrama de una embajada norteamericana, descubriendo el plan para invadir la isla desde Playa Girón.

En 1968, durante la dictadura de Onganía, fundó el semanario de la CGT de los Argentinos y lo continuó, en forma clandestina, luego de la detención de Raimundo Ongaro y el allanamiento a la sede sindical. En 1976, bajo otro gobierno militar, creó la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA), cuyas gacetillas –que se distribuían de mano en mano– decían: “Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo, oralmente. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información”.

El 24 de marzo de 1977, a un año del derrocamiento del gobierno democrático a mano de los militares, Walsh escribió esa extraordinaria pieza periodística, “Carta abierta a la Junta Militar” –enviaba los primeros ejemplares cuando fue cercado y baleado por militares–, imposible de pensar desde las ideas de “neutralidad” o “independencia”.

En 2010, y a raíz de un documental sobre Jorge Masetti, García Márquez –Premio Nobel en 1982– confesó que en esa agencia había formado “un frente periodístico con Masetti y andábamos investigando cosas por todos lados. Ahí aprendí a agarrar la noticia y que no se me escapara”. Sin embargo, ya había ensayado ese ejercicio: en 1954 cuando publicó, también por entregas, Relato de un náufrago, sobre el naufragio del destructor A.R.C. Caldas, basado en entrevistas con el sobreviviente Luis Alejandro Velasco. En la última crónica, demostraba la mendacidad de la versión oficial, que había atribuido la causa del naufragio a una tormenta. En 1974 fundó la revista Alternativa, un hito en el periodismo de oposición en Colombia. En 1994 creó la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), con el objetivo de estimular nuevas formas de hacer periodismo. A lo largo de los años, mantuvo su amistad con Fidel Castro, una relación que califica de “literaria”, pero que según su entorno obedece a su convencimiento de que el líder cubano se diferenciaba de los caudillos latinoamericanos y de que a través de él la revolución cubana tendría éxito y se extendería a otros países americanos.

Todos ellos fueron periodistas comprometidos, con su tiempo, con sus sociedades, con sus principios. Lejos de levantar la bandera de “independientes” –¿se puede ser independiente de la propia idea?–, dejaron en claro desde qué lugar ejercían su profesión, informando sin faltar a la verdad. Sin duda, son admirables. Lo ideal, y para seguir honrando la razón del Día del Periodista, es que también sean modelos a seguir. 

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Sin tapujos

El periodista español Pascual Serrano sostuvo en un artículo de Le Monde Diplomatique que “el verdadero periodismo es intencional” y que “el compromiso es con principios y valores, no con unas siglas o un determinado órgano de poder”. Lo que se reclama es la transparencia y la honestidad de dejar en claro cuáles son los principios y valores que se defienden. En ese sentido, y para seguir la línea de la nota central, en la Guerra Civil Española también hubo periodistas que se comprometieron con el franquismo. Entre ellos, Juan Ignacio Luca de Tena, quien fue representante personal de Franco ante Mussolini, embajador en Chile del gobierno franquista y fundador del diario ABC, de Sevilla, desde cuyas páginas dejó en claro su posición. Una historia muy similar a la de Luis Bolín, también abiertamente declarado franquista. Más cerca en el tiempo y el espacio, un ejemplo claro es Mariano Grondona, quien jamás ocultó su pensamiento liberal, cercano a la derecha política. Más allá del acuerdo o desacuerdo con su postura, es indudable que a lo largo de los años fue coherente con ese compromiso con sus propios valores y principios.

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Opinión 

Los valores del periodismo en democracia
Por Gabriel Michi
Secretario de FOPEA. 

Hay algunas frases acuñadas por íconos del periodismo que son interesantes de releer: “El periodismo es libre o es una farsa” (Rodolfo Walsh); “La prensa es un servicio público cuya función es reforzar a la democracia” (Tomás Eloy Martínez); “La ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón” (Gabriel García Márquez); “Un periodista no independiente es como un cirujano con el mal de Parkinson” (Javier Darío Restrepo, especialista en ética).

Esas definiciones tienen una vigencia a prueba de confrontaciones. En momentos de mucha polarización sobre qué es y qué debe ser el periodismo, quizá muchos tengan interpretaciones disímiles sobre esas frases. Más allá de las múltiples interpretaciones que se puedan suscitar, hay valores que no se pueden soslayar ni disfrazar de otra cosa. El periodismo debe estar comprometido con la realidad –las múltiples realidades– y eso significa indagar sobre los pliegues de las injusticias que propugnan los diferentes poderes. La ética y el compromiso con los ciudadanos, destinatarios finales del trabajo de los periodistas, no pueden ser desplazados por los intereses sectoriales de ningún tipo. Y los periodistas deben gozar de la libertad de conciencia que les permita defender esos principios, en defensa de su trabajo y de la sociedad.

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Opinión 

Ni fiscales ni policías
Por Reynaldo Sietecase
Periodista. Conductor de Mañana es tarde (Radio del Plata)

El periodista no es un policía ni un censor ni un fiscal. El periodista es, ante todo, un testigo: acucioso, tenaz, incorruptible, apasionado por la verdad, pero sólo un testigo. Su poder moral reside, justamente, en que se sitúa a distancia de los hechos mostrándolos, revelándolos, denunciándolos, sin aceptar ser parte de los hechos”. La frase de Tomás Eloy Martínez es un faro. El periodista es un testigo. Y esto no implica renunciar a sus ideas. Pero esas ideas no deben interferir en la obligación de contar lo que pasa y explicar por qué pasa lo que pasa, de manera rigurosa.

Un periodista no está para aplaudir a los funcionarios pero tampoco debe ser funcional a los intereses empresarios, ni siquiera de los grupos económicos para los que trabaja. Un periodista “vende” su fuerza de trabajo, pero eso no implica que deba “vender” su opinión. Reivindico la capacidad de definir la agenda periodística: a quién se entrevista y qué se hace en un programa. Es fundamental que esa decisión sea responsabilidad de los periodistas y los editores, no de los gerentes comerciales o de los empresarios. No es fácil. En algunos casos, es una puja de todos los días. Y esto no implica subvertir la línea editorial del medio, sino hacer nuestro trabajo de manera honesta. Si el periodista piensa que los empresarios que lo contratan no le permiten ejercer su trabajo bajo sus parámetros de libertad, puede irse. Digo puede y no debe, porque los márgenes de maniobra son diferentes entre un cronista y un editor; entre un periodista de móvil y un conductor de tele. Para eso no hace falta victimizarse. Como escribió Camus: “El mayor acto de libertad de una persona es decir que no ante lo inaceptable”.

No pretendo dar lecciones de nada. Sólo explico cómo trato de ejercer este oficio en la Argentina de la polarización, la intolerancia, las operaciones de prensa y los agravios.

Fuente: Revista Veintitrés.

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