miércoles, 15 de agosto de 2012

HOME SWEET HOME, LA GUERRA

Entrevista a Sebastian Rich. Es fotógrafo de guerra, inglés. Comenzó en El Salvador, asediado por los contras. En 1979, vivió escondido con los muyahhidin de Afganistán, durante la invasión soviética. Entre guerra y guerra, vive en un ranchito de Mendoza. Retrato de un artista que ve morir gente.

Por Exequiel Siddig

Un rayo nunca cae dos veces en el mismo árbol”, se dijo con una confianza temeraria en el refrán, ahora convertido en su pequeño manual de guerra. Un segundo antes, dos cazas soviéticos habían regado el aire con bombas. Sebastian Rich, cámara al hombro, se encaminaba locamente hacia el blanco en una Toyota de la Cruz Roja Internacional. Era abril del ’92 y, en franca retirada, los aviones del Ejército Rojo bombardeaban Kabul a mansalva. El estruendo de las explosiones no logró amedrentarlo.
“Aceleramos hacia adentro de la humareda -cuenta el periodista en Where Fools Rush In, su autobiografía-. La anticipación, la adrenalina y la certeza de que allí no había ningún otro periodista o fotógrafo, en la quintaesencia del terror humano, me resultaba sospechosamente sexual. Los primeros gritos, horripilantes gritos de los moribundos y los mutilados penetraban el humo… La fetidez del caucho y la carne humana asada, mezclada con chamuscadas hortalizas, me hacían sentir exultante.”
Sebastian Rich, 59 años, reputado fotógrafo y cameraman inglés desde hace tres décadas, tiene una sensibilidad de amianto, un ojo feroz, un olfato que respira aires de libertad sólo cuando soplan los vientos de la guerra. “No me gusta lo que soy. Pero, sabes -dice en un sushi bar del coqueto Puerto Madero de Buenos Aires, antes de partir hacia Afganistán- …Tengo ese extraño talento: cuando escucho un ruido de bala sé de qué tipo es, de dónde viene y dónde va a pegar.”

Parto al fuego. Si hubiera seguido las veleidades de su gen aristocrático, Rich quizás también se hubiese convertido en un artista, pero de caballete. Bisnieto del gobernador general de Birmania, con una madre chelista y concertista de piano, el día en que cumplió nueve años little Sebastian pidió una bicicleta; su padre en cambio tenía planes de otro regalo. “Me llevó a la National Portrait Gallery de Londres a ver una exhibición de Vermeer (el pintor holandés del siglo XVII) y me dijo: ‘Así es como la luz cae sobre el rostro de las personas’.”
El Swinging London de los años ’60 sedujo a Rich Junior para cortar amarras con la sangre azul e inyectarse de anhelo por aventuras locas. “Tenía 16. Unos amigos querían que hiciera de chofer cuando robaran la Oficina de Correo, pero justo el día anterior me llamaron de la Oficina de Empleo y me ofrecieron uno como ayudante de revelado. Ahí decidí qué quería hacer el resto de mi vida. Si no, probablemente hubiera ido en cana.”
El pichón de fotógrafo inició sus trabajos intrépidos en 1982, el día en que a un productor de la Independent Television News de Londres, donde trabajaba, decidió que el chico se iba para El Salvador. Tenía 21 años. En Centroamérica, campeaba la contraofensiva reaganiana a la Revolución Sandinista nicaragüense del año ’79.
A los pocos días, Sebastian ya estaba en el medio de un tiroteo en Suchitoto, a 47 kilómetros de San Salvador. El fuego arreciaba. Junto a su productor, se metió en una casa. Un guerrillero del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, el Fmln, colgaba de la ventana muerto de un disparo en la cabeza. Los contras engordaron el fuego sobre el improvisado refugio; su compañero entró en pánico, comenzó a gritar. Rich vió en una esquina, de súbito, a una mujer que intentaba parir. “Todo en mí tendió a ralentarse. Así que dejé mi cámara, ayudé a la madre a dar a luz, le puse al niño en su pecho, corté el cordón umbilical, recobré la cámara y comencé a sacar fotos. Fue instintivo. Desde entonces, para mí la guerra es como el piano para el pianista. No creo que sea algo para estar orgulloso: es ridículamente estúpido, peligroso y surrealista.”

Freedom. En su larga carrera, Rich vió más muertos que muchos soldados. “No sé cómo sigo vivo. Murieron 15 amigos míos en todos estos años. A veces, siento la culpa del sobreviviente.” Rich tiene, como la mayoría de sus colegas, el síndrome de abstinencia por la adrenalina bélica. Se pasó tres años camuflado entre los muyahiddin en el Valle del Punjab afgano, cuando el bloque soviético se derrumbaba; la mitad de su rostro fue arrancado de cuajo por la puntería de un francotirador serbio en Bosnia, durante la guerra de la ex Yugoeslavia; viajó como reportero de NBC News junto al America’s Battalion -lo más granado del cuerpo de marines- durante la invasión de Estados Unidos al Irak dictatorial de Saddam Hussein.
Sus trabajos sobre la infancia durante las guerras de Etiopía y de Sudán le valieron el Royal Television Society’s Cameraman of the Year. “Los niños son el último reducto de humanidad que me queda. Ellos simplemente no entienden la guerra. Un día juegan en su jardín, y al otro están en un campo de refugiados.” En su página web (sebastianrich.com), hay rastros del cruel desgarro del universo infantil. Rich trabaja como free lancer para Unicef y Save the Children, entre otras instituciones globales.
Hoy, Sebastian Rich vive recluido en un rancho mendocino con dos caballos y un antiguo Jeep, esperando la próxima misión. Durante enero y febrero pasados, recogió historias cotidianas en Afganistán para la cadena NBC a U$S 500 por día. Según un informe del Instituto Internacional para la Paz de 2009, Irak es el país más peligroso para la prensa internacional; de los 735 periodistas que murieron el año pasado 170 perdieron la vida en el país árabe. “Ser periodista en esos lugares –subraya Rich- es más complicado que ser soldado, porque todos los días tienes que ir por la historia. Si eres soldado, la mayor parte del tiempo sales a patrullar, recibes órdenes, es un trabajo simple. Hace tres décadas que hago este trabajo. ¿Y por qué? Porque me siento cómodo donde no hay ley. Cuando subo a un avión con una cámara, mi personalidad se transforma. Para mí la guerra es libertad.”

Agujeros de bala. Aunque cada tanto padece de fibrilación arterial y no es broma, el cuerpo de Sebastian está preparado para no colapsar. Es alto, tiene la fibra de un atleta. Y habla como ganando tiempo, a la velocidad de una liebre. Sus historias son tan magnéticas como las de alguien que ha regresado de la muerte varias veces. Es un atípico connaisseur de fronteras y trincheras. En la conversación, parece haber descocido de su lengua cualquier atisbo de displicencia británica: convivió con los hombres que habitan los confines de la nación árabe, largo tiempo. “Era muy gracioso ver cómo al principio los muyahiddin en Afganistán no entendían cómo se usaban los misiles que les daba Estados Unidos; la tecnología más pesada que habían visto en toda su vida era el culo de una cabra.”
Amante de los bancos de arena sin playa, su héroe es Lawrence de Arabia. “Tenemos algunos rasgos comunes. Primero, un gran amor por el desierto y su gente. Segundo, un ego del tamaño de una casa y, tercero, un gusto por vestidos extravagantes.” Rich eligió tatuarse esos vestidos desde muy chico. En sus viajes meridianos se impregnó de varios tatoos que esconde con cierto pudor, aunque habla de ellos como trofeos. “Hay gente que sale a hacer jogging; yo voy a hacerme tatuajes.”
En la espalda, tiene peces japoneses hechos en Ciudad del Cabo. Tiene otro dibujado en Nueva Zelanda a la vieja tradición, con el solo uso de una caña de bambú. También una flor de Israel, un pez del Líbano y un Corán en el pecho que se lo hizo en un gesto de rebeldía contra el antiislamismo occidental luego del 11-S. “Una vez me salvó la vida. En el trayecto de Amman, en Jordania, a Bagdad un combatiente me sacó a empujones de la camioneta apuntándome, con tanta buena suerte que rompió mi camisa. Cuando vió el tatuaje en mi cuerpo se quedó petrificado. ¿Un rubio con el Sagrado Corán?”
El cuerpo de Rich también está surcado por cuatro heridas de muerte -una muerte, claro, siempre esquiva-. En general, para las fotos da el perfil izquierdo, como Julio Iglesias, porque el derecho se lo reconstruyeron luego del episodio del francotirador serbio. “La ciudad estaba cercada. A la noche, las mujeres salían vestidas de negro a buscar agua, en la única canilla que había en la calle. Salí para hacer unas tomas y una bala me voló la cara. Sobreviví de milagro.”
Diez años antes, en 1983, apenas se bajó de una patrulla del Ejército Libanés en la Montañas del Shouf, fue emboscado por milicias drusas. Desde tres ángulos diferentes les tiraron con RPGs, granadas propulsadas por cohete. “La única razón por la que sobreviví fue porque las cabezas de dos soldados que estaban adelante mío reventaron; el metal entró primero a través de ellos, los traspasó, y a mí sólo me alcanzó en el estómago, con menos fuerza.”
–¿Y cuál fue la experiencia más aterradora?
–Tres meses antes de eso, cuando fui raptado en Beirut. Uno de los 69 grupos armados del Líbano de entonces me paseó por toda la ciudad con los ojos vendados, simulando cada tanto ejecutarme de un disparo en edificios destruidos. Me acusaban de ser un espía israelí. Terminaron cobrando un rescate de U$S 50 mil que pagó la cadena de televisión donde trabajaba, no mucho. Cuando me pusieron la pistola en la sien y comenzaron a hacer clic… clic… clic, me cagué y me pillé encima. Empecé a vomitar y a llorar y a gritar para que viniera mi mamá.

Almighty. De esa ocasión, Rich no guarda ninguna fotografía. Cuando termina un trabajo, el inglés, un romántico de la línea de fuego, no puede volver de inmediato a su casa. “Sería un shock cultural insoportable. El problema psicológico de la guerra es la expectativa de que algo suceda. Nunca es constante, se pasan horas, días y hasta semanas en que no pasa nada. Y luego tienes tal vez 30 segundos o cinco minutos de terror absoluto. Cuando sales de allí estás exhausto, colapsado.”
Esa libertad de la que habla Rich no es un país para hombres viejos. Y él parece haber descubierto el secreto de la juventud eterna allí, cuando va cámara en mano, por enésima vez, bajo el rugido sangriento de una bomba a punto de golpear el suelo. Cuando huele la carne chamuscada. Cuando escucha silbar una bala cerca de su cabeza. En un agujero sórdido. En la loca sanidad que encuentra al filo de la muerte. Entre los muertos. Bajo el chaleco antibalas de sus lentes fotográficas. Por los niños. Rich. Almighty. Todopoderoso.

• PAZ Y GUERRA
La aparente locura de la guerra y el ridículo simulacro de la paz están divididos por un fino papel de arroz en la mente. En los hombres la guerra separa el trigo de la paja, causando una elevada sensación de invulnerabilidad, inmortalidad, conciencia, excitación y melancolía que no conoce límites de oportunidad ni de cuidados./
Quiero vivir, amar y morir debajo del chaleco antibalas de mis lentes fotográficas, en un antro de mi propia elección y no en la mediocridad sin sentido y la rutina de los sanos./
Nunca nadie me ha engañado en medio del ruido de un fusil.
Sebastian Rich
(Kabul, Afganistán, enero de 2010)

• EL FOTÓGRAFO MUY PERSONAL DE LADY DI
Entre 1985 y 1986, Sebastian Rich fue el fotógrafo oficial de la monarquía británica. Lo contrataron para filmar un documental llamado In public, in private. “No querían un paparazzi, necesitaban un ojo a presión. Así que me volví de una maldita guerra en África y me pusieron el micrófono en la ropa para entrar a Kensigton Palace.”
El fotógrafo dio vuelta al mundo varias veces en los jets de la realeza, sin nunca sacar su pasaporte. Acompañó a la familia real, por ejemplo, cuando hicieron una famosa visita a Ronald Reagan en la Casa Blanca, durante el invierno del ’85. En 2006, el periódico inglés The Sun publicó que Rich afirmaba haber tenido una relación sexual de dos minutos y medio con la Princesa Diana, y que pedía £ 1 millón por su autobiografía. “Ni mi mujer se lo creyó. Me dijo: ‘eres un idiota, pero ningún hombre en la faz de la Tierra estaría dispuesto a admitir que duró eso en la cama’. El lado bueno es que me permitió hablar con mi hija mayor y explicarle: ‘¿Podrías imaginarte que la mujer más famosa del mundo quiera acostarse contigo? No puedes negarte, es imposible.’. Lo comprendió.”

Fuente: Miradas al Sur.

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