martes, 1 de marzo de 2011

ARTE EN LA CÁRCEL DE MUJERES DE EZEIZA


Por Jimena Arnolfi

Taller de serigrafía. Una de las mujeres cala el “Yo no fui” escrito en tailandés por una de las presas. Una vez hecho el stencil, se pasa la pintura. ¿Resultado? Las remeras estampadas secándose en la ventana del penal.

Mientras que para algunos, Ezeiza significa irse del país, para muchas mujeres Ezeiza son las rejas que ven cada vez que se despiertan y cada vez que se van a dormir. Yo no fui es una asociación civil y cultural sin fines de lucro que trabaja en proyectos artísticos y talleres de oficio, adentro, en los penales de mujeres y afuera, donde sigue acompañando y capacitando a las mujeres que recuperan su libertad. María Medrano, la creadora, suele decir que Yo no fui funciona como un puente con el afuera que las espera: “Es la posibilidad de participar en la actividad cultural de una ciudad que vive de espaldas a esa otra ciudad que engendra en su interior (…), de eso se trata; de acercar la lejanía y preparar la salida”.
Yo no fui tumbera. La cita es en el Centro Cultural inaugurado a fines de octubre de 2010, conectado internamente con las celdas del penal. Por el pasillo del fondo vienen las chicas después de que el jefe de Educación da la orden. Él es el que lleva el manojo de llaves gigantes. La libertad está al alcance de un par de llaves del tamaño de una mano. El colectivo Yo no fui está ahí con María Medrano, Lucía Diforte y las talleristas y artistas que formarán parte de la velada. En seguida estamos todas sentadas en una ronda y cada una se presenta. Seguramente todas deben saber que quienes estamos ahí por primera vez estamos preguntándonos qué hicieron ellas para estar ahí adentro. Pero rápidamente, el adentro y el afuera empiezan a fusionarse.Serán dos grupos de mujeres. Las primeras son las más jóvenes. Hace tiempo que están en la Unidad. Ya conocen a María y a su equipo. Las quieren y confían en su trabajo. Las segundas, recién ingresadas, todavía no conocen el Yo no fui y permanecen distantes. Algunas se tapan la cara. No entienden lo que está pasando. Eso también es la cárcel.Cada una de las mujeres detalla con años, meses, semanas y días, cuánto hace que está detenida. La mayoría son argentinas. Hay una paraguaya, una española y una tailandesa. “Me gustó tanto la Argentina, que al final decidí quedarme un buen tiempo en el país”, bromea la española bautizada Coño por sus compañeras.Todavía no habían empezado los talleres y ya teníamos la certeza: uno se iría de ese lugar con el corazón ancho. Por el colectivo Yo no fui : mujeres que trabajan con pasión y convicción por una causa, por una lucha. También por las mujeres presas: mujeres que conocen la oscuridad y son capaces de dar a luz; mujeres que se brindan al arte y defienden esos talleres como el “cacho de libertad” que pueden tener ahí adentro.
Yo no fui silenciada. Las poesías visuales están construidas con palabras y letras cortadas de diarios y revistas que hicieron las presas. La exposición está en las paredes. Una llama la atención. El collage forma la silueta de una pistola. En el mango puede leerse: “Sin identidad/ ausencia/ confieso que no hay crimen sin dar un tiro a sangre fría”. En su ensayo publicado en la antología del Yo no fui , la poeta Leonor Silvestri señala que un libro hecho por mujeres en la cárcel es igual a decir el “no lugar de la literatura: mujer y presa” (en ambos sentidos, mujer privada de su libertad y referente a la caza). La resistencia al proceso de despersonalización. Resistencia que deviene política. Arte político. La importancia de un acto de identidad en un lugar donde la identidad es robada.En las paredes también hay un Che Guevara, un Rimbaud y las fotos que formaron parte de la muestra Luz en la piel, de las mujeres de la U.31, presentada en la Legislatura Porteña. Las fotos tienen la particularidad de haber sido tomadas con cámaras estenopeicas –cámaras hechas con cajas que no tienen lente–. Esa tarde, el taller de fotografía causa sensación entre las mujeres del penal.
Yo no fui despersonalizada. La profesora explica que sacarán fotos con cámaras artesanales, unas cajas de cartón con un solo orificio por donde entraran los rayos de sol que irán a buscar en el patiecito del centro cultural. Deben dejar la caja en una superficie fija durante por lo menos un minuto. Si se la tiene con las propias manos, uno respira y la caja se mueve, suficiente para que la foto salga movida. Se juntan de a dos y una le saca a la otra. Es la manera que tienen para verse a ellas mismas y después enviarle la foto a la familia . En la cárcel no hay espejos.Hay dos que no quieren saber nada. “Yo no me voy a sacar una foto acá adentro, ¿qué le voy a decir a mi familia, ésta era yo en la cárcel?”, dice una que termina sacándole una foto a una garita. La otra que no quiere salir en la foto, es la española. Ella elige fotografiar el campo y los edificios a través del alambrado del patio del penal. Quiere enviar la foto a su país para mostrarles cómo es la cárcel en la Argentina.
Yo no fui desmemoriada. Las chicas cuentan que en las celdas se dibuja mucho. Copian dibujos de revistas, de pañales, y a ojo los hacen más grandes para pegar en las paredes. Muchas se entusiasman al ver la mesa llena de pinturas, stencils y trapos para estampar. Una de las internas jóvenes hojea los dibujos. Se detiene en uno con fondo de pintitas rojas que dice en letras grandes: “No se rindan, todo pasa”. Pregunta si se lo puede llevar a la celda. Le responden que sí. Ella pregunta quién hizo el mantra que la va acompañar hasta el día que se vaya de la cárcel. Le responden que fue La Turca, una de la U. 31.Algunas terminan sacándose la remera para estampar. La tailandesa de pelo naranja sonríe y es pura luz. Le da vergüenza dibujar pero termina escribiendo un Yo no fui con “letras de mi país”, explica. Varias se llevan el dibujo en sus remeras en color naranja fluorescente como el pelo de su creadora.
Las del segundo grupo, las que acaban de caer en la cárcel (están viviendo sus primeros días de jaula), deciden que la estampa que quieren llevarse es la que dice “Los cercos, los candados, los muros, las prisiones: todo inútil”, un verso escrito por Gloria, una de las poetas de la 31.La española se cuelga dibujando y en letra cursiva escribe “No sueñes tu vida, vive tu sueño”. Es la misma que después ve las fotos reveladas y exclama “De aquí a Hollywood, no nos para nadie”.
Yo no fui excluida. Llega el momento del sorteo. “¿Qué se sortea, qué se sortea?”, preguntan algunas por ahí a la espera del premio. Una de las chicas irrumpe: “¡Que se sortee la libertad!”. Se llevan varias remeras del Yo no fui El show musical está a cargo de Pat Morita y su guitarra, una cantante que enamora al under porteño y no tarda en conquistar a todo Ezeiza. La Mona, una de las detenidas, le regala un dibujo con un corazón y la cantautora se lo cuelga en la guitarra. “Ahhh, ¿viste? Vos me emocionaste a mí y yo te la devuelvo”, le dice Pat Morita cuando la ve a punto de lagrimear. Hacia el final, la cantante las convence de que canten una canción que sepan todas. Ellas se miran cómplices y cantan Volver a empezar. Muchas hacen fuerza para no llorar. Después le piden a Morita que toque “esa que dice ‘malo, malo eres, no se daña a quien se quiere’”.Cuando termina el segmento musical, se proyecta el video que muestra el trabajo del Yo no fui junto a Las Pastillas del Abuelo. Las tapas del último disco de la banda –producido por Mario Pergolini– fueron confeccionadas en el taller del Espacio Bonpland. Las artistas son ex convictas. El video termina con Las Pastillas presentando en pleno show a las mujeres del Yo no fui . La señora que toma la palabra en el escenario acaba de recuperar su libertad. Le habla al público y dice algo así como “por las mujeres y los niños, afuera y adentro: vamos a seguir luchando por algo mejor, para que nos den una nueva oportunidad”. La U3 estalla en un aplauso. Saben que es verdad. Afuera las van a estar esperando.

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