martes, 1 de marzo de 2011

LOS CHICHES DEL SIGLO XXI: CÓMO APRENDER A SER EGOÍSTA JUGANDO


Por Soledad Lofredo

Playmóbil, rastis y muñequitos de plástico están hechos de manera que no puedan encastrar entre sí. La industria del juguete abusa del consumo de los más chicos. Antes era distinto.


Los juguetes de antes para mi hijo ni siquiera son los juguetes de antes míos!”, se impacienta Roberto, un vendedor de especias que trabaja en la puerta de una juguetería del centro de la Ciudad. “Y ni hablar de los que quieren venderles a mis nietos”, suspira. La expresión de su cara acompaña sus palabras: “No tienen sentido. ‘Los juguetes no pueden jugar con otros juguetes’ me dijo una vez mi nieta de cuatro años”, remarca. Pero se puede poner peor: “Pero mi nieto de 11 me dice que no puede vivir sin la Play y sin la tele. Esto se pone cada día más preocupante”, sentencia, sabiendo que no hay posibilidad de marcha atrás.Para psicólogos y sociólogos, es a través de los juguetes que los niños “exploran, descubren, aprenden e interactúan” con objetos y problemas. El mundo exterior será parte importante de su desarrollo. Uno de los problemas principales es que los juguetes de ahora realmente no son compatibles con otros juguetes. Las marcas se encargan de que las medidas de unos no encastren con las de otros.Para la psicóloga Amanda López, “un juguete tiene por objetivo la recreación, sin exceptuar otras funciones, como la formación, el aprendizaje, el desarrollo y estimulación de los aspectos intelectual, psicológico, sensorial y motriz y de convivencia social. La función del juguete en los niños es la de apoyar el desarrollo de múltiples aspectos de éste, tanto el físico como el psicológico”, remarca.
Juguetes perdidos. “Dame un juguete para un nene que cumple dos años”, pide una señora de 50 años, que entra al primer local de la galería de avenida Triunvirato y Olazábal. “Pero que sea algo para pensar, no una taradez como las que venden ahora”, sentencia. La chica que atiende asiente con la cabeza. “Sí, sé de lo que me habla”. El local sólo vende juguetes hechos con madera, los llamados “juegos didácticos”, para aprender.La señora, después de la recomendación de la vendedora, se lleva un tren de madera. La función es encastrar los vagoncitos a otros vagoncitos, a la locomotora. Luego, construir las vías por donde pasará el trencito armado, de la manera que el chico quiera. Como el tren tiene ventanitas y es amplio, puede entrar cualquier tipo de muñequito dentro. Hasta ositos de peluche.“Era otra infancia; para mí, mejor”, comenta Ricardo, de 30 años, desde su blog. “No había computadoras, ni PlayStation, ni Wii, ni game boy... Eran juegos más básicos y baratos, pero te divertías muchísimo”, asegura. “Por ejemplo, los soldaditos: la típica era armar dos bandas de soldados y cada uno con alguna posición. Te llevaba una hora armar todo, pero 10 minutos desordenarlo todo. O las pistas de autos. La idea era jugar una carrera de a dos en esa pista que tenía forma de ocho. El problema de estos autitos era que con el tiempo las escobillas de abajo del auto se estropeaban y se te quedaba el coche en la pista en plena carrera. Entonces tenías que darle un empujoncito o acomodarlo”, recuerda. “O los Playmobil, unos muñequitos que de la mano podías enganchar varias cosas”, se emociona.
Un poco de historia. Desde los años 60, en Estados Unidos y Europa se empezó a poner más atención sobre los niños como consumidores. Los publicistas de esa época aseguran que tenían mucha influencia sobre sus padres. La posición económica de algunas familias permitían que ante un mínimo pedido de los chicos, los padres respondieran ese mismo día con el juguete en cuestión.La marca no definía al juguete, aunque comenzó a darle una entidad. Piezas para encastrar, soldaditos, pistas de carrera, animales, muñecas fueron tomando el nombre de la marca más vendida. Sin embargo, jamás imaginaron que derivaría en lo que hoy sucede. En la actualidad muchas películas, programas televisivos, historietas, libros y equipos deportivos incluyen juguetes en sus líneas oficiales de mercadería.
Recuerdos. Para Pablo, la cuestión es de fondo. “De niños andábamos en coches que no tenían cinturones de seguridad ni bolsas de aire. Ir en la parte trasera de una camioneta era un paseo diferente con efectos especiales. Nuestras cunas estaban pintadas con brillantes colores de pintura. No teníamos tapas con seguro contra niños en las botellas de medicina, gabinetes, puertas. Cuando andábamos en bicicleta no usábamos casco. Tomábamos agua de la manguera del jardín y no de una botella de agua mineral. Gastábamos horas y horas construyendo carritos y los que tenían la fortuna de tener calles inclinadas los echaban a andar hacia abajo y en la mitad se acordaban que no tenían frenos. Pero no pasaba a mayores. Después de varios choques con plantas y árboles aprendimos a resolver el problema. Sí, en esas épocas chocábamos con plantas y árboles, no con motos ni coches”, recuerda.“Salíamos a jugar con la única condición de regresar antes del anochecer. La escuela duraba hasta el mediodía, llegábamos a la casa a comer. No teníamos celular, ni computadora, ni los juguetes que hay hoy en día. Nos cortábamos, nos rompíamos un hueso, perdíamos un diente, pero nunca hubo una demanda por estos accidentes. Nadie tenía la culpa, así aprendimos lo que es la responsabilidad. Comíamos bizcochitos, pan y manteca, tomábamos bebidas con azúcar y nunca teníamos exceso de peso porque siempre estábamos jugando a la escondida. Compartíamos una bebida entre cuatro tomando en la misma botella y nadie se moría por esto ni se contagiaba de nada”, analiza, ironizando las publicidades de yogures mágicos.“No teníamos Playstation, Nintendo 64, X box, juegos de vídeo, 99 canales de televisión en el cable, videograbadoras, sonido surround, móviles personales, computadoras, chat en internet... sino que la diversión eran los muñecos de pistoleros, las muñecas, los coches de madera, y los carros hechos con una caña, una rueda y un volante. Jugábamos con una pelota. Nos subíamos en la bicicleta o caminábamos hasta la casa del amigo, tocábamos el timbre, o sencillamente entrábamos sin tocar, diciendo ‘¡buenas!’. Allí estaban y salíamos a jugar. ¡Ahí, afuera! Todo esto sucedía también en el mundo cruel.¿Cómo lo hacíamos? Hacíamos juegos con palitos y pelotas de esponja, en algún equipo que se formaba para jugar un partido; no todos llegaban a ser elegidos y no pasaba ningún desencanto llevado a una pelea como ahora. Algunos estudiantes no eran tan brillantes como otros y cuando suspendían un año lo repetían. Nadie iba al psicólogo, nadie tenía dislexia, simplemente repetía y tenía una segunda oportunidad. Teníamos libertad, fracasos, éxitos, responsabilidades. Y aprendimos a manejarlos. ¿Con el tiempo se perdió todo esto?”, finaliza. La respuesta la sigue teniendo cada uno.

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