domingo, 8 de agosto de 2010

UNA ENTRE OTRAS CRUCES


A Jonathan Lezacno le decían Kiki, una tarde fue a ver a su novia y nunca volvió. A un año de su asesinato, la madre sigue reclamando justicia.


Por: Gabriel Alario


El 8 de julio del 2009, Jonathan Lezcano, flamantes 17, se preparaba para ir con Ezequiel Blanco, un amigo, a la casa de su novia, en la zona del Hospital Piñero, en Lugano. Tenía el pelo mojado y se había bañado en perfume. "Le dije que no vuelva tarde, porque hacía mucho frío. Fue la última vez que lo vi", recuerda hoy Angélica Urquiza, la madre de Kiki, como lo conocían todos. Ella reconoce que no era un santo: en el 2007 había sido detenido en el Instituto de Menores San Martín, acusado de matar a un narco, aunque luego se descubrió que no había tenido nada que ver. A los 16 había tenido una adicción al paco, aunque gracias a una internación de siete meses en un instituto neuropsiquiátrico pudo rehabilitarse. Jonathan estaba como coordinador en el San Martín, donde daba charlas para contener a los chicos detenidos.

Al día siguiente de la desaparición, Angélica realizó la denuncia en la comisaría 52. Tanto los agentes como el subcomisario José María Martínez le dijeron que seguramente su hijo habría cometido algún crimen y escapado. Dos meses sin noticias: "Me daban pistas falsas, aunque sabían lo que había pasado". Entonces prefirió buscar respuestas en otros lados: recorrió el Juzgado de Instrucción 30 y Missing Children, sin novedades. Paralelamente, un sobrino se animó a contarle que el día antes de la desaparición dos agentes se habrían acercado a él y a Kiki en un pasillo de la villa 20 (donde vivían) y uno apodado "El Indio" le advirtió: "Otra vez no te voy a salvar, voy a ser tu sombra".

Inmediatamente, la madre realizó una denuncia en la fiscalía 44 contra la comisaría 52 y dicho agente. En el Juzgado de Instrucción 49 encontraría los cuerpos de Jonathan y de su amigo Ezequiel. "El 16 de julio ya los habían identificado y no avisaron nada. Lo que no sabemos es por qué", dice la madre. Un empleado le avisó que su hijo había sido enterrado como NN tres días atrás, aunque ya estaban enterados de los nombres de los fallecidos. Según la denuncia de Angélica, Facundo Cubas, el juez que habría dado la orden para reconocer el cuerpo, fue el mismo que una semana antes habría dado la orden para que los entierren. También fue quien habría sobreseído a Daniel Veyga, un policía federal que declaró haberse enfrentado ese mismo 8 de julio con Kiki y su amigo, habiéndolos matado en un supuesto caso de defensa propia.

"Veyga no es de esta comisaría. El se hace cargo de haberle pegado un tiro en la cabeza a los dos chicos. Aunque en diciembre le llegó a mi abogado, Juan Manuel Combi, un video en el que cuatro policías insultan a mi hijo mientras está agonizando", dice Angélica. Ese video, filmado con el celular de uno de los agentes, fue trascendental para reabrir la causa. Así, la hipótesis de un supuesto enfrentamiento (el hecho fue caratulado como "robo de automotor", sin tener en cuenta la muerte de los jóvenes) quedaría descartada. Su madre suspira: "El soñaba con ser jugador de fútbol". La historia de Kiki integra una estadística macabra que acerca la organización Contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI): de todos los casos de violencia policial, el 51 % corresponde a gatillo fácil. Y en la mitad, las víctimas son menores de 25 años

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