martes, 16 de abril de 2013

UNA MIRADA SOBRE "ELEFANTE BLANCO"

Discípulo de Carlos Mugica y conocedor profundo de la realidad social de villas y villeros, el padre De la Serna analiza los aciertos y las contradicciones de la película de Pablo Trapero.
 
Por Eduardo De La Serna
 
      
Acabo de ver la película Elefante blanco y me quedé con un feo sabor en la boca. No voy a entrar en lo cinematográfico: en ese sentido me pareció bastante buena, con buena fotografía, ambientación, escenas muy realistas y ni hablar de las actuaciones ciertamente adecuadas o coherentes con el caso.
Pero, siempre algún “pero”: me costó ver a Ricardo Darín en el papel del cura Julián. Había algo que no me cerraba, quizás por haberlo visto en tantos otros personajes. O quizás porque de ese rol algo puedo decir.
No me cierra el encuentro con el cura belga sin que quede claro cómo y dónde se conocieron. Y menos que Julián sea confesor del Nicolás que interpreta Jérémie Reiner. Tampoco me cierra el desenlace, porque no me parece ni siquiera razonable la actitud de Julián, por más que sí resulta positiva y sumamente contrastante la imagen de los dos cortejos.
Pero algo me surge del tema en general: los curas villeros. Y los villeros. Hay diferentes curas y diferentes estilos y propuestas de trabajo de los curas en las villas. Ciertamente, esto lleva a que la cercanía, los modelos o propuestas sean mejor o no tan bien recibidos en uno y otro caso. Más de una vez se hace referencia a Carlos Mugica (hasta en francés, ¿por qué no se subtitula ese diálogo?), y hasta incluso la película está dedicada a él. Pero –como bien se dice– las cosas, las villas y la situación son muy distintas hoy a como lo eran en tiempos de Carlos. Pero, así planteado, pareciera que el trabajo de Julián y sus compañeros se presenta como “la continuidad” con Mugica, y por lo menos habríamos de decir que “hay otras continuidades”.
También podríamos decir que uno puede preguntarse ¿qué cosas hace en la villa el padre Julián (y sus compañeros)? Hay otros curas que hacen otras cosas, y si de construcción de viviendas se trata, Pichi, sucesor de Mugica en La 31, enseñó con su ejemplo el trabajo en cooperativas, cosa que no parece que sea el caso en la película. Se podrían señalar otras tareas, aunque en una película, obviamente, no tendrían cabida.
La sensación que da Julián es que está con la gente, acompaña a la gente, pero muchas veces "desde arriba" (como anclado en el balcón desde donde muchas veces mira). Algunas escenas me parecieron notablemente obvias y esperadas, como la historia de amor, cantada casi desde el primer minuto.
Insisto, el principal sinsabor tiene que ver con la villa, y los villeros. No creo que se pueda dudar que esa es la realidad de hoy en la villa (y en eso, bien distinta de la vivida por Mugica). Pero, ¿eso es todo, no hay otras realidades en la villa? No se ve un partido de fútbol en toda la película, no se ven camisetas de equipos, no se ven fiestas (de 15, de bautismo, de bodas; sólo una de ordenación de cura en la villa, algo sumamente improbable), no se ven borrachos. Casi que no se ve "vida". Como que la villa es sólo muerte, y que la única "vida" puede venir de fuera, sean curas (el que queda es más de "fuera" todavía, porque es extranjero), sea trabajadora social. La villa no tiene salida alguna, y lo único positivo dentro parece ser "blanco".
Tengo serias dudas de que muchos curas villeros estén de acuerdo con eso. Estoy totalmente convencido de que Carlos Mugica no lo estaría.
 
Fuente: Miradas al Sur

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