martes, 24 de septiembre de 2013

BODAS DE SANGRE

Historias de escritores. Hace 77 años, en una incierta noche de agosto de 1936, asesinaban a Federico García Lorca, fusilado por un pelotón de falangistas que así se creían que allí lo mataban.

Por 
 Daniel Ares


Madre, cuando yo muera que se enteren los señores. F.G.L.
Una noche nunca precisada a mediados del trágico agosto español de 1936, por las afueras de Víznar, cerca de Granada, una silueta pequeña, de un hombre rengo, se pierde por la sombra entre fusiles. Es Federico García Lorca y lo van a matar.
Los diarios gritarán durante días: “¡Fusilaron a Lorca! ¡Mataron a Federico!”.
Un rápido escalofrío recorre el mundo. El celebrado artista, el gran poeta y dramaturgo, había sido fusilado en Andalucía por insurgentes nacionalistas al mando de un ignoto general cada vez más renombrado: Francisco Franco.
Nadie lo cree, nadie quiere creerlo, es imposible, y no.
Una patrulla de la guardia civil lo asesina y deja muerto en una fosa con otros. Era como si asesinaran a todos los pájaros de repente. España rota en dos, la guerra civil había comenzado.
H. G. Wells –presidente entonces del PEN Club Internacional–, pregunta desde Londres por la suerte de su colega cuando ya Miguel Hernández llora y escribe “Primo de las manzanas. No podrá con tu savia la carcoma, / no podrá con tu muerte la lengua del gusano”; y Antonio Machado: “Mataron a Federico cuando la luz asomaba”; y Pedro Salinas, y Picasso, y Dalí, y se suceden las voces de indignación, llanto y asombro. Como si hubieran matado a todos los pájaros de repente.

Tenía nada más que 38 años. Había nacido el 5 de junio de 1898 en Fuente Vaqueros, Granada, en el muy confortable hogar de don Federico García Rodríguez, rico hacendado de la zona, y de doña Victoria Lorca Romero, maestra y profesora de piano.
Sin embargo no fue del todo limpia la fortuna. A los dos años de edad, una parálisis juega su suerte frente a los otros chicos, y pronto las misas continuas, los juegos a solas, las otras niñas, y los mimos de todas las mujeres de la casa, convierten a ese chico que mal camina en un niño de extremada sensibilidad y portentosa imaginación.
Entre las secuelas de su desgracia, quedarán una cojera leve aunque evidente, y sus quejas impresas en precarios poemas de adolescencia donde llora sus “torpes andares”, que han de marcarlo. De grande iba a confesar públicamente que “no sabía correr”. Hasta los tres años no consigue caminar y apenas habla. Algunos llegan a pensar que la enfermedad había comprometido su cerebro. Nada que ver. Mucho antes de hablar ya tarareaba todas las canciones que oía, y se sabía de memoria melodías completas. Era música pura.
En los años que siguen, en la suntuosa mansión de la Huerta de San Vicente, Federico, sin perder protagonismo, verá nacer a sus otros hermanos, Concha y Francisco, y al fin a su tan amada Isabel. Son los días del boom del azúcar, y su padre ha de cubrir sus incontables hectáreas con el oro violeta de las remolachas. Así será rico, y así asegura para sus hijos la mejor educación.
Fuente Vaqueros era por entonces una pequeña población rural a orillas del breve río Genil, a siete kilómetros de Granada. Allí nace y crece Federico, entre almendros, arrieros y labradores que ya son la sustancia de las que serán un día sus mejores tragedias más populares. Pronto su madre le enseña las primeras letras y los primeros compases al piano, y luego Manuel de Falla, nadie menos, será su padrino y su maestro. Todo anuncia un destino a la medida de su genio.
Al cumplir los diez años viaja a Granada para cursar el bachillerato y después la Universidad. Un día con mucho esfuerzo se graduará sin distinciones en la carrera de Derecho, será un alumno mediocre, lo suyo no son las leyes, sino todo lo contrario: la ruptura, la innovación. Prefiere al silencio de los claustros, las fiestas gitanas del Albaicín y el Sacromonte. De una excursión a Castilla, surge su primer libro: Impresiones de viaje. Probó el placer de la escritura.
Leído el manuscrito, Fernando de los Ríos y Urruti, un maestro que allí se vuelve decisivo para su vida, les aconseja a sus padres que lo manden a Madrid, la capital de las letras de la lengua que le toca. Y sus padres, que nada le niegan, allí lo mandan y él va.
En 1919, para la gracia de su gloria y su desgracia, Federico García Lorca se hospeda en la Residencia de Estudiantes de Madrid, y ese día toma el camino de su suerte de poeta, de su grandeza y su tragedia.

Recién termina en Europa la Primera Guerra Mundial. Una paz sin paz habla de un nuevo amanecer y Madrid hierve en el fuego “de una España que muere y otra España que bosteza”, como canta ya por entonces don Antonio Machado.
En ese clima, en esa ciudad, Federico ve publicado su primer libro, vive la agitada bohemia de los bares bajos de la ciudad y, en 1920, se le abren las puertas del teatro Eslava para estrenar su primera obra: El maleficio de la mariposa, un fracaso total. Una fábula ingenua cuando la moda de la hora eran las claras comedias de salón. Un rotundo fracaso.
Desanimado, desconcertado, andaluz de la campiña perdido en la ciudad cosmopolita, decide volver a Granada y terminar su licenciatura en leyes. Lo hace. Se recibe en 1923, pero entusiasmado por los títeres. Hace rato ha montado su Teatro de Cachiporra, que funciona en su propia casa y para un público muy selecto. Después se va de viaje. Su siguiente descubrimiento será para siempre: el cante jondo.
Se larga por los caminos a principios de 1924, recorre Andalucía y Castilla recopilando viejas canciones populares, que de regreso a Granada, elabora y eterniza con don Manuel de Falla. Para entonces ya está escrito casi todo lo que será su Cante Jondo, y pronto organiza en la Alhambra el primer concurso del género, pompas y fanfarrias y los mejores cantaores y cantaoras de España. De toda esa fiesta emergerán los versos que aparecen en libro en 1931, y que no serán callados nunca. La picaresca gitana, su tragedia y su música de toros, guitarras y puñales.
Para fines de 1924, vuelve a Madrid, su nombre suena entre los nombres que pronto serán los grandes nombres de las letras hispanas. Se hace de nuevos amigos: Rafael Alberti, Gerardo Diego, Pablo Neruda, César Vallejo, Luis Cernuda, el insustituible Miguel Hernández y los ya inmensos Antonio Machado y don Juan Ramón Jiménez, quienes marcan con su estatura la dimensión de los otros. Lo que en breve la historia llamará con mayúsculas la Generación del 27, se pone en marcha. Las letras castellanas alcanzan un nuevo instante de oro.

Luna, sangre y muerte, los años por venir son los mejores de su vida que pronto será trunca. En 1928 publica su Romancero Gitano, ya nadie discute su destreza. Son los días de luz de “El Prendimiento de Antoñito el Camborio” y “La casada infiel”.
Un año antes, en 1927, la estelar actriz Margarita Xirgu estrena en el teatro Fontalba de Madrid su segunda pieza:Mariana Pineda, la noble dama granadina que en tiempos de Fernando VII bordaba la bandera morada de los libertarios. Ningún fracaso. Sentadas ya sus dotes de poeta, ahora despliega sus condiciones como dramaturgo, y cuando pretenden asirlo en esas dos categorías solas, Lorca expone en Barcelona sus primeros dibujos. Su triple nombre suena a triple talento y se repite con admiración por toda España.
Amigo ya de Salvador Dalí, de Pablo Picasso, de Luis Buñuel; pese a sus “torpes andares” resulta un viajero infatigable.
En 1929 parte vía Londres rumbo a Nueva York, ya la gran capital del siglo que avanza. Cruza el océano en barco, demora y se broncea, se hace amigo de un pequeño húngaro que va a conocer a su padre perdido en el vientre de esa ciudad famélica. Es el tema de su primer poema para el incipiente libro un día tan famoso: Poeta en Nueva York.
Atraca en Manhattan el 25 de junio, y allí lo esperan algunos amigos de sus días de Madrid, entre ellos el joven poeta León Felipe, con quien recorre Broadway y el Harlem y descubre el teatro negro y la majestad de los rascacielos.
Se instala como un estudiante más en la Universidad de Columbia, da conferencias, lee sus propios poemas, escribe, es feliz: pronto llegará de España su buen amigo el famoso torero Antonio Sánchez Mejía, matador amante de las letras y el teatro.
Y a un año de su partida, vuelve a España, a Madrid, donde Margarita Xirgu está a punto de estrenar La zapatera prodigiosa. La música de sus versos ya se oye por toda la tierra.
Van a matarlo, a fusilarlo, pero todavía le quedan seis años y muchos poemas, giras y conferencias para alzar la voz, declamar lo que siente, y fijar sus palabras más allá de su tiempo.

1931. Se declara en España la IIª República. El clima político se carga de un gas nervioso. Lorca no para de cantar. En marzo lee en público por primera vez Poeta en Nueva York, y en mayo se publica su “Poema del Cante Jondo”; recorre Valladolid, Sevilla, Salamanca, Santiago y San Sebastián. Luego proyecta y concreta, con patrocinio oficial, el teatro universitario La Barraca, que llevará por todo el país los clásicos españoles. El mismo Lorca dirige las representaciones. Son días de gloria, de mucho trabajo, muchos aplausos, más versos y más renombre. Acaso demasiado.
En 1933 se estrena Bodas de sangre en el gran teatro Beatriz de Madrid. En septiembre la fama lo lleva de gira hasta América del Sur. Toca el cielo con las manos. En octubre llega a Buenos Aires para no irse nunca más por mucho que se vaya. La compañía de Lola Membrives estrena Bodas de sangre, Mariana Pineda y La zapatera prodigiosa. El público y la crítica lo consagran. Su victoria repercute en toda España, en París, en Nueva York.
En 1934, aún en Buenos Aires, dirige la compañía de Eva Franco en La dama boba, de Lope de Vega, justo cuando Lola Membrives cumple las primeras 100 representaciones de Bodas de sangre. En mayo, envuelto en gloria, regresa a España, que lo recibe como a un ídolo, y se dispone a matarlo.
Apenas desembarca lo besa la muerte. En una plaza de toros cae su buen y bravo Ignacio Sánchez Mejía, el matador matado cuya sangre sobre la arena inspira una de sus elegías más logradas, tan luego el “Llanto por Ignacio Sánchez Mejía”.
El 12 de marzo presenta y llora esas coplas sobre el escenario del teatro Español de Madrid, cuando se cumplen las 100 representaciones de Yerma, la obra que la Iglesia le ha criticado tanto... Acaso demasiado.
A la publicación de las coplas sobre la suerte sin suerte del famoso torero, a su éxito de ventas, al aplauso incesante, se agregan sucesivamente los lanzamientos en libro de Primeras Canciones y Bodas de sangre, que justo por entonces va a estrenarse en Nueva York con el título de Bitter Oleander. Margarita Xirgu, en tanto, deslumbra en Barcelona con Doña Rosita la soltera, y ya todos los catalanes se inclinan frente al andaluz. Así pasa el año 35 y así llega tremendo el 36.

España se resquebraja a punto de astillarse. El gobierno de la república pierde hegemonía y enfrenta más conflictos de los que puede resolver. Conspiraciones internas y embestidas externas frustran las mejores intenciones y el hambre, la desocupación y los levantamientos se devoran la calma y la razón. Y los delirios del odio brotan de todas las fisuras.
En mayo, en la Feria del Libro de Madrid, Lorca declama sus poemas junto a Luis Cernuda, Pablo Neruda, Gerardo Diego y Rafael Alberti. Abraza desde allí a todos los trabajadores de la patria, y se declara oficialmente a favor de la república roja. Su mucha imaginación no puede sin embargo imaginar lo que vendrá.
Tal vez por eso, más inocente que un pájaro, el 13 de julio regresa a Granada, quiere ver a sus padres, las calles de su niñez y sus amigos de siempre. Y allí va. A la muerte, va. Sonriendo, cantando, va.
Apenas cinco días después, el 18 de julio, el general Francisco Franco se alza contra la República de Manuel Azaña y desata la guerra civil más feroz del siglo.
Federico llega a Granada el 14. Acaba de cumplir 38 años.
Está contento, se reencuentra con sus padres, con sus amigos, con sus hermanos. Se lo ve animado, todo el mundo lo reconoce, es el hijo célebre de su tierra. Recita en público, da conferencias, escribe en los diarios y habla en los teatros. Será abatido en pleno vuelo. El diario El Defensor de Granada, el día 15, anuncia a toda tapa la llegada de Lorca a la ciudad natal. Eso lo alegra. Es feliz. La prensa lo entrevista y él cuenta sus muchos planes. Pronto viajará a México, con Margarita Xirgu, estrenarán Doña Rosita la soltera, y después...
Pero le queda menos de un mes de vida. La Falange ya empezó su masacre allí en Andalucía como en todo el país.
Y ellos también leen los diarios y ya lo saben: Lorca están en Granada.
El niño mimado del público y los intelectuales, el hijo pródigo, el que colabora públicamente con las colectas del Socorro Rojo Internacional, el que alienta a los trabajadores a defender la República de Azaña, el que habla de viajar a Rusia, el que dice que la clase media granadina es “la peor burguesía de España”, el que se mete en lo que no le importa, el muy marica está en Granada.
Cada 18 de julio, los padres de Lorca celebran el día de San Federico con una gran fiesta en su mansión de la Huerta de San Vicente. Pero aquel 18 de julio de 1936 no habrá ninguna fiesta. Franco se alzó desde Marruecos y la radio anuncia que la aviación está con él y que ya cayó en sus manos la Guarnición de Sevilla. No habrá ninguna fiesta nunca más. No para Federico.
Apenas el 23 de julio toda Granada está bajo dominio de los falangistas. Comienza el terror. Las persecuciones y los fusilamientos. Ya no hay salida, Federico está cercado.
Todos los días patrullas de las falanges –con sus camisas azules, sus coches negros, sus fusiles erectos– golpean las puertas o las tiran a abajo y se llevan para la muerte al que se les da la gana sin mayores explicaciones. A la Huerta de don Federico García, por ejemplo, ya fueron varias veces, ya se cargaron a un cuñado del poeta, a dos de sus empleados, y ya están tras sus pasos. “¿Tú crees que aún estoy a tiempo de escapar y ponerme al resguardo de los republicanos?”, le pregunta aterrado a un amigo a principios de agosto cuando ya todo está perdido.
La familia en pleno se reúne a considerar la suerte de Federico, el más amenazado de lo suyos. Esa noche acuerdan ocultarlo en la casa de los Rosales, una familia amiga, simpatizantes de la Falange, pero más fieles a Federico. El 14 de agosto ya está con ellos.
El 15 aparece en la casa de la Huerta una patrulla que lo busca dispuesta a detenerlo. Dicen que nada más quieren hablar con él. Revisan todas las habitaciones, amenazan con llevarse a su padre, y entonces Concha, su hermana, aterrada, les dice dónde está: en casa de los Rosales.
El 16 lo detienen acusado de rojo, de escritor subversivo, de enemigo de la Iglesia, del pueblo, de Dios, de España y del Rey. Se lo llevan.
Para interrogarlo, dicen. Dicen que al nuevo gobierno no le gusta lo que escribe ni lo que hace, y lo que piensa tampoco... Dicen que es “espía de los rusos”, que “hace más daño con la pluma que otros con un arma”. Lo van a matar.
La noche del 17 al 18 de agosto, un chico que lo conoce y reconoce lo ve saliendo del palacio de gobierno, esposado a un guardia, con otro detenido más, y rodeados los dos por una patrulla y sus fusiles. El chico igual se le acerca y le pregunta a dónde lo llevan, y Federico le dice que no lo sabe.
Lo llevan a Víznar, un pueblo pequeño, 9 kilómetros al noroeste de la Sierra de Alfacar, donde está el manantial que los árabes impresionados bautizaron la Fuente de las Lágrimas. Ahí lo fusilan.
La fecha exacta todavía se discute. Algunos autores sostienen que fue el mismo 16, otros creen en el niño aquel y dicen que fue recién el 18, tal vez el 19, tal vez después. Tal vez nunca. La leyenda incluso cuenta que no murió enseguida, que recibió una primera descarga y cayó al piso pero se levantó gritando: “Todavía estoy vivo, todavía estoy vivo”, y que ahí nomás lo remataron de cuatro disparos y tiraron su cuerpo en una fosa común junto a un maestro republicano y dos banderilleros anarquistas.
¿Habrá muerto Federico?, bien vale preguntarse todavía, 77 años después, sin cuerpo que lo demuestre, sin tumba ni fecha y cuando aún se lo topa uno a diario en todas las librerías y los teatros y los versos del mundo. ¿Mataron a Lorca? Plata y espuma, a su obra no le entraron las balas.

Todos los pájaros no mueren jamás.

Madre, cuando yo me muera,
que se enteren los señores.
Pon telegramas azules
que vayan del sur al norte.
Siete gritos, siete sangres,
siete adormideras dobles
quebraron opacas lunas
en los oscuros salones.

Fuente: Miradas al Sur.

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