jueves, 17 de mayo de 2012

RICARDO DARIN Y "EL ELEFANTE BLANCO". EL CURA DE LOS POBRES

Se estrena el filme de Pablo Trapero, donde compone a un religioso que lucha por mejorar la calidad de vida en una villa. Darín, que aún no sabe si viaja a Cannes, habla de su personaje. 


El actor de "Elefante blanco", que se estrena mañana, compone a un cura que lucha por el bienestar en una vil a. El filme también se verá en Cannes, adonde Darín aún no sabe si viajará. Diego Lerer dlerer@clarin.com Un cura bueno. Eso le toca inter- pretar a Ricardo Darín en Elefante blanco, su segunda película bajo la dirección de Pablo Tra- pero, que se estrena mañana y compite en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes, que arranca hoy (ver "..."). Y por más que, en principio, la tarea aparezca como más sencilla que encarnar a un epiléptico de El aura o a un abogado corrupto de Carancho, hacer de "un buen hombre" no es tan sencillo, dirá. Darín está filmando ahora bajo las órdenes de Hernán Goldfrid en Te- sis para un homicidio (ver Darín no se detiene), y entre Elefante blanco y esta película hizo una participación en un filme español (Una pistola en cada mano, de Cesc Gay), por lo que ya es más que obvio que el cine lo tiene totalmente dominado. De hecho, por rodar, no está demasiado seguro si podrá o no concurrir al festival. En Elefante blanco, Julián, su per- sonaje, es un cura que trabaja en las villas y que sigue la línea del Padre Mugica, a quien la película está dedicada. De entrada sabemos que sufre algún tipo de enfermedad y tal vez sea por eso que viaja hasta Iquitos, en Perú, a rescatar de una violenta represión en una comunidad indígena a Nicolás, un cura de origen belga (Jeremie Renier, actor de varios filmes de los hermanos Dardenne), a quien lleva con él a Buenos Aires a trabajar en Ciudad Oculta, donde está ubicado el edificio que da título al filme (ver La mirada de Trapero). La película será la descripción de los sacrificios y complejidades de vivir y colaborar en las villas, a partir de la mirada de estos dos curas y de una asistente social (Martina Gusman) que se ven enredados en conflictos gremiales, problemas con bandas de narcos y con la policía, mientras intentan que los habitantes de esa olla a punto de explotar que es la villa vivan lo mejor posible. También, claro, es una película sobre la fe y cómo esa fe puede mantenerse, o no, en circunstancias por momentos muy adversas. "A mí se me complica hacer de un buen hombre ­dirá el actor de El secreto de sus ojos-. Puede haber distintas opiniones respecto de si lo es del todo, pero a mí me da la sensación de que si se trata de un rol muy definido, el camino está allanado. Cuando un personaje presenta contradicciones, no es tan fácil. Me divierto más con un malvado porque lo hago sin censura, me recuesto sobre la zona oscura, culposa, en zonas menos abiertas. Te tirás más a la pileta. En este caso es una responsabilidad mayor y también querés hacerlo sin censura". Es una película muy impactante desde lo visual, con larguísimos planos secuencia que no deben ser fáciles de resolver para un actor... Es cierto que el virtuosismo en el plano secuencia no es el terreno ideal para la interpretación porque siempre hay cosas técnicas que resolver, marcaciones. Pero filmar con Pablo es eso, ir de un lado a otro, meterse con los pies en el pantano, ir buceando dentro de la secuencia sin perder hilo narrativo, pero también descubrir y observar lo que pasa en el contexto. ¿Esos cambios te complican a la hora de componer a un personaje? Discutimos mucho, pero pensamos siempre en función de la historia. Es entretenido el trabajo con Pablo. Anula lo que yo detesto, que es la espera, y siempre está montado en la historia. Entonces estás enfocado y el tiempo mas productivo. El personaje también tiene sus aristas complejas. Su estado de salud sobrevuela la película y nos lleva a que veamos todo lo que hace de una manera más ligada, si se quiere, al sacrificio. ¿Cómo fue incorporar la enfermedad del personaje? Tristemente ha estado relacionado con gente amada con enfermedades duras. Y haber convivido con ellos ayuda a pensar cosas de otra manera. Hay comportamientos que no terminamos de entender hasta que nos cae la ficha. Y me tocó de cerca varias ve- ces. Cuando él se entera, el principio, que su salud es frágil, piensa quién lo puede suceder y va a buscarlo y rescatarlo de una situación límite. Y también hay algo de santo en él. ¿Estaba hablado eso? Con Pablo sabíamos que nos estábamos metiendo con un tema religioso. Y yo no soy religioso, ni creyente, tengo años de polémica interna con la religión. Y al asumir esto, tengo que trabajarlo desde el lugar de la fe, jugar a tener fe, a tener fe en estado de crisis, algo opuesto a lo que hice toda mi vida. Un poco como con Fabián (Bielinsky) en El aura: tenés que meterte en el corazón de un tipo que vive algo muy particular. Julián, igual, tiene sus contradicciones, es alguien que habla de odiar a los demás, con franqueza, reflexiona. Tiene mojones que son definitorios. Uno tiene la impresión de que no importa lo que hagas, siempre vas a ser simpático para la gente en las películas. ¿No te harta un poco eso? He dejado de sentir un poco eso, el espectador está cada vez más entrenado. En algún sentido, es un preconcepto de parte de los otros. Pero estoy relajado en ese sentido. Tenés ofertas para hacer cine de todos lados y sin embargo preferís filmar casi siempre acá. ¿Por qué? Es sencillo. No soy un tipo ambicioso. Tengo un ritmo, un tranco, no quiero hacer una carrera, no hay una proa. Yo voy viendo, voy encontrando cosas, me mezclo, escucho y me engancho. Tengo muchas propuestas y mi único sistema de selección es lo que me dice mi estómago, mi corazón. Eso es lo que me enfila.

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