domingo, 31 de marzo de 2013

UN HEROE COLECTIVO

“En nuestra familia avanzamos llevando toda la historia encima” .La esposa Elsa Sanchez y el nieto del creador de El Eternauta Fernando Araldi Oesterheld, en una charla imperdible para comprender todo el dolor por el que pasaron con los secuestros y desapariciones durante la dictadura, y la renovada fuerza de seguir peleando.
 
Por Eduardo Anguita       
      
Meternos en la historia del siglo XX de la Argentina es entrar también en la historia de la historieta. Y quizás, en la vida de un protagonista principal, Héctor Germán Oesterheld. Y darnos el gusto de tener a Elsa Sánchez, su esposa, y a Fernando Araldi Oesterheld, su nieto, para que nos cuenten la historia del autor de El Eternauta. Un tipo que es un orgullo con una historia que nos duele.
Elsa Sánchez de Oesterheld: –Creo que sí. Para mí iba a ser un escritor con toda la garra del historiador. Un historiador con una conciencia interna fenomenal. Pero bueno, no pudo ser.

–En realidad, dejó una obra vasta y extraordinaria. Hay algo que siempre me llamó la atención, y es su inicio como geólogo.
E.S.O.:
–Ah, sí. Es que era un personaje muy extraño. Muy particular. Lo apasionaba la ciencia en general. Entonces empezó como geólogo, hizo no sé cuántas carreras. Para colmo leía una barbaridad. Tenía cuatro idiomas que los dominaba perfectamente. Leía, hablaba y escribía en varios idiomas. Era de una familia de clase alta: su abuelo alemán tenía locura por el campo y el papá de mi marido, no pudo disfrutarlo mucho porque tuvo muchas hermanas mujeres. Y el papá, que era alemán, le había pedido que se ocupara del campo porque no había varones en la familia.

–¿Y usted?
E.S.O.:
–No tengo problema para los idiomas. Cuando estudié francés, la profesora me preguntaba si no tenía familiares franceses. Y no, siempre fui de raza española toda mi familia. En cambio, Héctor tenía el abuelo alemán y el papá argentino, una mezcla. Le tocó una época fea porque era la época de Hitler y todo eso marcaba muchas cosas. Empezaba a ser todo muy duro. Pero él, que ya se hacía hombre, se dio cuenta de lo que estaba sucediendo para el mundo entero. Creo que él sufrió bastante, en cambio yo no: en ese sentido tuve mi colegio normal de toda la vida. Papá era español, nacido en España…

–¡Sánchez!
E.S.O.:
–Sánchez. Mamá era Weiss. Que según parece, le explicaron que eran gallegos y el gallego tiene mucho de celta. Como era Weiss en inglés, ellos lo pronunciaban como Beis, entonces lo escribieron siempre con W. Entonces alguien, en algún año, que no se sabe cuál, le puso directamente Beis, con b larga y se acabó. Es el único Beis que tiene ascendencia y no tiene W. Esas correcciones que se hacían en esos tiempos para que sea fácil, porque si no era complicado con la W.

–Siempre es un gusto hablar con usted porque es una buena conversadora, una persona siempre alegre. Sin embargo, es inevitable hablar sobre lo que pasó con su familia…
E.S.O.:
–Hay que hablar de eso, también. No para multiplicar los hechos aberrantes, porque ya no hace falta, se saben. Pero sí para que se sepa que la Argentina tuvo un momento en la historia que fue una vergüenza, y eso no se tiene que olvidar. No para mantener un odio, sino porque esas cosas viene bien mencionarlas históricamente. No como venganza o dolor. Fue un crimen total, pero salimos adelante. Tenemos una juventud ahora que es maravillosa.

–Vamos a sumarlo a Fernando. Vos sos de 1975, un año durísimo. No tenés a tus dos padres, no tenés a tus tíos, no tenés a tu abuelo, buscás un hermano. Y, sin embargo, te veo como la veo a Elsa, con enormes ganas de vivir…
E.S.O.:
–Fantástico. Es fantástico.

Fernando Araldi Oesterheld: –Bueno, qué va a decir, es mi abuela. Yo nací en el ’75. A mi vieja, a Diana, la secuestran en el ’76 y a mi papá en el ’77, con un año de diferencia casi exacto. Busco un hermano, y en la familia buscamos un hermano y un primo, que sería el hijo de mi tía Marina, la más chica de las hermanas Oesterheld. Con mi abuela tenemos esa cosa de tener la historia encima, pero en mi caso la vivo de una forma bastante particular. Siempre asimilándola, sabiendo que uno tiene esa historia encima desde hace mucho, pero siempre de la mejor manera posible para que no se creen trabas que impidan avanzar.

–Vos luchaste por recuperar la casa de tus padres, donde Albornoz, un jefe de policía de Tucumán, criminal sanguinario, secuestró a tu madre, y que después fue el responsable de su traslado a Campo de Mayo.
F.A.O.:
–Sí, en el año 2005 inicié una causa penal porque me enteré que en la casa de Tucumán, donde nosotros vivíamos, había quedado viviendo en el año ’76, una chica de unos 20 ó 21 años que pertenecía a la Policía, María Elena Guerra, que era como una amante del Tuerto Albornoz. Él le dejó la casa, y durante mucho tiempo ella la reclamaba porque decía que había pagado los impuestos. Finalmente, en 2008 o 2009, la recuperamos y desalojamos a esa mujer. Todavía no se abrió un juicio contra ella en particular por ese delito. Sí fue enjuiciado Albornoz, en la causa general, con Buzzi, Menéndez, Zimerman y tantos otros. La casa quedó para el tipo que había nacido ahí, el hijo del señor que se la había vendido a mi papá. Una familia con muchos problemas económicos. Para mí, lo que más valor tenía era recuperar la casa para ver si saltaba algún dato de qué había pasado con mi mamá y, sobre todo, con el bebé, cosa que nunca sucedió. Como ocurre en general: son enjuiciados los responsables, pero nunca dicen dónde están los cuerpos, ni los chicos que se robaron. Los sentimientos son encontrados. Están perfectos los juicios, pero falta eso. Y lo de Campo de Mayo no sé si es tan claro con lo de mi mamá. Tengo información de que a ella la matan directamente en la Jefatura de Policía de Tucumán, así que no sé lo del posible traslado a Buenos Aires.

–Y a tú papá lo matan en la frontera de Catamarca con Tucumán.
F.A.O.:
–Sí, no lo secuestran. Directamente, en un enfrentamiento lo matan.

–Elsa, Martín es el otro nieto...
E.S.O.:
–Fue muy difícil. Pero yo sabía que iban a salir adelante, independientemente de mí. Vivieron los cambios que fueron terribles. El comienzo fue vivir sin su mamá, no conocerla. Eso es tremendo, porque no hay explicación para una cosa semejante. Fueron las cuatro chicas, dos que tuvieron hijos, y les tocó a ellos crecer con lo que tuvieron que crecer y vieron cosas que ningún otro chico vio. La matanza de la juventud, mayoritaria en ese momento, fue atroz. Los chicos que hemos recuperado se criaron con gente extraña y hoy están con su nombre y su historia legítimamente descubierta. Son increíblemente maravillosos, yo no puedo creerlo, cuanto más los veo no lo puedo creer. Son chicos que han comprendido y construyen su historia.

–Como usted se ha podido apropiar de este tejido, como todas las Abuelas que han hecho una causa común y han podido compartir esto que para muchos es casi inexplicable.
E.S.O.:
–Era difícil aceptarlo. Yo misma, también, tenía miedo de que no fuera lo que se creía con el chico que es de uno y quizá no lo es. Había mucha desconfianza hasta que se avanzó con el ADN. Ahora está cada vez más perfeccionado. Y los nietos son admirables, yo los amo.

–Fernando, de la fotografía pasaste al estampado de remeras. ¿Cómo estás con la imagen? Tu abuelo era el tipo que imaginaba cosas que después se tenían que dibujar, más allá del texto. Vos te volcaste por la imagen. Me gustaría una explicación de si vos creés que tiene algo que ver con la historia de tu abuelo o si creés que surgió porque sí.
F.A.O.:
–Empecé hace bastante. A los veintipico arranqué con fotografía, pero hoy me interesa más que nada la escritura. Supongo que viene por el lado de la familia. Obviamente, mi abuelo, mi mamá escribía, mis tías también, y es algo que tengo bastante arraigado.

–Y vas por la poesía.
F.A.O.:
–Sí, bueno, por ahora me interesa esa veta de la escritura. No tanto la narrativa, tal vez más adelante, no sé. Con la imagen empecé pasados los 20: me interesaba la fotografía. Después fue decantando en la escritura con la idea de comenzar algo más sólido. Con lo del estampado de remeras, sé que tengo el derecho de reproducir la imagen de El Eternauta en cualquier formato. Pero es algo tan universal que se me va de las manos. Quizá pueda estampar cosas de mi abuelo, pero era un proyecto que tenía que ver más con la fotografía.

–No está lejos el día en que la abuela vea al nieto queriendo estampar a Bull Rocket en una remera...
E.S.O.:
–La vida es permanentemente cambio. Tengo una vida muy difícil de vivir por el hecho que ya conocemos todos. Eso no se puede superar, pero sí decidí hacerlo en algún momento dado, y eso se lo tengo que agradecer a Cristina, porque me sacudió. Yo era una persona muerta en vida, los chicos ya tenían su vida hecha. Y tuve la responsabilidad de cuidar a mis nietos. Tuve, aunque perdí la fe y no soy demasiado creyente, algo en qué creer. Aferrarse a ser una buena persona, no equivocarse, y eso fue lo que yo hice. Sin vanidad de ninguna especie. No puedo decir que pasé una buena vida, fue a prueba de todo. Hoy me siento en paz, no he hecho daño a nadie. Ese nunca más es la señal de que estoy viva. Si yo cometo un error me duele, me hace un daño terrible aunque sea una pavada. Tenemos que estar contentos de la vida. La vida es como es y hay que aceptarla y venerar tenerla, porque te da la oportunidad de ser mejor todos los días, si se quiere. Y hace a los que están alrededor de uno mejores. En este momento tengo mi último bisnieto.

–¿Hijo de Martín?
F.A.O.:
–Claro, Martín tiene tres.
E.S.O.: –No tiene un año todavía. Ahora cuando lo veo y me mira se ríe. El otro día se enojaba porque lo tenían en brazos y yo pensé que quería darse vuelta para venir conmigo. Lo que él quería era acariciarme con sus manitos, pero no estar en brazos. La conciencia de ese nene, que quería demostrarme esa ternura que yo le doy a mi manera, él me la demostró de otra manera. Es muy lindo eso y me pongo contenta cuando me pasan esas cosas.
 
Oesterheld, un dolor indescriptible, un compromiso total
Héctor Germán Oesterheld fue secuestrado, a los 58 años, el 27 de abril de 1977. Su vida, la del máximo creador de personajes y relatos para las historietas argentinas, terminaba poco tiempo después en un campo de concentración o en el mar. No se sabe. Su calvario estuvo precedido por el secuestro de las cuatro hijas que había tenido con su esposa, Elsa Sánchez. Podría decirse que Elsa tuvo las hijas mientras Héctor soñaba y paría los personajes que entretuvieron e hicieron pensar a millones de argentinos. Todo sucedió en la década del cincuenta. El Sargento Kirk nació al papel de diario en 1952 y El Eternauta, en 1958. En ese lapso nacían Estela, Diana, Beatriz y Marina, las cuatro bastante seguiditas. Se las puede ver, en la foto de familia, junto a sus padres. Todas sonrientes, todas con sus muñecas. Elsa sólo pudo recuperar el cuerpo de la primera secuestrada, Beatriz, que tenía 19 años y fue chupada en mayo del ’76. Después secuestraron a Diana, de 23 años, en agosto del ’76. Diana estaba en pareja con Raúl Araldi. Habían tenido un hijito, Fernando, y Diana estaba esperando al segundo o a la segunda, con un embarazo de siete meses. Un año después, Raúl era detenido y fusilado. A fines del ’76 secuestraron a Marina, de 20 años, que estaba embarazada. Sobrevivía Estela, la mayor, que vivía con Raúl Mórtola y tenían un hijito. Los mataron en el ’77, el mismo año en que secuestraron a Héctor.
Elsa se quedó con demasiadas pérdidas y con dos nietos. El otro día vinieron Elsa y su nieto Fernando a La historia en debate. Mi agradecimiento, mi emoción, mi dolor, mi incomprensión, mi desborde, mi cariño y mis lágrimas están en un revoltijo. Todo junto. No tengo mucho para escribir. Hay sentimientos que no se pueden configurar en palabras. Lo único que puedo expresar es que quiero ser cada día mejor persona, que quiero cada día vivir del recuerdo y del ejemplo de quienes tuvieron la valentía de enfrentar la injusticia y de pelear por una sociedad más justa. Puedo decir, con orgullo, con humildad y con compromiso que formé parte de esa generación de Beatriz, de Diana, de Marina y de Estela. Que al gran Héctor Oesterheld lo leía en la cárcel de La Plata en las historietas que nos traían la madre de Alberto Elizalde, la de José Brontes y la mía, entre otras madres. Leíamos las historietas en el momento mismo en que a Héctor lo tenían en un campo de concentración y quizá no podía ni leer sus propias historietas. El domingo pasado, día del padre, fui con mi mujer y mi hija a poner una plantita en una plazoleta que lleva el nombre de mi madre, en la calle Cochabamba. Ese 17 de junio era su cumpleaños y un rato antes había recibido un correo de Taty Almeida, porque un 17 de junio secuestraron a Alejandro, su hijo mayor, y solemos mandarnos un abrazo en esa fecha. De la mano de mi mujer y mi hija caminé unos metros. Fuimos a ver las placitas hechas en homenaje a las madres de Alberto y de José. No es justo dejar de llorar a las víctimas. Pero es injusto no pelear día a día por un mundo mejor. Mi sentido homenaje a Héctor, a Beatriz, a Diana, a Marina, a Estela, a los dos Raúles, a Matilde, a Delia, a Ramona y en ellos a los 30 mil.
 
Fuente: Miradas al Sur

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