viernes, 31 de diciembre de 2010

SER O NO SER RICOTERO



Por Santiago Diehl


Empecemos por el principio: nunca fui ricotero. Nunca viajé a ninguno de los recitales que dieron Los Redondos, ni el Indio como solista. No me avergüenza ni me enorgullece. Simplemente no se dio. Hace años tengo ganas de ir, pero nunca son tantas como para abrir el hueco, largar todo, y mandarme. Aunque el súperclásico Soda vs. Redondos siempre me resultó más bien idiota, hoy sé que algo del debate ideológico escamoteado en la arena política en los noventa se escenificaba en la disputa rockera. Y que los redondos caían del lado de lo nacional y popular. Quizá por procedencia social y bagaje cultural, quizá por interpelar mejor la curtida sensibilidad de los pibes marginados, quizá por provocar la excusa para el movimiento y la entrega de los cuerpos al baile y al pogo; seguramente, también, por el hábil manejo de su imagen en su relación con los medios de comunicación de masas, y con lo que los pibes llaman, con inocencia, “el sistema” en general.
De todos modos, sigo pensando que hay una falsa antinomia entre el rock barrial y otras expresiones nacionales, que no son menos auténticas. Divididos y Soda con el folclore argentino, Los Piojos con el candombe, Los Cadillacs con la
salsa, los Decadentes con todo, por traer algunas bandas que volaban alto en mi ranking adolescente, tenían en común cierto riesgo en la búsqueda, en la fusión, en la apertura a los ritmos latinoamericanos. La mezcla, el sincretismo, la capacidad de nuestra cultura y nuestros artistas para procesar, jugar e incorporar esos mensajes que llegan “del afuera” se parece un valor a levantar.
Ni hablar del enfrentamiento imaginario entre rock nacional y de otras latitudes, en especial angloparlante. Quiero decir, por ejemplo, que Oasis representa para las clases trabajadoras inglesas algo muy similar a lo que representa La Renga para los pibes de las zonas fabriles del conurbano. En todo caso, hay un sesgo clasista en cierto medio pelo argentino que le impide ver la continuidad entre esos lenguajes, mas allá de la lengua en que las canciones sean cantadas. A mi modo de ver, entre los lenguajes populares pueden trazarse líneas de continuidad, en cuanto a lo que representan socialmente para sus respectivas sociedades. Por tomar un dato de la realidad, no es casual la onda que Carlitos Tevez pegó con Noel Gallagher, ni la posibilidad cierta de que compartan un escenario en cualquier momento. En ambos casos, cumbia y rock, y también en nuevas tradiciones como la electrónica, la joda se completa con el trípode universal del sexo y las drogas.
La actitud de rebeldía con lo establecido, propia del rock, un clásico que con los años de los rockeros, de las bandas y
del negocio se convirtió muchas veces en una parodia de sí misma se mantiene implacable en el Indio. En su apuesta a la calidad artística y en su lucidez y su coherencia política. Por eso, quién dice -terminemos por el final-, a lo mejor en Salta sea el momento del postergado debut ricotero.



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