lunes, 16 de septiembre de 2013

LA FLIA CRECE

Feria del Libro Independiente en el ex-Padelai. La muestra convocó a 5.000 personas en San Telmo. Filiales en el interior y expansión en Latinoamérica. Odas piqueteras, bios punk, rarezas y empanadas veganas. 

POR BRUNO LAZZARO

Ocho chicas bailan entre los escombros. Giran sus polleras. Y a sus espaldas, la figura del ex Padelai se hace cada vez más lúgubre con el caer de la noche. Por una ventana al frente, una escalera sube –y baja– entre escalones inconclusos, mientras los últimos rayos del sol se cuelan a través de unos diarios que ofician de cortinas. Aquella casona que a finales del siglo XIX supo ser hogar de niños en situación de calle hoy se deshace ante la inacción gubernamental. Pero esta tarde no hay lugar para la tristeza.

Las bailarinas pasan y ceden su lugar a una poeta que recita una oda piquetera. Al fondo, un grupo de pibes de entre 8 y 15 años juegan a ser felices al intentar colgar sus sueños de un ángulo en un potrero minado de piedras. En perspectiva, y sobre sus cabezas, una pintada de un diario que habla sobre el mercado financiero se posa en la medianera como un cuervo a la espera. Y mientras tanto, afuera, ahí nomás, cientos de personas celebran la vida a través de la cultura.

Es domingo y sobre Balcarce se abre una pasarela. A la F.L.I.A. –Feria del Libro Independiente, la “A” es a elección– hoy le caben todas las A que habilita esa sigla de familia, desde lo autogestivo hasta aquello de amiga, pasando por autónoma y anárquica. Y es que a las puertas del ex Padelai la gente va y viene como una marea humana que empalma con una de las tradicionales ferias de San Telmo.

Desde 2006 la F.L.I.A. crece y parece no tener techo. Entre el sábado 13 y el domingo 14 de julio se congregaron alrededor de 5 mil personas en busca de revistas, fanzines y aquellos libros que no figuran tan a la vista en las librerías, aquellos autogestionados y algunas rarezas. Un movimiento cultural que tuvo su inicio en Buenos Aires y que desde hace tiempo también se realiza en La Plata, Rosario y Mar del Plata y que conquista Latinoamérica a través de ciudades como Montevideo, Santiago de Chile y Bogotá.

“La F.L.I.A. me parece una apuesta distinta, abierta, en la que la autogestión es prioritaria. Me sentí afín a nivel ideológico porque vamos adonde la causa nos parece noble y apoyamos desde lo cultural. Vamos con libros y revistas independientes. Son nuestras armas”, asegura Sebastián Duarte, autor del libro El último punk –en el que relata la vida del fallecido Ricky Espinosa, cantante de Flema– y director de la revista autogestionada Músicas del Mundo.

En la esquina, bajo las escalinatas de ingreso a un club abandonado, un artista de antiparras mueve los hilos de un Elvis de madera al compás de un rock and roll maldito. Cinco chicos aplauden la destreza del titiritero mientras un comerciante de lujo alterna la venta entre garrapiñadas y jugo de naranja al sol de una cámara de seguridad pintada de amarillo. Pero la oferta no termina ahí. Una barra casera ofrece vermouth y fernet a precios populares. Además, las empanadas veganas pican en punta a sólo tres pesos.

Fito Minore, autor de Mínimamente y Fábrica de cuentos, comenta desde su puesto que esta es la séptima feria de la que participa. Habla y mueve las manos, mientras un pibe con el afro más armado del condado desanda el empedrado sin bolas de boliche, ni brillos. “Colaboro con la colección Rescate Poético, que se dedica a rescatar libros de poesías olvidados como Los arrecifes de coral, el primer libro de Horacio Quiroga que salió en 1901 en Montevideo, se reeditó en la década del ’50 y lo volvimos a sacar nosotros hace poco”.

La F.L.I.A. se realiza, en promedio, una vez al mes en Capital Federal. Y el lugar siempre va cambiando pero se mantiene cerca de causas que lo ameritan, como en su momento fue la toma de la Sala Alberdi o la fábrica recuperada del IMPA, en Almagro. “Se toma el espacio público y se apoya una determinada causa con la idea de sumar desde nuestro lugar para que se haga visible el conflicto”, asegura Pablo “Artexto”, quien edita la revista del mismo nombre. En la misma línea, Duarte retoma y sostiene que “haber acompañado la causa ex Padelai para nosotros es importante, por el valor histórico del lugar. Además, estamos muy en contra de las políticas anticulturales e históricas del gobierno de Macri”.

Una tanqueta hace las veces de biblioteca ambulante y corta el paso sobre Humberto Primo. En su interior, los libros se amuchan. “A esta la veo siempre en todos lados. Siempre quise saber qué tipo de libros lleva y cómo hace cuando llueve”, sonríe Flavia Leguizamón, una joven de pelo rosa que dice siempre llevarse “un libro y una sorpresa. Siempre aspiro a la rareza. La otra vez me llevé un libro divino de Artaud y ahora me voy con las poesías de Jim Morrison”.

Con cada nueva fecha, la feria –que ya va por el número 24 en Capital– gana adeptos y varía su oferta. Desde hace varios años, a lo tradicional se sumaron puestos que ofrecen artesanías. Mientras que algunos de los participantes creen que eso los marca más, otros aseguran que les quita identidad. Nicolás Mansi es rosarino y tiene su editorial –El Ombú Bonsai–. Dice que lleva editados a más de diez autores de la ciudad santafesina y que esta es su primera F.L.I.A. en Capital. “Me encanta la propuesta, pero sé de algunos que dejaron de venir por cómo se fue modificando. En Rosario es distinta, pero me parece que así también está bien. Lo importante pasa por poner en movimiento nuestros trabajos. Lo que vale es estar, más allá de la venta”.

Se hace de noche y el fuego de la parrilla artesanal en el ex Padelai sigue alumbrando. La casa desaparece en la oscuridad, pero la cultura resiste el frío antes sus ojos apagados. La biblioteca ambulante se pone en marcha. Y otra feria comienza a nacer.

Fuente: Revista Veintitres

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