domingo, 30 de octubre de 2011

LA VÍA CHILENA AL ANALFABETISMO



Hace largos meses que Chile vive en crisis y su presidente afronta los índices más bajos de apoyo a su gestión. Cómo se han puesto en evidencia las deficiencias del modelo chileno.


Por Alfredo Grieco y Bavio


Cuando el multimillonario magnate Sebastián Piñera ganó las elecciones presidenciales, muchos anticiparon que se iniciaba un ciclo de derecha en Chile que contrarrestaría los veinte años de gobierno por una Concertación de democristianos y socialistas. Después de enfrentarse con arrogancia empresarial a los estudiantes y a una ciudadanía que salió a las calles a reclamar igualdad de oportunidades educativas en un país que ingresó ya al club de los ricos del mundo, hoy pocos se atreven a pensar en otra presidencia de derecha por mucho tiempo.El abanderado de los logros económicos del pinochetismo, el ideólogo de una democracia sin más ideales que el corto plazo, demostró, a los ojos de los más desapasionados observadores, su inadecuación para el ejercicio del liderazgo nacional. Después de todo, como habían anticipado los analistas, Piñera no era siquiera un gran empresario o capitán de la industria, sino ante todo el amo de una mesa de dinero: un especulador enriquecido. Una estudiante de Geografía, Camilla Vallejos, dirige desde hace tres meses una huelga en el sector que ha dejado 1.400 detenidos, más de 150 heridos y al menos un muerto, y a la dirigencia política en el limite de aceptar que la educación es un derecho y que debe ser gratuita.Ahora Piñera reiteró el lunes lo que dijo la semana pasada: es preciso dialogar con los dirigentes del movimiento estudiantil. Y se comprometió a sostener (para él cosa ardua) una reunión el mismo martes en el Palacio de La Moneda para al menos “no agravar el problema”. Ya son tres largos meses que Chile vive en crisis (política, social, educativa), la más indómita e insoluble desde la llegada de la democracia en 1990. Los chicos y chicas son los más irredentos: prometen continuar las tomas de colegios y universidades para poner punto final a lo que es, según ellos, la reforma privatizadora del gobierno en materia educativa. Con ingenuidad, pero sólo ahora sabemos trágica, el ahora ex ministro de Educación Joaquín Lavín había calificado el 2011 como “el año de la educación superior”. Ese pronóstico se muestra aún más tragicómico a posteriori, una vez modificado el secretario de Estado y una vez conocida la popularidad del gobierno, caída a un 26 por ciento (el nivel más bajo de adhesión en 20 años).Más allá de las causas de la crisis –en mayo, las autoridades de gobierno aprobaron la instalación de cinco plantas hidroeléctricas del proyecto Hidroaysén, lo que generó un rechazo espontáneo de agrupaciones sociales y ecologistas–, hay quienes opinan que la cosa es terminal: un término que es el de la investigadora María Olivia Mönckeberg, para quien el origen de la crisis es todo “un sistema”. Desde luego, el gobierno retrocede, y promete recursos a los establecimientos educativos, aumento de becas y la disminución del interés que el Estado les cobra a los estudiantes por medio del préstamo crediticio. Los cambios, sin embargo, son pocos para un sistema educativo implantado en la dictadura y apenas modernizado en 2006, con mayoría de instituciones educativas privadas y la totalidad de las universidades pagas, con aranceles mensuales que fluctúan entre los 500 y 600 dólares, en un país donde el salario mínimo es de 380 dólares. El ingreso per cápita en Chile es de 16.000 dólares, y el costo para estudiar es 19 veces mayor a lo que exige, por ejemplo, Francia.El temor de las elites no pasa por el aplastamiento del mundo que conocen, sino por los inevitables cambios de rumbos que se avecinan: es que el telón de fondo son los comicios municipales de 2012 y los presidenciales de 2013.“Las manifestaciones violentas que se han producido son preocupantes, este país lo hemos construido entre todos y debemos tratar de respetarnos en las diferencias”, dijo el empresario Eliodoro Matte, uno de los hombres más ricos e influyentes de Chile. Es esa ausencia de consenso social lo que les preocupa, el quiebre cada vez más masivo de un orden que se mantuvo compacto, y que favoreció la prosperidad chilena: hoy las posiciones son más antagónicas que nunca en estos treinta años. En algún punto es un “que se vayan todos” mucho más áspero que el argentino: filoso y andino, lo que lleva a un rechazo masivo por “la política”, que integra desde luego la centroizquierda, que sí podría solucionar o al menos emprender las reformas que hoy los chilenos y chilenas exigen. “Nuestra labor es estar al lado de los movimientos sociales”, dijo sin ambages el presidente de la Democracia Cristiana, el senador Ignacio Walker, como vocero del bloque opositor. Eso, hoy, no basta en absoluto. Los jóvenes no quieren sentirse acompañados: quieren mandar. Después de todo es su destino el que está en juego.“Pero cuántas veces nos hemos equivocado de jóvenes”, parece decir Piñera en cada declaración. En definitiva, son sabias las palabras de un ministro, aun cuando suenan cínicas en los momentos menos oportunos para serlo: “Para cambiar el país, hay que ganar las elecciones”. Pertenecen al actual de Obras Públicas, Laurence Golborne, favorito para representar al oficialismo en las presidenciales de 2013.

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