lunes, 26 de agosto de 2013

EL LIDER DE LA IGUALDAD

Nelson Mandela, la vida de un icono político del siglo XX. Sudáfrica se prepara para despedir al símbolo de la lucha contra el apartheid. Un rebelde con causa que soportó 27 años humillantes de prisión y salió para unir a su país. La campaña internacional para su liberación. Y un discurso histórico.

POR MARTÍN MAZZINI

466/64. Durante veintisiete años, el sistema intentó reducir a Nelson Rolihlahla Mandela a ese número: el prisionero 466 del año 1964. Así se refería el aparato oficial de Sudáfrica al líder político. No se lo tatuaron en el antebrazo, como a los prisioneros en los campos de concentración nazis, pero hicieron todo lo posible por quitarle hasta el último resto de humanidad, primero en la infernal prisión de Robben Island, una isla frente a Ciudad del Cabo, y más tarde en cárceles del continente.
No lo lograron. Mandela no sólo soportó el duro confinamiento y recuperó la libertad, sino que mantuvo intacta su convicción de que una sociedad igualitaria era posible. Y si no logró llevar a cabo su sueño de forma completa –la desigualdad económica y racial sigue asolando a Sudáfrica–, vivió para ser elegido presidente en las primeras elecciones para todos los hombres del país: blancos, negros, grises o amarillos.

Mandela se encontraba hospitalizado desde el 8 de junio en estado crítico. Al cierre de esta edición, había recibido la unción de los enfermos y el país entero rezaba por su salud. Es, junto con Fidel Castro, el último ícono político vivo del siglo XX. “Es uno de mis grandes amigos. Estoy orgulloso de encontrarme entre los que apoyan el derecho de los cubanos a elegir su propio destino. Las sanciones que castigan a los cubanos por haber elegido la autodeterminación se oponen al orden mundial que queremos instaurar. Los cubanos nos facilitaron tanto recursos como instrucción para luchar y ganar. Soy un hombre leal y jamás olvidaré que en los momentos más sombríos de nuestra patria, en la lucha contra el apartheid, Fidel Castro estuvo a nuestro lado”, dijo.

Mandela nació el 18 de julio de 1918 en Mvezo, una región rural, en el seno de una comunidad tribal de la etnia xhosa. Su primer nombre se lo debe a un símbolo del colonialismo inglés, el almirante que se impuso a las armadas española y francesa en Trafalgar, pero el segundo fue más profético: en lengua xhosa, Rolihlahla significa “alborotador, alguien que crea problemas”. Y Mandela los creó desde la juventud. Cuando, por un conflicto tribal, su padre perdió sus propiedades y su condición social, tuvo que abandonar las montañas y mudarse a la sabana de Ounu, donde fue pastor de ovejas, vigiló vacas y se procuraba bayas, frutos y miel para completar su dieta. Cuando tenía 9 años su padre murió y quedó a cargo del rey de Tembulandia, un reino aborigen. A los 16, pasó la iniciación como guerrero y fue circuncidado. El rey lo envió al Clarkebury College, un colegio que formaba “ingleses negros”, que aprendían que las mejores ideas, incluso el apartheid, provenían del Reino Unido. En 1938 entró a la Universidad de Fort Haré  como uno de los 150 privilegiados alumnos de etnias aborígenes. En sus vacaciones se enteró que el rey le había encontrado una esposa excelente: Mandela se escapó a Johannesburgo, la capital. Allí conoció a varios miembros del Congreso Nacional Africano (CNA), empezó a estudiar Derecho y en 1943 participó de las primeras manifestaciones.

Mientras militaba por la resistencia, la desobediencia civil y la insurrección revolucionaria contra el régimen racista de los blancos, Mandela se casó con Evelyn Mase en 1947, un año antes de la consagración por ley de la doctrina racista que ya era aplicada de hecho: las normas obligaban a catalogar a toda persona que no fuera blanca, prohibían los matrimonios mixtos e institucionalizaban los guetos. Siguieron los años de lucha, persecución y enjuiciamientos. En 1952 fue condenado a nueve meses de trabajos forzados (la pena quedó en suspenso) y en el ’56, enjuiciado por alta traición por el llamado Plan M, la organización de la actividad clandestina del CNA y una serie de acciones de sabotaje.

En el seno del partido convivían la idea de la resistencia pacífica planteada por Gandhi en la India y la convicción de que la persecución que ejercía el gobierno contra todo tipo de oposición los llevaba por el camino de la lucha armada. En 1960, sesenta y nueve negros que se manifestaban por la paz fueron asesinados por fuerzas gubernamentales. Un año después, Mandela pasó a la ofensiva: asumió la jefatura del brazo armado del CNA e inició una campaña de sabotajes contra objetivos militares. Viajó a diversos países para recibir entrenamiento militar y estudiar la guerra de guerrillas, una alternativa que veía cada vez más cercana. Pero el sistema le respondió con toda su fuerza en un proceso ejemplarizador contra la mayor parte de los dirigentes del CNA: lo detuvieron en 1962 y dos años más tarde lo condenaron a prisión perpetua. Más allá de intentar contrarrestar las acusaciones, Mandela utilizó el juicio para difundir sus ideas de libertad, igualdad y progreso a Sudáfrica y al mundo (ver recuadro).

En Robben Island, donde a principios de los ’80 contrajo tuberculosis, Mandela y sus compañeros no podían tener relojes. Entonces hizo uno en la pared de su celda, hasta que lo autorizaron a recibir un calendario de escritorio de la Secretaría de Turismo: fotos panorámicas con la leyenda “Tierra de sol dorado”. Allí anotaba sus pensamientos y reflexiones. En una carta a su hija Zenani por su cumpleaños número 12, recuerda su nacimiento después de que su segunda esposa, Winnie, estuviera encarcelada 15 días: “¿Eres consciente de que por poco naces en la cárcel?”, pregunta. En la carta, Mandela le cuenta que ella tenía dos años cuando él pasó a la clandestinidad: nunca volvieron a vivir juntos.

Mandela empezó a escribir a escondidas de las autoridades con la idea de publicar una autobiografía para sus 60 años, en 1978. Los textos eran revisados por dos compañeros y  un tercero los transcribía con letra microscópica: las 600 páginas originales fueron reducidas a 60, que salieron de la cárcel escondidas cuando un preso que fue liberado. El manuscrito no se publicó, pero Mandela lo utilizó como base para su autobiografía del ’94, Un largo camino hacia la libertad.

Las páginas originales se dividieron en contenedores de cacao que fueron enterrados en un jardín de la sección B de la prisión con herramientas fabricadas por los presos. Más tarde, fue descubierto durante la construcción de un muro, y Mandela y sus compañeros perdieron sus privilegios de estudio durante cuatro años. Estas y otras humillaciones –en 1969, cuando su hijo mayor murió en un accidente de auto, no le permitieron ir al funeral– no lograron quebrantar su fe en la posibilidad de una sociedad mejor: “No hay muros de la prisión ni perros guardianes, ni siquiera los fríos mares, que son como la fosa mortal que rodea la prisión de Robben Island, que puedan lograr frustrar los deseos de toda la humanidad”, escribió.

Aunque la persecución y el encarcelamiento afectaban a decenas de sus militantes, el CNA decidió enfocar la campaña mundial contra la persecución política en un hombre que fuera su símbolo: Mandela. Hacia la época en que cumplió 70 años, la lucha por su liberación había llegado a casi todos los rincones del mundo: desde políticos y hombres de negocios hasta estudiantes y el público de los conciertos de rock fueron concientizados, como las 72.000 personas que asistieron al estadio de Wembley en 1988 y los millones que vieron el evento por televisión. Pese a la censura imperante en la cárcel, a Mandela le llegaban esas noticias. Tres años antes, el presidente Botha le había ofrecido una liberación a cambio de renunciar a la lucha armada. Mandela rechazó la oferta con un comunicado a través de su hija Zindzi: “¿Qué libertad se me ofrece, mientras sigue prohibida la organización de la gente? Sólo los hombres libres pueden negociar. Un preso no puede entrar en los contratos”. Sin embargo, a partir de entonces comenzaron las conversaciones y contactos con el Partido Nacional gobernante. Finalmente, sería el presidente Frederik Willem de Klerk quien ordenaría su liberación en 1990. Tres años más tarde, ambos compartirían el Premio Nobel de la Paz, uno de los 250 reconocimientos internacionales que recibió el líder africano.

Un año antes se había separado de su esposa Winnie, que lo había engañado con otro hombre pero además estaba condenada por secuestro y asalto a mano armada.

En el ’94 fue elegido presidente en la primera elección en la que votaron todas las razas. Durante su gobierno se dedicó principalmente a la reconciliación y a mejorar la imagen de Sudáfrica en el mundo. Los dos objetivos se combinaron en el Mundial de Rugby de 1995, que el país ganó de forma inesperada. Al mismo tiempo, convenció a las empresas multinacionales de quedarse e invertir en Sudáfrica.

En su cumpleaños número 80 se casó con Graca Machel, viuda del ex presidente de Mozambique. Ya retirado oficialmente de la política, se dedicó a las acciones benéficas de la Fundación Mandela, a promocionar la lucha contra la epidemia del sida, motivado por la muerte de su hijo Makghato a causa de esa enfermedad, y fundó el grupo Los Mayores, conformado por líderes mundiales que ofrecen su experiencia para solucionar los problemas más acuciantes del mundo. Los ancianos de su tribu lo nombraron Madiba, como lo llama y lo recordará su pueblo. 
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El histórico discurso de Rivonia

“Un ideal por el que estoy dispuesto a morir”

El 20 de abril de 1964, Nelson Mandela dibujó las líneas de lo que iba a ser la Sudáfrica moderna. Tenía 45 años. En la sala del juzgado, abarrotada, estaba su esposa Winnie. El discurso había sido preparado durante 15 noches en la cárcel. Mandela se lo mostró a su abogado, Bram Fisher, que a su vez consultó con el asesor legal Hal Hanson: “Si lee esto ante el tribunal –dijo el hombre–, lo sacarán directamente al patio trasero del edificio y lo colgarán”. Fisher le rogó que sacara el último párrafo, pero Mandela fue inflexible. Admitió que había ayudado a formar el brazo armado del Congreso Nacional Africano (CNA). “Los miembros del CNA siempre hemos defendido una democracia no racista y hemos rehuido toda medida que pudiera separar aún más de lo que ya lo están a las diferentes razas. Pero 50 años de pacifismo sólo han conseguido para el pueblo africano una legislación aún más represiva y una reducción cada vez mayor de sus derechos”. Mandela dedicó las siguientes cuatro horas a explicar cómo habían intentado encauzar la violencia generada por el régimen y evitar una guerra civil. También diseccionó las diferencias entre su partido y los comunistas, aunque explicó que sus intereses confluían: “Las diferencias teóricas entre los que luchan contra la opresión son un lujo que no podemos permitirnos en este momento (…) A lo largo de muchas décadas, los comunistas fueron el único grupo político en Sudáfrica que estaba dispuesto a (...) comer con nosotros, a hablar con nosotros, vivir con nosotros y trabajar con nosotros”. Explicó que, como otros movimientos de liberación, habían buscado y recibido el apoyo en las democracias occidentales y en los países socialistas. Pero dejó en claro su posición: “Siempre me he considerado, ante todo, un patriota africano. (…) No es cierto que la concesión a todos de derecho al voto lleve a la dominación racial. La división política, basada en el color de la piel, es totalmente artificiosa y, cuando desaparezca, también desaparecerá la dominación de un grupo de color sobre otro (...). Durante mi vida me he entregado a esta lucha del pueblo africano. He luchado contra la dominación blanca y he luchado contra la dominación negra. He apreciado el ideal de una sociedad democrática y libre en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal para el que espero vivir y alcanzarlo. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”.
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Opinión

El padre de la patria
Por Carlos Sersale di Cerisano
Embajador argentino en Sudáfrica

En el año ’94, Mandela es la imagen visible de la nueva Sudáfrica. Representa una línea política que inicia el proceso de negociación desde los años ’80. Las negociaciones las llevaron a cabo dirigentes que estaban exiliados y él desde la prisión. Aunque hay muchos otros personajes importantes para la representación, Mandela es la imagen de la construcción de un sistema democrático. Dejó de ser presidente en 1999 y se retiró en el 2003. La gran ventaja de haber contado con él es que construyó un sistema donde funcionan las instituciones, donde cada cinco años es la conferencia del partido la que decide su plataforma y quiénes son los dirigentes. Simbólicamente, lo que estamos viviendo es como que muera el padre de la patria: hay manifestaciones en la calle, cantan en todas las iglesias, hay misas y hay manifestaciones de apoyo. Lo positivo de todo esto es que la gente llama a la unidad del país en homenaje a Mandela.

Fuente: Revista Veintitrés.

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