martes, 17 de septiembre de 2013

"EL MUNDO NO PUEDE VIVIR DE DIEZ CANCIONES"

Litto Nebbia, maestro inquieto.Con casi 50 años de carrera, más de cien discos propios y 600 editados con su sello, el padre del rock nacional sigue componiendo todos los días y se pone nervioso al subir a un escenario. “Hoy, muchos se la creen con poco”, dispara. 

POR BRUNO LAZZARO



Litto Nebbia tiene disco nuevo, pero de un tiempo a esta parte eso ya no es novedad. El músico rosarino lleva editados entre dúos, tríos y agrupaciones –como Los Gatos y Los Gatos Salvajes– más de cien materiales, lo que lo convierte en uno de los artistas argentinos más prolíficos. El nuevo trabajo, Aire fresco –“todavía no sé si es el nombre del grupo o del disco”, arranca Nebbia–, sirve como excusa para presentar el nuevo formato musical –junto a Daniel Homer y Juan Ingaramo– con el que trabajará en sus próximos materiales. Una modalidad que le permite explorar todos los mundos rítmicos que lleva en su interior sin temor a repetirse. Una cultura melódica que contrajo, como una bella enfermedad, desde sus primeros años de vida. “De chico me la pasé escuchando a mis viejos, que eran músicos. A los 9 ya tenía las ojeras por el piso. Y cinco años después ya estaba al frente de una banda con flequillo. No soy muy distinto a eso que fui. La gran diferencia es que ahora disfruto mucho más lo que hago”, dice Litto en la cocina de Melopea, el sello que creó hace veintitrés años en la casa donde vivía su madre y con el que hasta hoy lleva editados más de 600 discos de diversas bandas. “Un disparate –asevera Nebbia–. Desarrollamos algo que supuestamente no se puede hacer. Dicen que lo refinado no es comercial. Pero no puede ser que todo sea tan rígido. De la misma manera que vos no podés comer todos los días acelga, el mundo no puede vivir de diez canciones. Si esperás que tu espacio te lo protejan los que se dedican a la industria, vas por mal camino. Este es un sello pequeño, pero tenemos prestigio. Y es lo que necesitamos”.

–Tiene casi cincuenta años de carrera. Empezar por el final sería lo más lógico. A diferencia de sus primeros años, ahora graba más que antes. Sin embargo, su trabajo tiene menos difusión. ¿Cuál es la explicación que le encuentra a ese funcionamiento en su carrera?

–Tiene que ver con que maduré para un lado, crecí y ahora le saco el jugo a algunas cosas. Tuve la suerte de conocer muchos lugares de adolescente. En su momento, pensaba que ese era el camino. Pero hoy hago lo que se me da la gana sin faltarle el respeto a nadie. Y lo puedo hacer porque tengo mucha experiencia en un terreno independiente que me da una gran libertad. Elegí este camino, y estoy contento. Salir a tocar ahora es lo mismo que hacía con mis viejos hace más de cincuenta años. 

–En sus comienzos, ser músico tenía una aceptación social diferente a la de hoy. ¿Qué es ser músico hoy?

–Es vivir de tu vocación. Es una tarea hermosa y espiritual. Ya no hay obligación de que una canción tuya guste. Hay que vivirlo con humildad, sin creerte que sos extraordinario. Y eso lo puedo hacer por la educación de mis viejos. De su bohemia. Y eso que a los 16 años ya estaba primero en diez países. Hoy, muchos se la creen con poco. Piensan que el mundo comenzó el día que se levantaron.

–En Aire fresco, además de nuevas canciones, apela a clásicos como “El rock de la mujer perdida” en clave de reversión. ¿Cómo se sostienen tan bien las canciones a través del tiempo?

–Con este nuevo trío armé un lindo quilombo musical. Un nuevo plan. Ya tenemos pensada la continuación para dentro de seis meses. Pero la música que escribo, desde lo más pueril como adolescente, tiene un basamento muy fuerte con una armónica extensiva. No nos propusimos hacer algo sofisticado, sino cantar más remozado un tema. Y lo hicimos distinto, porque nunca se puede tocar igual una misma canción. Son temas que perduran por su propia vida.

–¿Qué le aporta el hecho de ir cambiando la gente con la que graba?

–Te hace bien por dentro y con la música. Porque te hace estar blando. Y cuando toco solo peor, porque tengo cerca de cien músicas para hacer.

–¿Se sigue poniendo nervioso antes de salir a tocar?

–Siempre, porque es lo que me mantiene vivo. Hay mucha responsabilidad. Si me concentro desde el primer tema va a salir algo emocionante. Y si no, voy a tocar de oficio. 

–Hace poco se cumplieron los 45 años de “La Balsa”. ¿Qué le dio ese tema que no le dieron otros?

–Uno hace la música sin esperar nada. Nadie tiene que darte nada, ni ser famoso. Lo hacés porque es algo de tu corazón. Pero si encima tus canciones le llegan a la gente, es buenísimo. Me emociono con la gente que me hace algún comentario relacionado a un tema. O que se casó o que se divorció con determinada canción.

–¿Recuerda alguna anécdota en especial?

–En Moldavia, una vez terminé de tocar en un teatro para dos mil personas y alguien gritó: “Tocate ‘La Balsa’, Litto”. Cuando hacés una canción, sabés que puede gustar más que otra. Pero mis composiciones van más allá del número uno. Tienen que ver con lo que provocan. Son canciones naturales.

–¿Tiene rutina de composición?

–Me levanto a la mañana, me tomo un café y ya me pongo a tocar el piano en mi casa. El compositor cree, todos los días, que va a hacer la canción de su vida. Y si eso no sucede, me da mucho gusto escribir. A veces salen cosas lindas y otras no.

–O sea que hace su propio recorte.

–Claro, aunque alguna vez me criticaron por la cantidad de discos que saco diciendo que no soy severo en la corrección. Que no cuido la selección de temas. Me dicen eso, pero escucho algunos que sacan un disco cada cinco años y son horribles.

En 1976, luego del golpe militar, Nebbia estuvo prohibido y durante un año no pudo tocar. La plata no sobraba y luego de vender algunas pertenencias, días después del Mundial de 1978 partió rumbo a México con la ilusión de poder regresar en el corto plazo. Llegó al DF con 70 dólares y ningún conocido a la redonda. “No quería llegar a un lugar y conseguir trabajo mediante el lloriqueo del exilio. Me la banqué como pude y comencé a dar clases de piano y a hacer arreglos para algunos grupos. Pero allá no sabían lo que era la palabra rock. Fueron tres años y medio”, dice uno de los padres del rock latino.

–Tres largos años.

–Muy largos. Encima, no bien llegué ya había tres agrupaciones de exiliados peleadas entre sí, por lo que no me relacioné mucho con los argentinos. El mexicano fue muy solidario, me llenó mucho el corazón y no me hizo quedar al desnudo.

–¿Qué sensaciones enfrentó?

–Nunca sentí odio, porque entendí que me había ido por ocho o nueve tipos y no por veinte o treinta millones de habitantes. Tenía pena porque soy hijo único y no pude ver a mi vieja durante todo ese tiempo.

–Antes de irse fue vicepresidente del sindicato de músicos. ¿Cómo recuerda esa experiencia?

–Fue en la época de López Rega, me sacaron con una escopeta. Estábamos con Rodolfo García y Manolo Juárez. No cobrábamos un mango. Hoy, nadie mueve un pie sin un mango. Lo hacíamos por amor a la música.

–La ley del músico sigue dando pequeño pasos. ¿Por qué esta iniciativa sigue separando a los artistas?

–El asunto es que hay que dejar las cosas en claro porque siempre que se crea algo aparecen algunos con intereses para manejar la caja. No quiero volver a sentarme con personas con las que me peleé hace veinte años por lo mismo. Siempre hubo, y habrá, “contreras”. Pero no aportan nada, sólo te ponen paredes. Me sobraron las oportunidades de estar en cargos de cultura, pero nunca lo acepté. Me presto a que me usen para algo positivo. Nada más.

–¿Le interesa la política?

–Todos tenemos una postura política. Leo y entiendo. Por educación, soy un tipo sensible a las cuestiones sociales y ni que hablar de este mundo que vivimos en el que damos vuelta sobre lo que los ricos piensan de los pobres. Es un disparate. Pero trato de no engancharme con las discusiones bipartidistas. Muchas cosas que pasan o que se dicen, sobre todo en la ciudad de Buenos Aires, me hacen acordar a lo que viví en la época del Proceso. Te tomás un taxi y el tachero te dice que nunca estuvo mejor que con los militares. Sólo un estúpido dice eso. Y lo peor es que lo hace porque en esa época se compró un sacacorchos eléctrico. Hay gente muy pelotuda. Es hora de que haya más conciencia política. 

Fuente: Revista Veintitres

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