domingo, 14 de noviembre de 2010

"FUE LA CUNA DE LA REVOLUCIÓN REGIONALISTA"

Alejandro Aracena trabajó una década como minero. Ahora es profesor, historiador emblemático de la región. Dice que Atacama es zona minera desde hace 2000 años. Que vio el primer ferrocarril de América. Y que allí, en 1859, estalló el levantamiento contra la unitaria Santiago.

Por Pedro Lipcovich
“Hay minas, como la de San José, que están con calavera, como decimos los mineros: uno mira adentro y ve la muerte.” Quien lo graficó así es Alejandro Aracena que, luego de trabajar más de diez años como obrero en la mina, se recibió de profesor, y hoy es el historiador emblemático de la región de Atacama, cuya capital es Copiapó. Con información de primera mano y con mucho fervor, trazó para Página/12 una historia de los 2000 años de actividad minera en la zona, narró la callada épica de los pirquineros, los buscadores solitarios de metal precioso, y denunció las graves deficiencias que afectan en especial a las empresas medianas de minería, en un contexto de control estatal ineficiente: sólo hay dos inspectores para una región que concentra miles de establecimientos mineros.

“Hace más de 2000 años que hay minería en Atacama –contó el historiador, hijo y nieto de mineros, que hace dos semanas recibió el Premio Bicentenario, otorgado por la Cámara de Diputados de Chile–. Empezó cuando los guaraníes llegaron desde la actual provincia de Tucumán, Argentina. Después trabajaron los diaguitas, venidos del norte del Perú y desde el norte argentino. Y en 1420 aparece el Inca. Acá se fundió el oro para pagar el tributo que nos había impuesto el Inca, de una tonelada de oro al año. Copiapó se llamaba entonces Copayapu, que en quechua significa ‘copa de oro’, por su riqueza. En 1536 llegaron los españoles. El primer trapiche para moler el oro se construyó en Copiapó.”

La verdadera fiebre minera se desarrolló desde el siglo XIX. “En 1851, Copiapó presenció la construcción del primer ferrocarril de América. No era de pasajeros sino industrial: trasladaba al puerto de Caldera, a 60 kilómetros, el mineral que se embarcaba a Inglaterra y otros países de Europa y también a la India, país con el que había mucha relación.” Poco después, Atacama le declaró la guerra ¡a Chile!

“De aquí surgió, en 1859, la Revolución Constituyente, encabezada por Pedro León Gallo. Fue el gran caudillo de Copiapó, un regionalista que luchaba contra el centralismo: como ahora, Santiago centralizaba todo. León Gallo le ganó al ejército de Chile la batalla de Los Loros, con cañones que se habían fabricado en Copiapó, en la fundición del argentino Alejo Molina. Pero los partidos liberales, dirigidos por la oligarquía de Santiago, lo dejaron solo, y perdió en Cerro Grande. Gallo escapó a Buenos Aires, estuvo en Europa y Estados Unidos y en 1863 volvió a Chile y fundó el Partido Radical. El quería que se distribuyera mejor la riqueza entre las regiones; es por lo mismo que seguimos peleando, aunque ahora se llamen royalties.”

Los soldados de León Gallo eran, también, mineros. “Usaban los corvos: cuchillos de 30 centímetros de largo, hechos en acero por los mismos mineros. La hoja es curva, como pico de loro, con filo por dentro y por fuera. Lo usaban para cortar la guía, la mecha, ese cordelillo con pólvora en su interior. Y también, claro, se usaba para pelear.”

“De El Chañarcillo, la gran zona minera de Atacama, salieron los recursos que hicieron posible el ferrocarril de Santiago a Valparaíso y permitieron fundar las dos universidades de Santiago, la de Chile y la Católica”, recuerda o denuncia Aracena: “Todo fue con plata nuestra. No había familia oligárquica de Santiago que no tuviera su mina en El Chañarcillo”.

Y el historiador preserva una tradición de valentía: “Los mineros son de sangre mapuche, mestizos de españoles que vinieron de Numancia, zona de caudillos, donde hubo lucha regionalista igual que acá. Es la herencia de esa sangre que no se deja batir, aunque deba estar a 700 metros bajo tierra, 17 días. El temple propio del minero que, caminando, con un poco de comida, tirando pata, va a buscar la riqueza en los cerros”.

Es la epopeya solitaria del cateador: “Salía solo con su burro, buscaba catas: vetas de oro, de plata, de cobre. Esas vetas se ven a simple vista, sobre todo si ha llovido. Cuando todo el cerro se ve lleno de mineral, se llama manto. Al encontrar la veta, el minero ya sabía si era buena o mala, y así se descubrieron todos los yacimientos. Todavía es así, aunque ahora hay un satélite que busca vetas”. Son los pirquineros.

“El pirquen, la pirca, es la construcción de piedras que hace el minero, y allí duerme, al lado del picado de donde saca la riqueza. El pirquinero es un hombre solo que trabaja por su cuenta; busca oro, plata. Los cerros están llenos de pircas en Atacama. Y todavía tenemos muchos pirquineros que le enseñan la profesión a su hijo. El pirquinero muchas veces va solo; si muere, no hay nadie que lo entierre; es un minero libre que baja cuando quiere, al mes, a los dos meses de trabajo, y eso es la bajada del minero.”

Es bajar para gozar: “El minero bajaba a gozar de las mujeres, de los tragos. Entraba a la barbería, se afeitaba, se bañaba. Iba a la tienda, compraba un traje, zapatos nuevos, se vestía muy bien. Dejaba la ropa vieja en la barbería y salía a divertirse. Gastaba todo. Cuando se quedaba sin nada, vendía la ropa nueva, se ponía la vieja y volvía a la mina. Esa idiosincrasia no ha cambiado. Cambiaron quizá los licores: ahora toman ron, toman chelita, como llamamos a la cerveza, bajan a buscar la chelita en tarro, la cerveza en lata. Compran estos packs que vienen ahora pero es igual, bajan al pueblo, van a buscar niñas por ahí para bailar y acostarse con ellas”.

–¿Cuáles han sido históricamente las condiciones de seguridad en las minas?

–Lo sucedido en la mina San José dio una gran lección al que explota la riqueza sin preocuparse por sus trabajadores. Esa mina no tenía ningún medio de seguridad. Lo que ocurrió fue porque le cortaron las patas al cerro. Las patas son las columnas verticales que van quedando cuando se excava. Los dueños de la mina, por aprovechar más y más mineral, las adelgazaron tanto que, tarde o temprano, el cerro iba a asentarse, iba a pasar lo que pasó. Esto sucede especialmente en las minas medianas: usan cantidades de explosivos y las rocas se debilitan, quedan grietas, y se producen derrumbes. Ellos no se preocupan de la seguridad, y en la mediana empresa el minero arriesga la vida.

“Antes se usaba más madera para afirmar el cerro; es gastar un poco más para dar seguridad al minero. Los túneles, que llamamos socavones, deben enmaderarse. La mina San José, además, no tenía escalera en la chimenea vertical. Ese es otro delito, la falta de escaleraje. Pero ahora quieren explotar grandes cantidades: San José hasta metía camiones adentro, y los mineros ¿qué podían hacer?”

En cambio, “el minero chico sabe cuidarse solo. El pirquinero se mete como gato con un cordel, es el artista dentro de las minas. Se fabrica una escalera de cuerda parecida a la de los trapecios de circo, que se llama cimbra porque cimbra, se mueve. Cuando me metí por primera vez, recuerdo, me quemé con la lámpara, que se movía para todos lados. Los pirquineros se meten 40, 50 metros en un pique, una perforación vertical, pero siempre buscan un camino para tener como escape. La minas como San José están con calavera, como decimos los mineros: uno mira adentro y ve la muerte. Y el cerro gotea, es decir empiezan a caer piedrecillas, el cerro avisa. Pero tiene que haber caminos auxiliares, de escape.

–¿Y los controles del Estado?

–No hay más que dos inspectores para toda la región de Atacama, que tiene miles de minas y comprende tres provincias: Copiapó, donde está la capital regional, Huasco y Chañaral. Hay una irresponsabilidad del Estado. Por eso los trabajadores de San José pusieron querella no sólo contra el dueño de la mina sino contra el Estado chileno, que debía haber mandado inspectores a esa mina. Tendría que haber intervenido el Servicio Nacional de Geología y Minería (Sernageomin), con visitas periódicas.

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