viernes, 7 de octubre de 2011

WALTER INVADE LA TIERRA



El 26 de abril de 1991, Walter Bulacio fallecía luego de haber sido detenido y golpeado por la policía a la entrada de un recital de los Redondos. 20 años después, el juicio programado para esta semana se volvió a suspender y nuestra crónica de las horas previas regresó a foja cero. Pero más allá de la efeméride o los pligues ciegos de la justicia, su figura sigue reclamándonos su lugar en el presente. Walter Bulacio: entre las banderas y las instituciones.


Por Diego Sánchez y Emanuel Damoni


Estas páginas suelen tener una pulsión por lo nuevo, por el clima de época. No se trata de un ánimo de innovación per se sino una voluntad por introducir temas o darle visibilidad a cuestiones ninguneadas por los medios hegemónicos. Hoy no será el caso porque esta es una nota sobre un crimen, el de Walter Bulacio, del cual ya pasaron 20 años y se escribieron océanos de tinta. Este caso es uno más en donde nuestro país no pudo, no supo o no quiso cerrar sus círculos. Decimos nuestro país porque por más que las responsabilidades puntuales les quepan a actores determinados -fuerzas de seguridad, poder judicial, un ex comisario-, la muerte de un pibe de 17 años por causas no naturales deja una huella para todos: Sociedad y Estado, como nos alfabetizaron cívicamente a los que pasamos por el CBC.Pero una Sociedad y Estado que tejen, a su manera, una trama compleja de laberintos y consensos. Trama que permite mantener en lo oscuro a un crimen ocurrido hace 20 años y que hace a esta cuestión, la de su muerte, una cuestión actual. Walter murió hace dos décadas en un país distinto a éste, un país en el que Walter sigue muerto y en el que los responsables de su muerte continúan en libertad, aunque estos años hayan ayudado a elaborar otras realidades políticas públicas y tallar el fondo de la impunidad para consensuar entre todos qué pedazo de la Historia debe pasar por la guadaña laica de la justicia. Pero Walter pertenece a ese rincón de la Historia que sigue flotando en el vapor de una deuda colectiva. Porque más allá de la muerte injusta, cagona y cruel, se trata de un hecho no saldado por la justicia; justicia que ante este caso revela lo excesivo de su nombre para merecer tal vez la más acorde y chiquita definición de administración pública de la justicia. “Ayer soñé con Walter”, cantaba Fabi Cantilo hace ya algunos años. Y se trata del sueño más largo de la democracia.
Caímos por estar paradosEl viernes 19 de abril de 1991 Walter Bulacio partió hacia el estadio Obras a ver una de las últimas presentaciones de “Bang! Bang! estás liquidado”; días más tarde los Redondos se encerrarían en el estudio a grabar “La mosca y la sopa”. Pero esa noche Walter no pudo entrar a la fiesta: razzia mediante, la policía, en un operativo a cargo del comisario Miguel Ángel Espósito, se llevó a más de 70 pibes que andaban por la zona. Walter pasaría la noche en la Sala de Menores de la comisaría 35ª hasta que un aneurisma le dijo basta. A la mañana siguiente, sin haber recuperado todavía su libertad, una ambulancia lo trasladó al Hospital Pirovano, luego al Fernández, y más tarde al Sanatorio Mitre, donde moriría una semana después. En esos días, alcanzaría a decirle a su padre y a uno de los médicos la razón por la que estaba ahí: “la yuta” lo había fajado, a metros del calabozo donde quedó garabateada la leyenda “Jorge, Walter, Kiko, Erik, Leo, Nico, Nazareno, Betu y Héctor. Caímos por estar parados. 19/4/91”.A partir de entonces Walter Bulacio se convirtió en una bandera pero también en una causa compleja. Su cronología judicial habla de un camino que rozó lo laberíntico: idas y vueltas, callejones sin salida y volver a empezar. Daniel Stragá, uno de los abogados que acompañó a la familia a través de estos años, asegura que esta situación se dio desde los mismos orígenes. “Durante el menemismo, ya en 1992, hubo intención de archivar el expediente, cuando el fiscal -el que se supone que encarna la pretensión punitiva del Estado- pidió el sobreseimiento de todos los imputados echándole la culpa al rock, o a través de la Cámara de Apelaciones que consideró naturales las facultades policiales para violentar las libertades de los ciudadanos, trasuntando aquello de que se atan las manos a la policía”, recuerda.Desde 1996 -cuando finalizó la etapa instructiva- la defensa de Espósito consiguió una serie de medidas para dilatar los plazos del juicio. Ante esta parálisis, la familia Bulacio decidió llevar el caso a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) con asiento en San José de Costa Rica. Esta corte tomó el reclamo y falló contra el Estado Argentino en septiembre de 2003. La CIDH ordenó que la investigación debía proseguir, que el Estado debía garantizar que no se repitieran hechos de esta naturaleza y que la familia debía ser indemnizada. Seis años después, en 2009, el caso fue, finalmente, elevado a juicio. Pero el ex comisario Espósito será enjuiciado por el delito de “privación ilegal de la libertad, calificada”, con una pena máxima de seis años de prisión, y no por el homicidio, ni por los golpes que le habrían causado la muerte a Walter. Todo esto sin contar que, ya en 2011, el caso sigue abierto: esta semana, luego de sendas postergaciones, el demorado juicio a Espósito, único imputado en la causa, iba finalmente a realizarse. Pero la defensa, una vez más, encontró la hendija judicial para patear para delante el banquillo: recusó a las autoridades del Tribunal Oral en lo Criminal nº 29, a cargo del proceso. Más allá de cuándo se determine que será la nueva fecha, Stragá no es optimista. “El juicio por venir -si es que un día viene- llega tarde y mal. Tarde, porque pasaron 20 años. Mal, porque el único imputado es el comisario Espósito, sin dudas responsable, pero no el único, y ni siquiera el principal. Y porque el único delito que el Estado Argentino está dispuesto a juzgar es la detención ilegal, no la imposición de tormentos ni la muerte. Entonces, aunque a este juicio se llegó a fuerza de luchas de organizaciones juveniles y de derechos humanos, se limitará la responsabilidad al comisario y a un delito menor”, explica.
Pequeñas anécdotas sobre las institucionesSin embargo, esa lucha que logró mantener abierta la causa Bulacio encierra una complejidad que excede al de su rostro vuelto bandera del corazón rockero, el festival “Por Walter y por todos” en Parque Rivadavia -que juntó 40 mil personas y dejó como saldo la muerte de Marcelo Scalera tras una cruenta batalla entre punks y skinheads-, o las sendas marchas por justicia encabezadas por la abuela de Walter, María Ramona. Además de licenciada en Ciencias de la Comunicación de la UBA, Cecilia Flachsland es docente y dedicó gran parte de su carrera a indagar el universo rock, esa cofradía de la flor solar que tomó a Bulacio como insignia de una lucha que, paradójicamente, no parecía preparada para dar. “La muerte de Bulacio se convirtió en bandera para la cultura rock y tuvo su impacto simbólico, por ejemplo, en letras de canciones o en cantitos que fueron emblema en todo concierto desde el 91 en adelante”, recuerda Cecilia y agrega: “Sin embargo, no llegó a generar, como sí lo hizo Cromañón, la necesaria pregunta por el modo en que el rock, en tanto práctica cultural masiva de los jóvenes, debía dialogar (en tensión o incluso conflicto, pero dialogar) con el Estado y las instituciones. El rock como espacio cultural siguió apostando a construir su “caminito al costado del mundo” sin percibir las consecuencias de esto en medio del quiebre que vendría en los noventa. Esa apuesta a lo subterráneo -la aventura individual adentro del sistema, como decía el Indio- no era viable si ese sistema prescindía del 50 por ciento de la población”, reflexiona.Uno de los mejores documentos de ese rock conmovido por una muerte que cifraba la desintegración cultural e institucional de la sociedad pero al mismo tiempo se mostraba incapaz de huir a la lógica bolsonera de la “casa con diez pinos” que había construido el rock nacional desde sus orígenes, es una carta que los Redondos, en 1993, enviaron al prograna de Rock & Pop “Piso 93”. Allí explicaban porqué no hablaban públicamente de lo ocurrido con Bulacio, en medio de los reclamos de sus familiares y de no pocos ricoteros. “Desde siempre hemos preferido no televisar nuestros sentimientos, así como también no propiciar vínculos institucionales que actúen de mediadores en nuestras relaciones de exclusivo carácter emotivo”, comenzaba el texto de indudable poética india.“Hay que pensar que esto ocurre en el 91 y todavía no era tan visible la desprotección de la que iban a ser parte los jóvenes de los sectores populares”, subraya Flachsland. “Quizás visto desde hoy, el 89, con la hiperinflación, ya guardaba un quiebre más fuerte, ese que empezaba a expulsar a lo que el Indio después llama los “desangelados”. Pero en el 91 me parece que no era tan claro todo eso. Por eso ese debate que los Redondos plantearon me parece interesante porque cristaliza cómo esa parte del rock creía que había que pararse frente a esta injusticia”.
Los titanes del orden virilHoy, 20 años después, el caso Bulacio sigue supurando las heridas que la democracia, como generación, nos impone sanar. “El de Bulacio es un paradigma de la inoperancia de la justicia”, afirma Flachsland. Y aporta Stragá: “Los jueces, primero confían en su dependiente que es el policía. A priori, entre un pibe detenido, aunque esté todo golpeado, y la palabra de un policía, creen lo que éste les dijo: que en vez de haberle pegado, el pibe se autolesionó. Y porque el juez debe legitimar, en los hechos, el accionar policial. Porque si no, los canas dicen que le atan las manos para combatir el delito. Y porque hay hechos notorios de tortura, donde los jueces los califican como apremios ilegales porque las palizas eran para descubrir un delito y es el normal rigorismo policial. Los jueces, o fiscales, además, fundamentalmente por su ideología, no son muy progresistas que digamos, o los que lo son, son notoriamente una minoría. Entonces no es extraño que algún juez justifique plenamente aquellas políticas de mano dura”, finaliza.Suena el sucio rock’n'roll / habla de la bestia pop / en el concierto / de la banda que me gusta / todo el mundo baila / bajo estado de shock / las luces agigantan a la banda de rock / mientras tanto / la ciudad violenta aguarda, cantaban Los Fabulosos Cadillacs en Arde Buenos Aires, una de las tantas letras que el rock dedicó a Bulacio. Ya sea en boca de los músicos o de la tribu de mi calle que agitaba los shows al canto de matar un rati para vengar a Walter o yo sabía que a Bulacio lo mató la policía, su muerte en la entrada de un recital de la que fue probablemente la banda más importante de la historia argentina, dio letra y altar tanto al rock como a la sociedad y a los jóvenes. ¿Pero le dio contenido a esa lírica?“Con el nombre de Bulacio se puede hacer una bandera, una bandera que está sintetizada en esos dos cantitos emblemáticos. Pero no sé hasta dónde obligó a que el rock revisara ciertas prácticas que tenían que ver, para mí, con exigir al Estado otros espacios, o discutir con las instituciones por fuera de esa lógica subterránea, un poco adolescente, que se quiebra recién con Cromañón” piensa Flachsland y agrega: “El caso es importante. Es importante por el camino judicial llevado adelante por los implicados directos, y es importante teniendo en cuenta que es el primero que lleva la CIDH y es tal vez el primero, también, en el que esta comisión sostiene que el Estado democrático argentino violó los derechos humanos. Pero este logro tuvo que ver con la voluntad de unas pocas personas tenaces, no era un tema de la agenda política ni mucho menos. En el discurso de la abuela de Bulacio, por ejemplo, siempre estuvo esa idea de que la familia no pedía la indemnización como principal bandera sino la derogación de todos los edictos que permitían detener de forma arbitraria a los jóvenes. Si vos pensás que eso iba a la par de toda una década donde se fue construyendo cada vez con más énfasis un discurso sobre la seguridad, en algún punto el caso Bulacio fue quedando como un poco a contrapelo de una época que, hasta que no logra reinventarse a través del piquete y la lucha social, fue de mucho desconcierto”.Hoy es otra la época, y otra la relación entre Sociedad y Estado. Pero la necesidad de hacer de Walter y de todos nuestros Bulacios una bandera capaz de disputar con las instituciones se impone como mandato. Y como pedimos en estas mismas páginas, hace poco más de un año, al hablar de Rubén Carballo, otro pibe de 17 muerto por la mano policial en la puerta de un recital de rock: que los hijos de puta que fueron no queden impunes.

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