miércoles, 22 de agosto de 2012

LOS PRIMEROS EGRESADOS DEL PADRE PEPE

Educación / Aprendizaje en contextos desfavorables. Un grupo de 15 jóvenes concluyeron sus estudios secundarios en el instituto que, en 2009, fundó en la villa 21-24 de Barracas.
 
Por Silvina Premat.
 
"En mi familia soy la primera que terminó el secundario", contó a LA NACION Flavia Fernández, que había empezado y abandonado el estudio en tres oportunidades en otras escuelas hasta que su mamá la obligó a ir al secundario de la parroquia. Ahora Flavia no oculta su alegría por haber podido terminar y atribuye a su novio y a los preceptores el aliento que necesitó en muchos momentos para poder concretarlo.
A tres años de su apertura, el secundario de la parroquia de la villa 21-24 de Barracas, la primera escuela porteña de gestión social, dio a luz sus primeros egresados.
Cuando se inscribieron en el Instituto Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé, en agosto de 2009, venían de experiencias frustradas en otros colegios ubicados fuera del barrio donde nacieron y crecieron la mayoría de ellos.
De los 60 inscriptos aquel primer año, 45 comenzaron a cursar y 15 recibieron días pasados el diploma de manos del vicario para la Educación del arzobispado porteño, padre Juan Torrella.
Natalí Guerreño, de 21 años, es otra de las flamantes graduadas. Desde la semana pasada es alumna del profesorado de Educación Inicial en el Instituto Santa Catalina, gracias a una beca gestionada por personal de Caacupé. Natalí no volvió a una escuela vecina a la villa porque repitió primer año y porque se había sentido marginada por la zona donde vivía.
"Algunos chicos decían cosas y también algunos profesores las seguían y a mí esto me bajoneaba un poco", recordó. Después cursó dos años en un bachillerato pero lo dejó para viajar a Chaco a conocer a su padre. A los 17, se anotó en Caacupé. Para entonces tenía una hija de un año y luego tuvo otro bebe. "Pude seguir porque mi mamá me cuidaba los chicos", contó.
El primer grupo de alumnos del Caacupé fue protagonista y testigo del nacimiento de este colegio, que comenzó a funcionar en tres aulas del primer piso de la parroquia y que ahora cuenta con otras tres construidas con fondos del Ministerio de Educación de la Nación.
"Mientras construían las nuevas aulas cursamos en el Hogar de Abuelos, en el jardín de infantes y en otros lugares", recuerda Aldo Alarcón, quien se anotó en el Caacupé para poder cuidar a su madre, que había sufrido un derrame cerebral. "Yo había hecho la primaria y el primer año en Avellaneda y no quería estudiar en el barrio porque había ciertos personajes con los que no me quería cruzar, pero ahora tengo un montón de amigos acá", planteó Aldo.
"Hoy esta secundaria ayuda mucho en todo el trabajo de prevención que hace Caacupé y también en el de recuperación para chicos que vienen de un período de desintoxicación de las drogas", afirmó el padre José María "Pepe" Di Paola, quien promovió la elaboración del proyecto pedagógico de ese instituto que lo vuelve único en su tipo.
De tres años de duración, está dirigido a adolescentes mayores de 15 años que viven en la villa 21-24 que hayan abandonado el secundario y contempla la posibilidad de cursado por materias para los jóvenes impedidos de seguir el sistema tradicional por problemáticas sanitarias o sociales. Se puede estudiar Informática, en el ciclo de marzo a marzo, o Electrónica, de agosto a agosto.
Después de años de trabajo de los docentes Jorge Yague y Silvia Sánchez, Caacupé abrió sus puertas con el apoyo de los gobiernos porteño, que paga los sueldos del personal, y nacional, que se comprometió con la construcción del edificio, cuya segunda etapa comenzará en los próximos días.
"Se cumplió uno de mis sueños", dijo en 2009 a LA NACION el padre Di Paola durante la inauguración del colegio, cuatro meses antes de su traslado a Santiago del Estero.
¿Cuál es la principal diferencia de este colegio con los que sus actuales alumnos conocieron antes? "Acá están los padres [los sacerdotes] que nos conocen y están siempre cerca y si no venimos van a preguntarnos qué nos pasa", respondió Aldo. "Sí, si no hubiese sido por los padres y los preceptores que me llamaban cuando empezaba a faltar, no hubiese terminado", confirmó Flavia.
Según el actual párroco de Caacupé, el padre Lorenzo de Vedia, la particularidad de este colegio es que "no es una isla sino que forma parte de la respuesta que quiere dar la parroquia a todo el barrio".
Antonio Navarro, director desde hace siete meses de ese establecimiento que tiene 162 alumnos, es también el profesor de gimnasia. "El deporte es una llave fundamental para apartarse de ciertos vicios", recuerda, y destaca los talleres de orientación para la vida que comenzaron a hacerse allí y en los que se abordan temas como la adicción a las drogas, el embarazo adolescente o distintos problemas familiares.
 
Fuente: La Nacion

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