lunes, 20 de agosto de 2012

LA PATRIA Y LA EPICA EN EL SIGLO XXI

Por Eduardo Anguita       

Con el genocidio, la Patria quedó asociada a la dictadura cívico-militar. No es un dato menor que quienes entregaron por décadas la Patria se hubieran quedado con semejante capital simbólico.
       
En la madrugada del 17 de Octubre de 1945, Juan Perón había sido trasladado al Hospital Militar, que por entonces estaba en Brasil y Paseo Colón, a pocas cuadras de la Casa Rosada. Estaba lanzado el paro general para el día siguiente y el repiqueteo de las radios –el medio de comunicación del pueblo por entonces– hizo que los trabajadores, masivamente, se adelantaran a la convocatoria de la CGT. La gota que había colmado el vaso era que el general Edelmiro Farrell había puesto en la Secretaría de Trabajo y Previsión cuatro días atrás a un tal Juan Fentanes, quien salió –también por las radios– a decir que el 12 de octubre era “feriado no pago”. La ceguera de muchos empresarios hizo que, ante los reclamos, la respuesta fuera “vayan a cobrárselo a Perón”, que ese día estaba preso en la isla Martín García. Pero, claro, dos años sostenidos de conquistas sociales eran demasiado. Ese fue uno de los tantos desatinos del gobierno militar, que no quería pasar a la historia como una prolongación de la Década Infame pero que tampoco se animaba a profundizar el modelo, si se permite una licencia de la retórica actual. En ese frenético 17 de Octubre, mientras la Plaza se llenaba de cabecitas negras, Farrell intentaba vanamente que el entonces coronel hiciera algo para que los trabajadores volvieran a sus casas. “Queremos a Perón”, clamaba la multitud. Desestimando la propuesta del ministro de Marina, Héctor Vernengo Lima, que consistía en reprimir salvajemente, Farrell decidió ceder y pidió dialogar con Perón. De la reunión salió un cronograma electoral y el desplazamiento inmediato de Vernengo Lima entre otras cosas. Luego, Farrell y Perón, juntos, entraron a la Casa Rosada. Eran las 11 de la noche y nadie se había ido de la plaza, pese a las horas de espera. “Venga, hable”, recuerda Perón que le dijo Farrell. Cientos de miles de gargantas gritaron al unísono el nombre de Perón. “Imagínense –sigue Perón–, yo ni sabía lo que iba a decir… ¡Tuve que pedir que cantaran el Himno para poder armar un poco las ideas!” Alguien le había alcanzado una bandera celeste y blanca que el coronel hizo flamear de un lado a otro y el coro popular gritó “¡Ar-gen-tina! ¡Ar-gen-tina!” La mezcla de picardía y didáctica de Perón puede llevar a una interpretación banal eso de recurrir al himno nacional para “poder armar un poco las ideas”. Sin duda, como lo definió Raúl Scalabrini Ortiz, ese día emergía el subsuelo de la Patria. No otra cosa. Era la conjunción de factores que hacían, por entonces, que la idea de Patria asociara el reclamo popular con el líder, la bandera y el himno. Pasados los años, hubo una Patria Peronista y una Patria Socialista. Una conservadora y derechista, la otra de izquierda y revolucionaria. Con el genocidio, la Patria quedó asociada a la dictadura cívico-militar. No es un dato menor que quienes entregaron por décadas la Patria se hubieran quedado con semejante capital simbólico.
Margarita Belén y el Che . Estos días se revivió la Masacre de Margarita Belén, aquel fusilamiento donde murieron 22 prisioneros por orden de los jefes de la dictadura a finales de 1976. Muchos de ellos fueron sacados de la cárcel de Resistencia el 13 de diciembre. Néstor Sala, un militante montonero, dijo unas palabras que quedarían como legado antes de aceptar que él y sus compañeros fueran sacados del penal porque cualquier resistencia mínima iba a conllevar una tragedia mayor. “Compañeros, sé que nos sacan para matarnos”, empezaba. El final es tan conmovedor como lo son las cartas de Manuel Borrego o de Juan José Valle ante el cadalso: “Cuéntenle a nuestro pueblo por qué nos asesinan y por qué decidimos morir de pie. Chau compañeros, cuídense… ¡Libres o muertos! ¡Jamás esclavos!” Del subsuelo de la Patria, que esa vez fueron las gargantas de quienes se quedaban en la cárcel brotó la Marcha Peronista, acurrucada, como tantos símbolos populares ante la impiedad de la cultura del no te metás impuesta por los genocidas.
El cineasta Tristán Bauer hizo un aporte muy interesante para resignificar el mensaje de Ernesto Guevara en su carta de despedida a Fidel Castro y al pueblo cubano antes de partir a Bolivia, para ponerse al frente de la guerrilla en 1965. En la investigación de la película Che, un hombre nuevo, que le llevó diez años de trabajo, plantea que la despedida de esa carta no es –como todos creemos–: “Hasta la victoria siempre. Patria o Muerte. Venceremos”, sino: “Hasta la victoria. Siempre Patria o Muerte. Venceremos.” Es decir, el siempre (un calificativo potentísimo, que conlleva la idea de la inmortalidad) es para la Patria y no para la victoria. La Patria que llevaba el Che en el mensaje era la de José Martí, la de los patriotas de la Independencia, la Patria Grande, que en algún momento fue llamada “latinoamericana” en contraposición a la América sajona de la doctrina Monroe y que ahora puede ser oxigenada con la visión multicultural y multiétnica que alienta el sostenido resurgimiento de los pueblos de la región.
Globalización y patria. Cada vez que se piensa en la era posindustrial aparece como un mito la verdad tecnológica. En las comunicaciones, en la formación de la conciencia de las nuevas generaciones y, también, en el poderío bélico de las grandes potencias. Solidario con esa visión se desliza la idea de que los sujetos sociales colectivos pierden fuerza ante seres humanos sumergidos en una computadora que desarrollan hasta límites increíbles su individualismo. Si algo sucedió en los últimos meses fue que los pueblos ganaron las plazas. Sucedió en Marruecos y Egipto, claramente, y otros pueblos árabes no pudieron hacerlo porque fueron reprimidos o entraron en procesos de guerra civil abierta. La plaza Tahrir de El Cairo puede tener muchos o pocos puntos en común con La Puerta del Sol de Madrid. En un caso, las protestas fueron contra un dictador, y en el otro, contra los planes de ajuste y en repudio a una clase política que con su bipartidismo resulta funcional a las corporaciones financieras y a unas pocas empresas privadas. La contrapartida a la protesta social de algunos grupos militantes, en el caso de los países europeos, es la derechización del electorado. Y aquí viene un punto interesante. El racismo de sectores medios –desde España hasta Noruega– no responde a la idea de Patria en un sentido decimonónico, sino a un desprecio directo a los inmigrantes que ocupan lugares subalternos en la actividad laboral. Hasta 2009, ser taxista u obrero de la construcción era para centro o norafricanos, para europeos del este, turcos, latinoamericanos o de algunos países asiáticos. Mientras la crisis no golpeara fuerte, la convivencia podía tener picos de tensión pero resultaba factible. La crisis dejó a los partidos socialdemócratas en igualdad de condiciones que los conservadores a la hora de ajustar por el eslabón más débil. El aumento de la desocupación radicaliza a sectores conscientes y medianamente organizados, al tiempo que despierta xenofobia y nacionalismo represivo en una buena parte de la sociedad.
El resurgimiento del espíritu de Patria Grande que vive América del Sur fue tratado con desprecio por buena parte de la intelectualidad integrada a las visiones eurocentristas. Basta recordar el repiqueteo del mote de “populistas” a todos los mandatarios y partidos políticos. En 2005, con un pensamiento profundo, pero como reactivo a esa ola, Ernesto Laclau publicó un libro señero. La razón populista sirvió, entre otras cosas, para dejar de sentir que los movimientos populares sólo están en las márgenes del pensamiento. Laclau forma parte de una cantidad de historiadores que todavía creen en el valor de lo popular y desafía a la tilinguería intelectual con una inteligente resignificación del concepto de populismo y rescatando las ideas de pueblo y Patria como dos categorías que van de la mano. Para evitar esquematismos, vale la pena recordar que Laclau reside en Londres desde hace muchos años,w porque fue convocado por uno de los historiadores vivos más importantes, Eric Hobsbawm. No es casual que Evo Morales, Hugo Chávez o Cristina Kirchner se hayan mostrado tempranamente lectores de La razón populista y hayan compartido horas con el autor. En buena hora podrían leerlo algunos socialistas españoles o franceses, por ejemplo, que tan huérfanos se sienten de ejemplos para alimentar una épica transformadora.

Fuente: Miradas al Sur

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