miércoles, 9 de febrero de 2011

LA SENDA DE CARDENAL


LA PRESENTACION DE EL EVANGELIO EN SOLENTINAME. Los 86 minutos del documental sobre Ernesto Cardenal cautivaron a un auditorio completo, en una escuela de nombre algo inapropiado.

Por Cristian Vitale


Muchos, para evitar el nombre, le dicen “la escuelita”. La escuela de Cosquín se llama Julio Argentino Roca y queda en una esquina luminosa, en diagonal a la plaza de los artesanos. Dentro, en el patio interno, una muestra de pinturas con un slogan de batalla (“Desafiando las reglas de la anatomía y el buen gusto”) coexiste con fotos históricas del Chúcaro y Norma Viola de cuando el “proscenio” de la otra plaza, la Próspero Molina, era de césped. También hay de otros próceres históricos del festival: Jaime Dávalos, Horacio Guarany o Jorge Cafrune, y libros. Libros de –o sobre– Hamlet Lima Quintana, Yupanqui, Tejada Gómez, poesía quechua y mitos chiriguanos. Pero uno que resalta, entre todos, esta noche, durante la octava luna del festival: El evangelio en Solentiname, de Ernesto Cardenal. De él se trata, esta vez, el “número central” del encuentro de poetas. Y será, obvio, más fructífero que el “número central” en la Próspero (Luciano Pereyra), será un removedor de conciencias. Un despertador.
El patio de la escuelita desborda de gente. No cabe un alfiler en las tribunas de madera y las sillas dispuestas frente al panel atiborran. Pasadas las diez, con cierto retraso, el locutor anuncia la llegada del vate –también sacerdote, escultor, pintor y revolucionario– y el comienzo del documental que cautivará a todos en 86 minutos. Es la vida del poeta que cambió el paisaje humano de la bella isla que bordea el lago Cocibolca. Es la obra del hombre que, luego de ser ordenado sacerdote en Managua (1965), fundó la comunidad cristiana que entregaría al Frente Sandinista de Liberación muchos de sus mejores hombres. Un muestreo abarcativo, sonoro y visual sobre tal experiencia revolucionaria –casi única–, que terminó con la derrota del dictador Anastasio Somoza, en 1982. “Soy marxista y soy cristiano... todavía creo que esa combinación puede ser posible”, dice el poeta en una de sus charlas.
El documental, dirigido por el español “mexicanizado” Modesto López, resalta los aspectos sociales y culturales que hicieron de Cardenal un eje medular para el despertar poético de un pueblo que, bajo la daga absurda de Somoza, estaba destinado a la marginalidad propia de los enclaves centroamericanos. Testimonios de quienes fueron sus discípulos, amigos y compañeros de militancia se funden con la propia palabra del poeta para redimensionar, en su cabal magnitud, la trascendencia de un hombre que puso en su órbita real toda trascendencia: Dios no está en los torturadores, las guerras, el hambre, los imperios y la opresión... Dios está en la poesía de un niño que nace a la luz y en la baja. En los sometidos. “No creer en la revolución es no creer en Dios mismo”, se escucha decir de la boca de Esperanza Guevara, una de sus discípulas, entre la bella música de “Al perderte yo a ti” (Luis Enrique Mejía Godoy) y la palabra constante, desafiante y justa, del también hacedor de Mayapán, Homenaje a los indios americanos, Quetzal-cóatl y Los ovnis de oro.
Tras la proyección del documental, cerradamente ovacionado, Cardenal en persona, rodeado por el poeta ecuatoriano Antonio Preciado y el argentino Jorge Boccanera, dio un recital de poesía basado en muchas de sus últimas composiciones. Con 86 años recién cumplidos, y su eterna boina negra, hizo foco en sus “cánticos cósmicos” y el despliegue al más allá: el Big Bang, los hoyos negros, la mecánica cuántica, las galaxias y el sistema planetario, vistos por la lente de un hombre, alguna vez desacreditado en público por el Papa, que cree en la trascendencia del amor universal y tiene como sujetos de su creación a los pobres. “¿Somos los humanos tan solo máquinas para fabricar máquinas mejores que nosotros?”, fue su pregunta existencial. No, si el mundo sigue sus huellas.
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