miércoles, 15 de agosto de 2012

LA NOCHE DEL APAGON, UNA METAFORA DEL PROCESO

Dictadura cívico militar. La justicia está pensando a una sociedad que muchas veces no quiere ser pensada. Para eso está el Derecho.

Por Guido Croxatto.

Hubo un momento en que la noche jujeña se hizo de noche, pero el silencio de muchos hizo que esa noche, en 1977, fuera aun más siniestra y oscura. Nadie vio nada. Nadie sabe cómo se cortó –qué mano infame cortó– el suministro de energía. La justicia está dando, 30 años después de la masacre ("Acá todos sabemos que hay gente a la que se llevaron en camiones de Ledesma y ya no se supo más de ella", contó una joven con miedo), un paso inédito: pensar la complicidad civil con el Proceso. Los recientes hechos en el Ingenio Ledesma pueden ser tomados como una muestra, un indicio bastante cierto, de los enormes desafíos que la justicia argentina tiene por delante. La sociedad y la democracia tomaron la resolución de señalizar el espacio vasto donde muchos fueron secuestrados. Pero no es sólo eso. Es también la reacción infame de quienes a poco de señalizado el Ingenio Ledesma (por miedo, o complicidad), rompieron el cartel de la memoria. Muchos no quieren recordar. Muchos se oponen a que el pasado se sepa. A que sea señalado con nombre y apellido. En el lugar donde el pasado sucedió. Donde las vidas se perdieron.
Muchos medios tienen razón cuando dicen que su deber esencial es el irrenunciable deber de informar. Ese deber abarca a todos los medios. A todas las épocas. A todos los países. Es un deber que no admite interrupciones. Peros. Excepciones. Desaparecidos de la palabra. Ni medias tintas. Había que hacer tapa los vuelos de la muerte. Había que hacer tapa los centros clandestinos de detención y tortura. Pero esa tapa nunca llegó. Los desaparecidos no tuvieron, en siete años de dictadura, un titular. El deber de informar de la prensa argentina no los alcanzó. Su desaparición, su tortura, su secuestro, el robo de los hijos, no eran noticia. Estaban ocultos. El Río de la Plata, el skivan 07, el pentotal sódico, los estudiantes universitarios "que andaban en algo raro" y después desaparecerían, no fueron alcanzados por el deber de informar. Mi madre me cuenta que estando ella en la UBA, en un instituto de investigación, contó a su directora de trabajo que habían ido a buscar a un hombre por la noche. Se lo habían llevado. La respuesta que mi madre, entonces una joven investigadora en Historia (recalco la disciplina), obtuvo de esta profesora, que aún vive, fue la siguiente: "Usted siempre condoliéndose por todos." También le pidió esta historiadora –que todavía da clases en Argentina– "contar si ve compañeros que son extraños (subversivos)". Mi madre nunca abrió la boca. Tal vez su silencio le habrá salvado la vida a alguien. Esos –que despreciaban a mi madre por atreverse a hacer un comentario valiente en medio del Proceso– son los historiadores que impugnan ahora "la tergiversación" de la historia (académica, de la que ellos y su complicidad son jueces últimos) que hace el gobierno. Muchos prefieren la vieja historia porque esa historia vieja no los señala. Hay que ponerle nombre y apellido a la mentira. A la complicidad. Al silencio. Los jóvenes tenemos que reescribir la historia porque muchos pedazos de la historia que recibimos y aprendimos están manchados de sangre. Grandes pedazos de la historia que aprendimos fueron escritos y enseñados por profesores cómplices que niegan toda su responsabilidad. En el doctorado en la UBA, por ejemplo, un profesor me dijo que las obras de David Viñas –cuyo trabajo sobre la Conquista del Desierto yo defendí con ahínco en un curso– no tenían valor porque provenían de un "comunista"; esa palabra, la forma en que la pronunciaba en esas aulas un profesor ya mayor que vivió y defendió el Proceso, es mucho más que un calificativo ideológico despectivo, es un certificado de muerte, es avalar la desaparición "por comunista". No voy a poner ahora los nombres. Mi pregunta es cómo pueden enseñarnos ellos la historia. Qué historia nos están enseñando. Y qué hacemos nosotros ante esa Historia.
El país está atravesando un momento decisivo que pocos países en el mundo han dado. La justicia está pensando a la sociedad. La justicia está pensando a una sociedad que muchas veces no quiere ser pensada. Para eso está el Derecho. Se trata de saber, en un momento histórico en que la justicia comienza a transitar el difícil y sinuoso camino de la complicidad con el Proceso, si uno apoyó o no la tortura, qué se hizo desde cada sector por acabar con el horror que enlutaba a los argentinos. Si la prensa, los empresarios, la Iglesia, que tenían –porque todos tienen– el deber de informar a la sociedad lo que sabían que estaba pasando, decían también "yo no sé". Si elegían mirar para otro lado mientras a miles de argentinos los mataban o arrojaban al río. ¿Con qué honestidad se puede defender ahora, con todos esos muertos no reconocidos, el deber de informar? ¿Qué significa un deber tantas veces quebrado?
El juicio para determinar si existió un plan sistemático para el robo de bebes fue un juicio para determinar también qué hacía la sociedad (y qué hacían los abogados, qué hacía el Derecho, qué hacía la Constitución, qué hacía el periodismo) ante ese plan. La prueba de que hubo un Plan Sistemático para el Robo de Bebés es la prueba de algo aún mayor, es la prueba de algo aún más grave, es la prueba de que hubo una sociedad –y un periodismo– que calló ante el abismo. Que no vio nada. Los que mantienen el silencio (y defienden la impunidad) son los conservadores que han reaccionando ante la derogación de las Leyes de Impunidad del Proceso. Muchos están genuinamente preocupados de que llege la hora de que se analice más de cerca su rol. Su participación. Su anuencia. Parece raro que para medios que tienen "el deber de informar", para esos mismos medios todos los desaparecidos, todos los centros de tortura, ejecuciones, les fueran del todo desconocidos.
Por eso muchos medios fueron durante años enemigos declarados de la justicia. Cómplices de la impunidad. Y el silencio. Porque habían renunciando, desde mucho antes, al deber de informar. Muchos decían que no había que volver atrás. Que no había que volver al pasado. Porque en el pasado ese deber de informar se hizo trizas. Fue aplastado por los mismos que se llenaron la boca en su nombre. Por ejemplo, en Jujuy se había renunciado al deber de informar. Por eso es importante la memoria. Gelman tenía razón cuando decía, al ganar el Cervantes: están equivocados. Las heridas siguen abiertas. Nadie puede decir que Gelman sea conservador. Las víctimas no son, por definición, conservadoras, porque luchan por reivindicar un derecho que no tienen. La Noche del Apagón fue mucho más que eso. Esa noche se apagó mucho más que la luz. Se apagó la verdad, la libertad. La dignidad. Se apagó el deber de informar lo que estaba pasando. Página 12 citó a Hilda Figueroa, una de las secuestradas durante uno de los apagones, que dijo "Blaquier sigue sometiendo al pueblo jujeño aún hoy. A través de Ledesma supo instalar entre la gente la cultura del silencio, de la resignación." El deber de la prensa argentina es luchar activamente contra esa cultura. Contra ese silencio.
Por eso precisamente en notas pasadas tomo los comentarios de los lectores. Porque esos lectores expresan también lo que es la Argentina, dicen con menos elegancia y cuidado lo mismo que dicen, de modo soterrado, los medios que leen. Los medios condicionan a sus lectores. Muchos siguen diciendo "Por algo será". "Algo habrán hecho". "No te metás". En otro sentido, diríamos que los medios educan. Pero también pueden volver al hombre bruto, violento, ignorante. Nuestra tarea es poner en letras grandes lo que la gente cree que se lleva el viento. Que se puede decir sin consecuencias. Hay que hacerse cargo de lo que se dice. Los posts de los lectores importan mucho porque hablan. Por eso hay que cuidar el lenguaje. Hay muchos que olvidan lo que hicieron durante la dictadura. O lo que es peor: todavía lo reivindican.
Hay muchos que gozaron del poder, no sólo los militares, los funcionarios, o los empresarios. Hay artistas como Marta Minujín que en 1978, y no lo desdice en su biografía oficial, levantó un obelisco de pan dulce, que en un gesto pantagruélico –acorde con los desbordes de la dictadura– la gente comió o se los llevó a su casa. Pero ahora es una artista muy valiosa y que le hace bien al país. Mientras la gente desaparecía, era torturada, Minujín levantaba un pan dulce. Hay que pensar el rol del arte. La vinculación o desvinculación del arte (y del artista) con la democracia. Hay mucho para decir. El debate de la memoria es también un debate generacional. Un debate de generaciones. Un debate entre los medios, ciudadanos y políticos "que no sabían" lo que estaba pasando, que comían pan dulce y miraban fútbol. Y los que, con las Madres y Abuelas, se atreven a saber. Esto es lo que cambió en la Argentina. El crimen no se ampara ni se silencia. El crimen no se disimula ni se justifica. Se juzga. La justicia argentina asume hoy el deber que la prensa argentina no asumió durante largo tiempo. El deber de informar sobre lo que estaba pasando. Sobre planes sistemáticos. Robos de vidas. Centros de tortura.
Muchos dicen (se atreven a decir) que el gobierno hace sólo gestos en Derechos Humanos. El kirchnerismo encarnó el final de la justicia simbólica. El final de los gestos. El final de los juicios simbólicos. El paso a los hechos. El paso a la realidad. A los juicios de verdad. Esos juicios le devolvieron sentido a la democracia. Los juicios de Derechos Humanos no son sólo gestos. Son hechos a través de los cuales decenas de personas robadas, silenciadas, recuperaron su identidad. Su palabra y su vida. Ningún gobierno hizo más por los Derechos Humanos que este gobierno. Ningún gobierno fue menos conservador (prensa, memoria, igualdad de género) que este gobierno. Y sin embargo se acusa a este gobierno y no a otro (desde tribunas de oscura complicidad con el pasado más conservador) de ser conservador. En el reino del revés, lo que debemos preservar es la palabra. Conservador era conservar las Leyes de Impunidad que impedían juzgar los crímenes de nuestro pasado. Que Victoria Montenegro o Donda siguieran siendo fantasmas de esta sociedad. Los argentinos estamos empezando a llamar a las cosas por su nombre. A la tortura, tortura. A la desaparición, desaparición (y no empleado con "baja, licencia, suspensión"). Ese es el sentido de la justicia. "Reaccionario" es reaccionar a los que proponen un cambio concreto y este gobierno propuso muchos. Terminar con la impunidad fue uno de esos grandes cambios. La Noche del Apagón fue más que aquella noche siniestra en Jujuy. Fue una noche que abarcó a toda la Argentina, durante siete años. La Noche del Apagón es también una metáfora del Proceso. Y por eso sirve para pensar la complicidad. El silencio.
Fuente: Tiempo Argentino.

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