domingo, 6 de noviembre de 2011

LOS CHICOS DE LA ESMA



Son chicos y adolescentes. Llegan al ECuNHi para hacer talleres, ver teatro, dibujar y pintar. Una manera diferente de abordar los años más oscuros de la historia del país.

Por Karina Micheletto


Aquí hay chicos que pintan caras redondas y les ponen un nombre. Que miran cuadros y aprenden que ellos también pueden hacer los suyos, a su modo y con sus colores. Que escuchan historias de barcos y piratas y se mecen con las olas, apuntan sus catalejos. Que cantan y tocan tambores, cajitas chinas, triángulos. Que aprietan narices de payasos y se matan de risa. Que ven teatro por primera vez en sus vidas. Aquí, hace un tiempo, funcionó la Escuela de Mecánica de la Armada. Este edificio podría haber quedado cristalizado como símbolo quieto del horror, eterno paisaje admonitorio, recordatorio lejano de la muerte. Conviene que quien quiera saber de las implicancias prácticas de la palabra “transformación” asome sus narices por aquí.
Aquí están las largas cuadras de Libertador a la altura del 8000, que se hacen eternas al caminarlas por la línea recta de sus rejas, que descubren una ciudad adentro de la ciudad apenas traspasada la puerta principal. Un cartel anuncia que se ha ingresado al “Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos”, y aquí trabajan desde 2007 un conjunto de instituciones, de diferentes organismos, y además se acaban de inaugurar las sedes de los canales Encuentro, Pakapaka y Tecnópolis, de próxima aparición. El sitio sobrecoge por muchos motivos: también por sus dimensiones. Las Madres tienen aquí su espacio: el Espacio Cultural Nuestros Hijos, que presentan con sus siglas, ECuNHi, y que ofrece una serie de talleres, presentaciones, festivales y muestras de artes visuales, artes y artesanías originarias, letras, música, teatro. Trabajan, por ejemplo, con talleres para adultos mayores, en convenios con el PAMI y con el Ministerio de Desarrollo. Y desde hace un año, un programa creado con el Ministerio de Educación de la Nación abrió este espacio también a los más chicos.
El programa se llama El ECuNHi hace Escuela y desde su creación, un año atrás, ha involucrado a más de 9000 chicos y chicas de escuelas públicas y privadas de la ciudad y la provincia de Buenos Aires, de todos los niveles educativos, e incorporó también instituciones terciarias y visitas de magisterios. Arte y memoria son los ejes de trabajo de esta propuesta, que invita a nenes desde cinco años a visitas guiadas de la mano de narradores, clowns, profes de teatro, de letras, de música, de artes plásticas. Y en las que todos participan de más de una manera.
Lo que ocurre en estas visitas es algo único y poderoso, diferente cada vez. Aquí vuelve a aparecer la palabra transformación, explicitada en los relatos de los maestros y padres que acompañan y de los mismos profes, implícita en las reacciones de los chicos, en el trabajo que continúan luego en el aula. Y si los últimos meses han sido los tiempos más difíciles para este espacio cultural, que corrió peligro de cerrar, los hombres y mujeres que lo sostienen apuestan a una continuidad, también, transformadora.






¿Cuál es tu nombre?




Esta mañana, por ejemplo, han llegado hasta aquí unos cien chicos de sala de cinco del Jardín Nº 924 María Elisa Figueroa, de Ciudad Evita. La directora y la vicedirectora del jardín, y también las señoritas que acompañan a los nenes, cuentan lo que ya se sabe a golpe de vista, por eso de que la pobreza es algo que queda inscripto en los cuerpos. Que el suyo es un jardín de una zona muy carenciada. Que estos nenes viven en asentamientos –barrios, corrigen ellas, porque son barrios, finalmente, donde organiza sus vidas la gente– del corazón más pobre de La Matanza: 22 de Enero, 17 de Marzo, Gauchito Gil, barrio Villegas. Que muchos de ellos transitan toda la primaria y la secundaria, si tienen suerte, sin saber lo que es el teatro o el cine. Que viven lejos de casi todo, que tampoco es fácil conseguir colectivos como los que provee ahora el ministerio para hacer estas visitas. Que la escuela, entonces, es un lugar formador en más de un sentido. Y que en eso están.
Los nenes miran y tocan y se ríen con el payaso Cacatúa, que hace sonar un charango, y con la payasa Aneta, que tiene anteojos grandes, broches en la cabeza y una manguera de micrófono. El narrador Claudio Ferraro comienza un cuento que logra el milagro del silencio: “Había una vez un país muy alegre y entretenido. Cada uno podía tener ideas diferentes, a veces hasta discutían y peleaban. Daba la impresión de un gran desbarajuste. Quizá fue por eso que apareció el Tirano. Se puso a dar órdenes y a mandar a todo el mundo. Sólo porque era el más fuerte. ¡Ideas diferentes! ¿Dónde se ha visto? Es una pérdida de tiempo... Y ahí vino la orden: ¡A partir de hoy, sólo pueden tener las mismas ideas que yo!”.
Es “Había una vez un tirano”, de la brasileña Ana María Machado, uno de los cuentos prohibidos por la última dictadura militar. Lo que cuenta el cuento es que se pudo vencer al tirano con una lluvia de estrellas, un arco iris en el bolsillo y una canción en el cuerpo. Cuando termina hay música y canciones, y después los grupos se dividen para los diferentes talleres. Sala Lila, a narración. Sala Naranja, al taller de percusión, y así van pasando los colores y las artes. Y así es posible saber que Enzo baila murga en su barrio; que Mili, la más chiquita, toca despacito pero lleva gran ritmo en el tambor; que aquel otro con pinta de terremoto, marcado de cerca por las maestras, es capaz de la máxima concentración cuando algo lo atrapa desde un escenario.
“Desde el año pasado estamos trabajando el tema del derecho a la identidad, con conceptos básicos pero fundamentales: que los nenes sepan cuál es su nombre y su apellido, los nombres de quienes integran sus familias, que valoren lo importante que es tener un documento de identidad que diga quiénes son, que sepan que eso les da derechos y que puedan expresar libremente todo eso a través de todos los lenguajes. Cuando nos enteramos de que existía este programa nos pareció que ésta era una hermosa manera de completar el trabajo”, cuenta Susana Macaya, la directora del jardín. “Claro que tuvimos nuestras dudas y debates en un principio”, advierte Silvia Aberbach, la vicedirectora. Las dudas eran las de muchos: ¿Cómo sería el lugar? ¿Habría un museo? ¿Sería apropiado para chicos tan chiquitos? ¿Los pondría incómodos a los grandes? “Estaban las Madres y el Ministerio de por medio, así que sabíamos que iba a ser algo serio y acorde a la edad”, concluyeron las docentes. Y ahora que están por subir al micro de regreso, dicen que ojalá que pudieran volver pronto.






Llegadas




La pedagoga Verónica Parodi es la coordinadora de este programa, encargada de articular las visitas que son diferentes de acuerdo con las edades, y de asegurar un sostén didáctico, con materiales para completar el recorrido en el aula. Los cuentos y los talleres varían, también el acercamiento a las obras plásticas que se exponen en el ECuNHi. También varían los recorridos: los más chiquitos, por ejemplo, no se detienen en la Galería de los Rostros Revolucionarios, allí donde las Madres quisieron que sus hijos dejasen de ser una mera fotografía para siempre estática, para siempre en blanco y negro, para pasar a brillar a la luz del sol, bañados por el extraño halo que provee este lugar, con esta luz.
El de “llegar”, dice Parodi, es el mayor logro que se computa el equipo en este año de trabajo: “Sentimos que realmente llegamos a todos, de diferentes maneras, desde los más chiquitos hasta los más grandes o los futuros maestros. Que todos los que vinieron se animaron a transformarse y a transformar este espacio cultural junto con nosotros, porque eso es finalmente lo que buscamos”. Más que a lo que dan, el relato de Parodi apunta a lo que reciben de las escuelas: lo que hay en sus palabras es agradecimiento. “Es maravilloso el acercamiento que nos permiten en sólo dos horas, desde lo artístico y también desde lo humano –dice entusiasmada–. Cada día, cada visita, es diferente. Es un desafío, un aprendizaje, una transformación. No nos repetimos y no somos los mismos nunca. Cada escuela trae su aporte, sus ganas, su compromiso, su manera de relacionarse, de mucho respeto y mucho silencio algunas, las más tímidas, otras con chicos con más ganas de hablar, preguntar, saber. Pero todos se van revolucionados, emocionados, y sobre todo queriendo volver. Ese es el premio.”
El proyecto sigue adelante con un equipo de quince profesores, artistas y talleristas. Junto a Parodi trabajan Iván Bortolin, Fernanda Fraile y Martín Glatsman, el narrador Claudio Ferraro, las profesoras de letras Cecilia Fanti y Clara Mari, los profes de percusión Diego Cueto y Leo Borrelli, las de teatro Lorena Pángaro, Marianela Iglesia y Carolina Díaz, los de plástica Karina Granieri e Ignacio Amespil, los clowns Armando Díaz (“Cacatúa”) y Mariana Hinterwimmer (“Aneta”). Si los últimos han sido tiempos más que difíciles para las Madres de Plaza de Mayo y para todos los que defienden su bandera, lo han sido también, desde luego, para este espacio cultural y para los que aquí trabajan. Que han seguido, contra todo y a pesar de todo, invitando a esta construcción colectiva. No son tiempos fáciles, y sin embargo el relato no se detiene en las dificultades. Más bien se expande en lo por venir, y en ese porvenir está, por ejemplo, el regalo de la cantidad de colegios que piden sumarse al programa a medida que van enterándose de su existencia, también de otros puntos del país. “Hoy no damos abasto con la cantidad de pedidos de visitas, y eso es maravilloso. Hay escuelas que piden volver y tenemos que decirles que no, para darles prioridad a las que ya están anotadas. Para el año que viene estamos pensando en ampliar la estructura”, sonríe Parodi.
Cuando termina la visita, los chicos se juntan en el salón principal del ECuNHi, donde alguna vez funcionó un astillero de la Escuela de Mecánica de la Armada, y donde todavía se ven los ganchos gigantescos colgando del techo. Ponen en común lo que aprendieron en los talleres, se sientan en ronda y comparten una vianda, se siguen riendo. Al final, se sacan todos una foto con los profes, en el mural de El Eternauta que pintaron en las escaleras los “Abuelos muralistas”, adultos mayores que asistieron a los talleres de arte de verano. Los talleristas abrazan a los chicos y a las maestras, se entregan mutuos regalos, se cargan, vuelven a reírse, parecen todos conocerse desde hace mucho. Verónica Parodi da un paso al frente y dice en voz alta, con voz de seño: “Gracias. Nos regalaron una hermosa mañana”

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