miércoles, 5 de octubre de 2011

CÓMO VIVIR EN UNA RANCHADA



Tienen entre 9 y 30 años, y son compañeros de consumo de paco que forman grupos de afinidad para subsistir en la calle

Por María Ayuso


Debajo de un toldito improvisado con cartones húmedos y lonas de plástico sostenidas por cajones de madera apilados, sobre una vieja gomaespuma marrón, sobresalen unas piernas flaquísimas y temblorosas, y unos pies cubiertos por zapatillas con agujeros por los que se escapan algunos dedos y un talón. Si uno se agacha puede descubrir a su dueño: no tiene más de 20 años y, con la mirada fija en algún punto, balbucea algo inentendible.

"Deje doña, no le va a hablar. Está refisura por el paco, ¿vio?", dice con voz grave un joven que, seguido de cerca por otros dos más chicos, se aproxima rengueando. A pesar de los 6°C de esa mañana en Buenos Aires, Pichín lleva unos bermudas de jean que muestran el motivo de la renguera: una cortadura en su rodilla izquierda que, por su hinchazón, parece infectada. "Una herida de guerra, nada grave", aclara adelantándose a una posible pregunta y sin entrar en detalles. Pichín tiene 22 años y es de José C. Paz, provincia de Buenos Aires. Quien se refugia debajo del toldito es Johnny, uno de sus hermanos de calle. Con otros cuatro pibes -entre ellos, los que se acercaron detrás de Pichín y que, dejándose caer sobre un colchón, dicen llamarse Cristian y Gustavo, y tener 16 y 17 años- ranchean juntos desde hace una banda.

En el barrio de Constitución, a metros de la estación de tren, la ranchada de Pichín es una de las muchas esparcidas por distintos puntos de la ciudad y villas porteñas. Protagonistas de historias particulares, pero con estremecedoras coincidencias, compañeros de consumo y de calle, los que las componen sobreviven en la marginalidad más extrema, protegiéndose mutuamente del frío, el hambre, de otras bandas y ranchadas, y socorriéndose cuando alguno de ellos se pasa de vuelta, se lástima o lo lastiman. Por lo general tienen entre 9 y 30 años. Con códigos y lenguaje propios, son submundos de niños, jóvenes y adultos atravesados por la pobreza, el consumo de drogas -pasta base o paco, sobre todo-, alcohol y sucesivos abandonos.

Si bien no existen cifras sobre cuántas personas viven en ranchadas, quienes las componen forman parte de ese universo multiforme denominado gente en situación de calle. Según el censo de diciembre de 2010 realizado por el gobierno porteño, 1287 personas adultas con chicos vivían en la calle en la ciudad de Buenos Aires (cifra que la ONG Médicos del Mundo estimaba, para entonces, en más de 15.000). De esa población, más de un 40% merodea la Comuna 1 (Constitución, Monserrat, Puerto Madero, Retiro, San Nicolás y San Telmo), y un 11% anda por Balvanera y San Cristóbal (Comuna 3).

Para el psicólogo social Alfredo Moffatt, el término ranchada tiene sus orígenes en la cultura criolla, en el campo -ranchar quiere decir comer-, para pasar luego a formar parte de la jerga carcelaria y de la calle. "Ranchar viene de las estructuras de los reformatorios y las cárceles, donde los presos hacen ranchadas en cada pabellón con un jefe que es como una especie de padre", sostiene. Moffatt asegura que no son algo nuevo, sólo que en la actualidad han ido mutando, entre otras cosas, en su tamaño. "En un principio había cuatro grandes, las de Constitución, Retiro, Once y Lavalle. Ahora se han fragmentado, son más chicas y hay por todos lados."

Suelen emplazarse debajo de puentes y autopistas, a los costados de grandes avenidas (como Paseo Colón y la 9 de Julio) o en los aledaños a las estaciones de trenes. Por lo general tienen un jefe, mayor que el resto y con más experiencia de calle. "La ranchada es una forma de organización social, como una familia ortopédica o una comunidad. Son formas de sobrevivencia no sólo física, sino psicológica, donde los miembros se ayudan entre sí. Hay mucha lealtad, que se genera por el pertenecer a la ranchada y el ingreso no es fácil", afirma Moffatt.

El fantasma del paco

"Muertos vivos, así nos dicen, por el mambo del paco. Pero, para mal o para bien, somos como una familia. Acá nos bancamos en las buenas y en las malas", dice Pichín. Antes ranchaban por Retiro; hoy están ahí, pero mañana no saben adónde van a ir a parar. Saben algo: "Entrar en este mambo es fácil, pero salir."

"Una ranchada es como una pequeña balsa en el mar de la marginalidad, que arman los chicos que van a la situación de calle para no naufragar", explica el padre Juan Isasmendi, uno de los cuatro sacerdotes de la parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé, de la villa 21-24 y NHT Zabaleta de Barracas. Es el cura a cargo del hogar de día Niños de Belén que, en el corazón mismo de la villa, es uno de los dos pilares fuertes sobre los que la parroquia de Caacupé da batalla, desde una perspectiva integral, al paco y a la marginalidad en su barrio. La otra columna es el Hogar de Cristo (ver recuadro), centro barrial de la parroquia que ofrece diferentes instancias: un tiempo de conocimiento en el centro de día Alberto Hurtado, otro de intervención (tratamiento ambulatorio o internación) y otro de seguimiento. Procuran que los chicos jaqueados por las drogas y la pobreza puedan reconstruir su propia historia, muchas veces hecha pedazos. Ambas iniciativas continúan la labor del anterior párroco de Caacupé, José María Pepe Di Paola, y son coordinadas en la actualidad por el nuevo párroco, Lorenzo Toto de Vedia.

Según el padre Isasmendi, dentro de las ranchadas, paradójicamente y pese a sus realidades extremas, "los chicos recrean los valores más humanos que uno pueda ver en una persona. Si uno se acerca ahí ve cómo se cuidan entre ellos".

La gran mayoría de los que ranchean en la villa son del conurbano bonaerense y resto, de la provincia de Buenos Aires y comenzaron cartoneando en Constitución. "Después empezaron a comprar paco en la villa; venían y se iban, todavía tenían la libertad de poder irse. Hasta que un día ellos te dicen padre, no sé en qué momento me quedé pegado acá y no me puedo ir. La marginalidad es como un monstruo, en algún momento te atrapa, te esclaviza y te empieza a comer", dice Isasmendi.

Por su situación, los chicos de las ranchadas están expuestos a enfermedades respiratorias y de transmisión sexual, como tuberculosis, VIH y sífilis. "El mismo monstruo de la marginalidad tiene sus propias enfermedades. Un chico que entra a vivir a una ranchada se mete en un camino de ida del que le va a costar mucho salir y difícilmente quede inmune a eso que va a vivir", resume el sacerdote. La situación de consumo y de ranchada "los expone a muchos males, entre ellos, a la violencia y, a veces, al robo en el caso de los chicos, y a la prostitución en las chicas".

En el Hogar Niños de Belén, los voluntarios hacen callejadas, recorridos por la villa para ir al encuentro de quienes ranchean o duermen en los pasillos, invitándolos a acercarse al hogar y haciéndoles saber que existe otro camino distinto a la calle y al consumo. "Lo fundamental es que nosotros vamos a buscar a los chicos y no esperamos que los chicos vengan a buscarnos", concluye Isasmendi.

Ponerle el cuerpo

Como el resto de los chicos que ese mediodía se encuentra en la parroquia de Cristo Obrero, en la villa 31 de Retiro, Pedro llegó en la Trafic blanca en la que, todos los lunes, miércoles y jueves, uno de los curas recorre las callecitas de tierra para acercarlos al centro barrial Carlos Mugica.

Sólo después de un tercer y abundante plato de fideos con tuco, Pedro se sintió satisfecho. "¡Tenía una lija!", admitió, dejándose caer sobre una silla, antes de quedarse dormido. Cuando se despierta admite tener 23 años, ser de la provincia de Buenos Aires, parar en la Terminal de Omnibus de Retiro junto a uno de sus hermanos, y dedicarse a abrir puertas de taxis. A la pregunta de si alguna vez intentó una internación para salir del paco, contesta con una sonrisa: "Sí, como once veces". Sin embargo, esta vez asegura que quiere rescatarse, y afirma: "Por eso estoy acá".

Cuando el padre Eduardo Drabble llegó al barrio como seminarista hace cuatro años, junto con el párroco Guillermo Torre advirtieron que una de las realidades más difíciles y, a la vez, más demandantes de las familias eran los chicos que consumían paco y otras drogas. Armaron un grupo de madres (que continúa reuniéndose todos los sábados), comenzaron a trabajar en conjunto con uno de los paradores del gobierno de la ciudad y a ver la posibilidad de internar a los chicos que estuviesen dispuestos a encarar un tratamiento. Sin embargo, al poco tiempo el problema del paco los desbordó.

En la villa 15 de Mataderos (Ciudad Oculta), un grupo de vecinos decidió no quedarse de brazos cruzados ante la problemática del paco en su barrio. Liderados por quien algunos llaman cariñosamente su caudilla, Bilma Acuña (con más de 19 años de trabajo solidario en la villa), y ante la insuficiencia de la acción del Estado, se agruparon y así nació el Centro Integral Comunitario En-Haccore y, desde 2003, la Red de Madres en Lucha Contra el Consumo del Paco. De su acción conjunta dependen un comedor y dos paradores para los chicos del barrio en situación de calle.

"Acá no se ven tantas ranchadas, sino pibes de esquina, compañeros de consumo", cuenta Bilma. Según ella, en la villa se fueron reduciendo las ranchadas gracias a la red de vecinos que, cuando advierte que un grupo de chicos comienza a juntarse en algún pasillo, se acerca para proponerles diferentes alternativas, como la gestión de una internación en alguna comunidad terapéutica.

Muchas veces, quienes recurren a ella y al resto del equipo de la Asociación Civil David Echegaray en busca de ayuda son madres o familiares de los adictos, pero otras son los mismos chicos que, después de haber desvalijado sus casas llevándose garrafas, televisores o todo lo que pueden vender para bancar el consumo, no tienen adónde ir. "Gracias a Dios pude recuperar a mi hijo, pero me dejó sin nada: me llevaba hasta las ollas -cuenta Cristina Garzón, de 55 años y miembro de la red de madres, sobre su hijo Iván, que ahora tiene 22 y hace dos que no consume-. Me enteré que consumía cuando estaba en la secundaria, pero según él lo hacía desde los 9 cuando fue al cumpleaños de un compañerito y probó por primera vez."

En Constitución, la mayoría de la gente los mira con indiferencia o, con temor, acelera el paso o cruza de vereda cuando se topa con la ranchada de Pichín y los suyos. "La gente se da manija, se asusta, piensa que le vamos a chorear y sale corriendo", dice Pichín mientras que, con un palo, mueve las brasas adentro del tachito. Así les ocurre casi siempre a los pibes que ranchean. Sin embargo, también están esas personas que, dejando de lado prejuicios arraigados y arriesgando a veces su seguridad, buscan incansablemente ir a su encuentro. "Porque esos chicos no viven, sino que, en el fondo, sobreviven", apunta el padre Juan Isasmendi mientras termina de prepararse el mate cocido para empezar su callejeada por la villa.

LA LABOR DE LOS CURAS

La experiencia adquirida en el Hogar de Cristo, en Barracas, fue capitalizada por el equipo de los llamados curas villeros -agrupados en la arquidiócesis de Buenos Aires en la Vicaría Episcopal para la Pastoral de Villas de Emergencia-, que abrieron recientemente dos nuevas sedes. Una es el centro barrial Don Bosco, de la parroquia de Santa María Madre del Pueblo, en la villa 1-11-14 del Bajo Flores, y la otra es el centro Carlos Mugica de la parroquia de Cristo Obrero, en la villa 31 de Retiro.

Los sacerdotes empezaron a vislumbrar el Hogar de Cristo (sede Carlos Mugica) como el programa integral para ayudar a los chicos sumidos en la marginalidad y el consumo. Por ahora tres veces por semana, pero con la intención de empezar a hacerlo de lunes a sábado, van a buscar a los chicos a distintos puntos de la villa. "Los traemos al centro barrial para que haya más tiempo de abordar cada historia. La clave es meterse en cada historia y ver desde dónde arrancar."

En la villa 1-11-14 del Bajo Flores, el centro barrial Don Bosco nació según el padre Gustavo Carrara "por la necesidad de tener un lugar propio para la temática del paco, que permita al chico descubrir que está entrando a un espacio para empezar a salir de esa situación y recuperar su vida". Que los chicos dejen de consumir no es el único objetivo ni el principal: "El principal es sacarlos de la exclusión y que vivan una vida con dignidad y felicidad. El primer paso es acercarse a ellos y abrirles un horizonte de sentido en su vida que no se reduzca al consumo", propone.

Allí los chicos almuerzan, meriendan, tienen un lugar donde bañarse y la posibilidad de compartir algún taller, pero no se plantea como eso simplemente, sino como un espacio para empezar un camino de salida de la situación donde están.

Como colaborar

Parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé/Hogar Niños de Belén

jicaacupe@gmail.com

Hogar de Cristo - Sede San Alberto Hurtado

www.sinpaco.org

Parroquia Cristo Obrero

(15) 4199-7620

edudrabble@gmail.com

Red de Madres en la Lucha Contra el Consumo del Paco

madresenluchacontraelpaco@yahoo.com.ar.

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