domingo, 22 de agosto de 2010

"NUESTRA META ES DEJAR DE EXISTIR"


La revista Hecho en Buenos Aires que vende gente en situación de calle festeja: ayudó a 3000 personas y vendió millones de ejemplares. Pero su existencia también demuestra un problema social. Habla su fundadora, Patricia Merkin.



Por Bruno Lazzaro

Hace diez años, Patricia Merkin tuvo una idea que logró hacer visible lo invisible. Corría el año 2000, y las puertas que llevaban hacia la debacle socioeconómica comenzaban a abrirse en continuado. En la calle, los aires de cambio estaban viciados y el clamor popular se hacía eco en perspectiva. La solidaridad y la autogestión eran palabras sin sentido en el vaivén del viento que anunciaba la tormenta de verano. Y la pobreza y la indigencia alcanzaban números impensados hasta para los peores pronosticadores, mientras el termómetro social picaba en punta. “En esa época todo era un caos. Generar un producto centrado en la comunicación, que funcione como instrumento de transformación social me pareció algo ideal”, asegura Merkin, fundadora de Hecho en Buenos Aires, la revista que les otorga la posibilidad de trabajar a 180 personas en situación de calle, desempleados, discapacitados y ex detenidos, y que está festejando una década de vida.

HBA funciona en el segundo piso de un viejo edificio en el límite entre San Telmo y Puerto Madero. A través de sus ventanales puede observarse cómo las autopistas a medio construir mueren en soledad ante el tronar del sinfín de camiones que enfilan para tomar la avenida Ingeniero Huergo. En el interior, los vendedores llegan dispuestos a desembolsar $ 1,20 por cada revista, que más tarde comercializarán a 4 pesos: los restantes $ 2,80 quedan a su favor. Uno de ellos, Andrés –diecinueve años–, dice sentirse agradecido porque la revista le dio la oportunidad de progresar. “Empecé hace tres años, y en el medio mi novia quedó embarazada. Gracias a la venta pude mantenerme un año y medio con lo que me daba la revista. Además, terminé la escuela, hice un curso de reparación y armado de PC y este año me compré un terreno fiscal. Si fuera por mí, seguiría trabajando acá para siempre.”

Andrés invita a que lo acompañemos a la parada de Avenida de Mayo. Tiene en su poder el nuevo número de la revista, con Muriel Santa Ana en la tapa, y la posibilidad de generar nuevos ingresos se acrecienta. “Tengo un cliente al que le comenté mi situación y con cada ejemplar nuevo me da 100 pesos para que le compre pañales al nene.” Cuenta, también, que en una jornada llegó a hacer 264 pesos y que todos los días trata de ponerse un piso de cien pesos en nueve horas de trabajo. Pero no todas son buenas: “Hay gente que le tiene bronca a la revista. Hace poco, una señora me dijo que para ella esto no era un trabajo. Le pregunté por qué y me dijo que era como mendigar. Pero yo no me siento un mendigo. Le pongo el pecho a la situación por mi hijo y mi señora que me bancan en todo”.

De nuevo en la redacción, Patricia ofrece té y se dispone a contar la historia de un producto que nació como publicación mensual y que con el correr de los calendarios se instaló como una empresa social. “Nuestra finalidad no es el lucro, sino la promoción humana. Pero lamentablemente no hay una legislación que contemple esto. Necesitamos que el Estado considere a la empresa social como parte del diseño de las políticas públicas. En diez años trabajaron tres mil personas y vendimos millones de ejemplares. Eso nos da la pauta de que funciona. Contamos con personas que, de no ser por este formato, estarían dependiendo de programas asistenciales y viviendo en la exclusión más absoluta. Es hora de hacer algo porque el asistencialismo mata a la sociedad y a la dignidad humana.”

El 13 de junio de 2000, Patricia se subió a un taxi con tres pilones de los 5 mil ejemplares del número uno que había sido impreso la noche anterior. Dice orgullosa que la revista nació en la calle y que, luego de recorrer comedores y plazas, arreglaron con tres indigentes que se convertirían en los primeros vendedores de la revista. “Les dejé un papelito con el teléfono de mi casa para que pudieran llamar con cobro revertido. A partir de ahí empezaron a llamar otras personas que me contaban su situación y que querían trabajar y así se fueron sumando. Trabajamos seis meses así hasta que alquilamos, con otra gente, una casa en San Telmo, luego otra y después llegamos acá a través de un convenio con el Gobierno de la Ciudad en el que nos comprometimos a hacer las reformas correspondientes.”

En la actualidad, HBA imprime 20 mil ejemplares. Sin embargo, la época de mayor venta coincidió con el peor momento económico de los últimos años. Y la asociación civil se terminó convirtiendo en un termómetro socioeconómico: “Somos conscientes de que no está bueno que se acerque tanta gente. El primer grueso de vendedores eran aquellos que se habían quedado sin trabajo por el cierre de fábricas y del desempleo que en ese entonces alcanzaba el 18 por ciento. Un desempleo desatendido, por fuera de la conciencia pública. Porque en el 2000 todavía no se hablaba de desempleo. Después empezaron a acercarse hijos de personas que nunca habían trabajado, que habían vivido toda su infancia de los planes y sin ningún tipo de atención, con contraprestaciones que brillaban por su ausencia. Chicos sin cultura laboral”.

–¿Y cómo es el trabajo de dar trabajo?–

Es muy intenso. Hay mucho desánimo porque la gente piensa que sale a laburar y vende un montón de revistas, y quizá no es así. En el 2001 tuvimos una avalancha de gente para vender la revista, porque en la sociedad se había despertado esa necesidad de ser solidario, de sentirse “parte de”. Entonces, comprar la revista era participar de algún circuito solidario. Y se vendía un montón. Hasta que en 2005 se empezó a hablar de recuperación y ahí la gente cortó el chorro solidario.

Sin embargo, el envión logrado en los primeros años permitió que HBA se instalara como una publicación requerida más allá del hecho de dar. Una revista con entrevistas a personajes destacados –Roger Waters, Evo Morales, Ricardo Darín y Luis Alberto Spinetta, entre otros–, informes sobre medio ambiente, humor y un reportaje mensual en el que presentan a sus vendedores. Pero la relación entre HBA y los vendedores no concluye a la hora de revender el producto. Desde 2003, en la sede de San Juan 21 funciona un programa integral por el que brindan a los trabajadores una plataforma social y laboral más amplia a través de servicios sociales como emergencia habitacional, becas de estudio, resolución de problemas legales o jurídicos y talleres de oficios del que participa el 40 por ciento de los 180 vendedores.

Sobre el final, Merkin frunce el ceño: “Hay que derribar la cultura asistencial que históricamente, tanto el sector político, como la Iglesia y el sector estatal se han preocupado para que se siga expandiendo. De esa manera podremos avanzar. Pero lamentablemente el Estado sigue malgastando fondos en programas que no sirven para un carajo. Culturalmente, este proyecto desafía y rompe los métodos tradicionales, las estrategias de intervención en crisis social en un grupo de altísima vulnerabilidad social, que es la gente con la que laburamos”.

–Pasaron diez años. ¿Qué deseo tiene para el futuro?
–Es simple: nuestra meta es dejar de existir.

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