jueves, 24 de enero de 2013

LA CONFIANZA DE UNA COMUNISTA


Teresita Asilvera se fugó de una cárcel de la dictadura de Stroessner en diciembre de 1969. Desde entonces, vive en Argentina. Para ella, querellar a los represores es el único camino para frenar la matanza de campesinos en Paraguay.

Por Exequiel Siddig


Si no contás lo que hace tu padre te vamos a violar”, le prometieron, en guaraní. La noche anterior, Teresita había sido apaleada, torturada, humillada como tan sólo sabían los cóndores militares de Sudamérica. Teresita, antes de que se consumara la amenaza, muerta de miedo, pidió a un oficial jovencito y piadoso que le trajera un café con leche del bar de enfrente, y una gillette. Apoyó contra su pecho a su hijita Norma, de tan sólo dos años, presa también, y esperó el mandado. Luego, con moretones, su espíritu magullado, se sentó en una silla, puso a su hija en otra, le dió la taza de leche y estiró el brazo para que la muñeca de su mano derecha empezara a embadurnarle la piel con ese pavor morado de su cuerpo. Corría zaparrastrosamente el año 1965. Teresita Asilvera, acusada de ser “hija de comunista”, 23 años, militante de la Federación de Estudiantes Democráticos Revolucionarios (el Fedre) del Paraguay, en esa silla totalitaria, con su hijita pidiéndole la leche, "el tete, mamá, el tete", estaba dispuesta a dejarse morir. No pudo.
Desde diciembre de 1969, Asilvera vive en Argentina, expatriada. Actualmente, es defensora del Pueblo Paraguayo ad honórem en el país. Ante el golpe institucional contra el presidente Lugo la semana pasada, se tomó un micro y en la noche del domingo participó en Asunción de Micrófono Abierto, el programa de la tevé pública paraguaya. El mensaje fue el leitmotiv de una campaña que realizó junto con el Colectivo de Mujeres Detenidas Políticas Paraguayas en Argentina: "Querellar a los represores es frenar la matanza de campesinos". En su cuerpo lleva las marcas de su saber: se cumplían 47 años de su segundo secuestro a manos de la policía de Alfredo Stroessner.
Teresita es una tromba incansable de militancia alegre a sus 72 años. Las heridas arden, sin embargo. Y quizás arderán siempre en la vida de Teresita. Cuenta que el otro día, viajando en colectivo, escuchó a una nenita decir a la madre: "Vamo’a ata, mamá". Era lo que le decía Normita el primer día del encierro en la comisaría de Asunción. El miércoles pasado, cuando contó la historia a Miradas al Sur, esa noche, no pudo dormir. Teresita es parte de una historia oculta en los manuales de los colegios argentinos. ¿Por qué la comunidad paraguaya es la comunidad más numerosa de argentinos nacidos en el extranjero? Hay un porqué.


* * *
La noche de la Navidad de 1968, luego de una serie de traslados, Teresita Asilvera cayó junto con su prima María Candelaria Ramírez en lo que se conocía como "La Técnica", un centro de detención y torturas "donde funcionaba una oficina de la CIA". La tiraron –según revisa el pasado Teresita– en la habitación que usaba un espía de la Europa oriental al servicio de los estadounidenses, muerto frente al cine Splendid dos años antes. Cierto día logró a través de su tío, Juan Escalante, el párroco de la Iglesia San Roque, un cura tercermundista, que la dejaran hacer lo que sabía: ropa de alta costura. Escalante habló con una alumna de él en la Universidad Católica, a la sazón hija del ministro del Interior. Una máquina de coser fue a parar a la celda de Teresita. Con el dinero comenzó a comprarle una vianda a una vecina de su casa. El inodoro era una lata de leche en polvo Nido, pero a comparación de las detenciones pasadas, Teresita estaba bien. Su hija había vuelto con la abuela, cada tanto se quedaba con ella.
Dos compañeros, Lucas Ocampo y "Olazar" habían obtenido salidas transitorias los fines de semana. Teresita aprovechó los ánimos de un partido de fútbol de Cerro Porteño en Paraguarí. Pidió hablar con el comisario, Arturo Hellman. Le dijo que habían pasado años, que era inocente, que se apiadara, que quería visitar a su madre.
–Usted siempre tiene beneficios acá –le contestó el policía–. Su tío la lleva a la atención odontológica, tiene médico cuando lo necesita. Pero al fin y al cabo usted nunca me concede a mí nada.
Teresita le explicó que ella estaba inhibida, "como un animal que está encerrado". Le prometió que si la dejaba visitar a su mamá, esa noche él no dormiría. Ensayó una mirada lasciva, mentirosa. Por supervivencia, lo logró; Hellman entonces dijo que sí. Le pidió a un tal oficial Mareco que la llevara. Una vez afuera, dentro del colectivo, pasaron por la Comisaría 3ª, "un cementerio para los dirigentes comunistas". Teresita sacó 100 guaraníes de su bolsillo. "Tomá, Mareco, andá a llevarles comida, pobrecitos." Lo miro con ojos de perro desolado. Mareco le hizo prometer que no se escaparía. Teresita le juró. Mareco bajó del bus; ella jamás fue a la casa de la madre.
Se fue directo a la zona de las embajadas. Era domingo. A las 6 pm tenía que volver a su cárcel. Eran las 3 de la tarde. Habló con la mucama del embajador chileno. "Dice el señor embajador que si no se retira va a llamar a la policía." Se fue. Habló, como gritando en voz baja, con la mucama del embajador mexicano, que estaba en un balcón, al lado. "Los señores se fueron de camping, vuelven tarde." Teresita sintió la desesperación torciendo en la esquina de su cuerpo tembloroso. "Pero fíjate acá al lado –le dijo la mujer–; ahí vive el embajador de Uruguay." Gracias. Tocó. Zulma, la empleada, le abrió en seguida. "Dijo el embajador que si alguien venía en tu circunstancia que le abriera. Pasá." Teresita se arrodilló en la cocina y esperó a que el diplomático llegara.
El cura párroco Escalante costeó el pasaje en Pluna. Asunción-Montevideo-Aeroparque. En Buenos Aires vivían tres hermanos de Teresita. Un auto oficial de la República Oriental del Uruguay la llevó al aeropuerto. Tenía una bolsita de papel y unos zapatos que le había regalado la cuñada del embajador uruguayo, Toyos, que volvía con ella. Normita ya estaba en una guardería de la calle Jujuy, en la capital porteña; se había ido en bote con una amiga de su madre. La historia del encuentro es una novela en sí.
Sólo es necesario saber que Teresita recompuso su vida poco a poco. Enseguida, su prima hermana le consiguió trabajo en la casa donde ella misma se ganaba el pan como "mucama de comedor". Es que Mercedes Asilvera era muy linda; a la patrona, Susana Mitre de Pereyra Iraola, nieta del general Bartolomé Mitre, le gustaba pavonearse con ella. Teresita Asilvera ingresó a la mansión como la quinta costurera. Pronto se ganó el favor de Susanita, la bisnieta, a la que le hizo el vestido de alta costura para participar del casamiento de la nieta de Winston Churchill, en Londres.
Después de años de persecución, prisión y desgarro, Teresita Asilvera había llegado a Buenos Aires. El primer destino fue en una casa de los descendientes del verdugo de su pueblo durante la Guerra de la Triple Alianza. Se volvió a casar. Tuvo otros dos hijos, Malvina Soledad y Carlos Hernán. Antes del brindis de fin del año 1969, el comisario Hellman fue a la casa de Doña Antonia, madre de Teresita, y la increpó: "Ve lo que pasa por creer en un comunista". El cura Escalante se las arregló para decirle al oído que su hija iba a estar bien, que viviría. Su padre, en medio de las enseñanzas de El Capital, le dijo que si el hombre tiene un objetivo, lo debe cumplir como una ley.
Hay que ver cómo cumple su destino, Teresita. Cómo sonríe, Teresita. Con qué ganas vive, Teresita Asilvera.


Fuente: Miradas al Sur

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