viernes, 29 de julio de 2011

SIN RED



El fundador de Fuerza Bruta Diqui James, reconoce que el Bicentenario los revolucionó. “Nos obligó a dar un giro”, señala, que el Wayra Tour, también incluye viejos hits.

Por Facundo García

Anuncian que van a ofrecer “lo que nadie jamás vio, con la suma de toda la potencia acumulada durante la historia y los viajes de Fuerzabruta por el mundo”. El Wayra Tour echará a volar el próximo viernes en el Luna Park y la expectativa es más grande que nunca. Desde el centro de un galpón donde el repiqueteo de percusiones obliga a subir la voz, el fundador de la compañía, Diqui James, llega para dar algunos detalles del show. Pero lo primero que tiene que explicar es su cara, porque trae tantas vendas como una momia a medio disfrazar.

–Epa, ¿qué le pasó?

–Nada... digamos que tengo un empleo riesgoso.

Pudo haber sido un caño, una piña, una acrobacia. Quién sabe. En cualquier caso, James opta por atribuir el palo a la intensidad con la que encara sus proyectos. Porque cada paso de Fuerzabruta es eso, una experiencia hecha de golpes o de hallazgos. No hay red.

–En Wayra Tour, ya desde la musicalidad del nombre, se enfatiza esa presencia de lo palpable y lo corporal.

–Los nombres son un tema. De hecho, me costó amigarme con “Fuerzabruta”. Me sonaba agresivo; hoy me encanta. Y esto de “tour”. ¿Por qué “tour”, boludo? ¡Es una gira! Pero como me insistían con “tour” y dale con “tour”, respondí “okey, te acepto ‘tour’, pero le ponemos al lado una palabra en quechua”. “Wayra” me vino genial. Quedó Fuerzabruta Wayra Tour. Tres idiomas en una misma oración.

Wayra significa “viento”. Fiel a su costumbre de apoyarse en elementos de la naturaleza, esta vez la troupe prodigará brisas y vuelos. “Para ser sincero, elegir el título no fue nada fácil. Uno siente solidaridad con los pueblos originarios y tiene miedo de faltarles el respeto. Igual todo bien, ya sé que cuando pienso de más la cago, así que le dimos para adelante.”

–Por lo que se ve y escucha en los ensayos, metieron bombos a rolete.

–No quiero revelar mucho para no arruinar la sorpresa. Veníamos usando los bombos legüeros desde De La Guarda. Pero ponete en nuestro pellejo: el Bicentenario nos revolucionó y nos obligó a hacer un giro que no hemos terminado de dar (ver recuadro).

El tronar no cesa. En el galpón admiten que Gaby Kerpel, que es quien traza el hilado fino del acompañamiento musical, está obsesionado con los ritmos folklóricos. “Nosotros –acota James– ya veníamos con fuertes sospechas de que lo que más garpa es mostrar aquello de lo que estamos hechos. Por eso pisamos el acelerador al mango y fusionamos lo ancestral con la electrónica y con otras deformidades por ahora secretas.”

Los Fuerzabruta no “relatan” a la manera de los actores de teatro comunes. Pulsan –cual DJ de lo sonoro y de lo físico– cuerdas emocionales para que los que están en la sala se activen autónomamente. Y en Wayra Tour su propuesta está diseñada para dos tipos de destinatarios: si uno saca entradas para el campo, puede ser parte del desenfreno y participar con el cuerpo y los cinco sentidos. La otra opción es sentarse en una butaca y disfrutar cómodamente del desfile de luces, escenografía, tecnología, música en vivo y efectos especiales. La idea es que cada quien elija su lugar de acuerdo a sus gustos y posibilidades, y que –si la pasó bien– vuelva para estar de un lado y del otro. En un contexto en el que la polémica alrededor del papel que les cabe a los espectadores está sobre el tapete, la doble afirmación de Fuerzabruta se destaca por su originalidad y por el pacto de confianza que establece entre el público y los artistas.

–Ustedes salieron al ruedo en una década repleta de procesos de cambio para Sudamérica. ¿En qué medida afectó eso a su estética?

–No suelo hacer ese tipo de análisis. Eso sí: desde el inicio, allá por los ’80, nos encontramos con que los europeos y estadounidenses nos repetían que lo que intentábamos acá “sería imposible de hacer” para ellos.

–¿Por qué?

–¡La verdad es que no sabíamos qué querían decir! Eramos un par de chiflados de barrio con ganas de hacer fiestas. Calculá que yo salí del secundario y la dictadura no se había ido. O sea que teníamos cero información de nada. Ibamos de gira y los periodistas nos preguntaban “¿qué les parece tal grupo de Alemania?”. “No lo conozco.” “¿Y tal otro de Holanda?” “Disculpá, ni idea.” No sabés la de papelones que pasábamos. No teníamos datos sobre nada más allá de los Beatles, los Rolling y Seru Giran. Sin embargo, el cerco no nos impidió buscar; y como no había muchos espacios externos, nos pusimos a mirar para adentro, hacia nosotros. Nos retroalimentábamos en nuestro zarpe y nuestra locura, lo cual nos llevó a un código muy latinoamericano. Somos eso, en definitiva. Lo impresionante fue que cuando surgió la posibilidad de salir al exterior periódicamente, chabones que habían crecido en una cultura radicalmente distinta nos entendían en dos segundos.

En contraste con espectáculos anteriores, el Wayra Tour contiene viejos hits. James: “Cuando fui a exponer mis ideas a nuestros socios canadienses, me preguntaron por qué no hacíamos números de shows previos. Y me di cuenta de que había comprado un formato que no me pertenecía. O sea, ¿viste que el teatro clásico siempre tiene una obra y después otra y después otra, todas diferentes? ¿Y por qué carajo acá teníamos que hacer lo mismo? Era solamente un prejuicio. El 360 tour, por ejemplo, no es ningún disco de U2, y los que van quieren oír temas viejos y nuevos. Así que lo que se va a mostrar el viernes es nuestra gira 2011, que está hecha de locuras antiguas y otras recién salidas del horno, reventadas como se nos cante. Eso sí, les aconsejo que se agarren”.

–¿No nos puede adelantar nada más?

–Lo único que voy a agregar es que en estos días a veces nos reunimos en círculo y empezamos a recapacitar. No sabemos si con esto se van a volver locos o van a rajar en silencio. Me gusta eso, que no haya términos medios. Es un poco la vida del artista. Si siento que estoy derrapando, sé que voy bien. Me puedo pegar un porrazo, ojo, pero sé que voy por buen camino. En resumen, son noventa minutos que van a ir más rápido que tu cabeza.

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