jueves, 5 de agosto de 2010

LOS DOS JUICIOS CONTRA JESÚS DE NAZARETH


Por Ricardo Canaletti


Hace dos mil años hubo dos juicios "truchos" o nulos contra la misma persona. No hay documentos pero sí crónicas escritas de aquellos acontecimientos.

Antes de llegar a Judea, Poncio Pilatos era desconocido por los historiadores. Si el nombre Pilatos viene de la palabra "Pileatus" se puede suponer que fuera un liberto, es decir un esclavo liberado, o bien un descendiente de esclavos liberados, porque el "pileus" era el sombrero que usaban los libertos.

A poco de llegar a Judea con el cargo de procurador se ganó el odio de la gente. ¿Por qué? El expresaba sin vergüenza su profundo desprecio hacia ese pueblo. Era un escéptico que sólo creía en su patria y en su César, que ese tiempo era Tiberio. Y estaba convencido de haber caído en un nido de víboras venenosas, ralea sucia e inferior.

Los judíos, por su parte, lo odiaban con igual intensidad, más que como romano como persona, insidiador de su culto y ratero de su dinero.

¿Por qué insidiador de su culto? Una de sus primeras medidas fue poner insignias militares con la figura de Tiberio en Jerusalén. Esto violaba la ley religiosa que prohibía la adoración de imágenes y la disposición romana de respetar las leyes religiosas, disposición tomada al ser anexada Judea a la provincia de Siria.

El escándalo fue tal que Pilatos cedió y retiró las insignias.

¿Por qué ratero de su dinero? El procurador decidió construir un acueducto para solucionar el problema de la falta de agua en Jerusalén. Pero decidió financiar la obra con dinero del tesoro del Templo. Hubo manifestaciones contra el acueducto y la represión causó gran cantidad de muertos.

Pilatos y los sacerdotes judíos se vieron las caras otras vez a causa del juicio a un nazareno.

El Sanedrín o tribunal religioso enjuició a Jesús de Nazaret por blasfemia. El proceso fue irregular. Se realizó en la casa de uno de sus miembros, Caifás, cuando la ley judía disponía que los procesos debían realizarse en el recinto oficial; el juicio fue de noche y no de día, como prescribía la ley; no se permitió a la defensa presentar testigos, cuando tenía ese derecho; la acusación se fundó en descarados testigos mentirosos. Jesús tuvo un defensor brillante, Nicodemus, pero su alegato no alcanzó para salvarlo. La votación final fue de 65 votos por la condena a muerte y seis por la absolución.

La pena capital no podía ser cumplida si el fallo no era revisado y confirmado por la autoridad romana. Como se decía entonces, con la conquista Judea había perdido el poder de la espada.

Esto significaba, además, que para aplicarla se debían hacer dos juicios, uno ante la autoridad religiosa y de acuerdo a la ley judía, y otro ante la autoridad romana y según la ley romana.

Pilatos recibió a los sacerdotes un viernes al alba, envuelto en su toga, soñoliento y malhumorado.

—¿Qué acusación traéis contra este hombre? —preguntó.

Se puso enseguida a favor del condenado por una sencilla razón: los que lo llevaban eran sus enemigos y ese hombre era enemigo de ellos, por tanto, instintivamente, él debía estar a favor de ese hombre.

Los sacerdotes habían calculado que el romano se les reiría en la cara si le decían que la condena era por blasfemia. Entonces pensaron vencer a Pilatos apelando a sus propias armas: su lealtad a Roma y al César. Presentaron a Jesús como un sedicioso que volvía a la plebe contra Roma, que prohibía pagar impuestos al César y que se declaraba Rey de los Judíos.

Jesús ya había predicado aquello de: "Dar al César lo que es del César". Y había afirmado que su reino no era de este mundo.

Pilatos se preguntaba: ¿Estos que odian a Roma y que me odian, de golpe hacen tal denuncia contra uno de su nación?

Jesús era de Nazaret, que queda en Galilea. Pertenecía a la jurisdicción de Herodes Antipas, máxima autoridad civil de Galilea, que en esos días estaba en Jerusalén para la Pascua.

Pilatos quería que Herodes le diera su opinión sobre Jesús, pues sabía que sólo él podía homologar penas de muerte. Herodes era incompetente en muchos sentidos y no le sirvió de nada. Jesús volvió al romano.

El nazareno no tuvo defensa alguna. Pero no obstante Pilatos lo quería liberar. Para él no había cometido sedición.

—¡Muerte a ése! —respondieron y repitieron los sacerdotes.

—No hallo en él culpa alguna. Pero es costumbre vuestra que en Pascua os suelte un preso. ¿A Barrabás o a Jesús?

¿Creyó Pilatos que tendrían misericordia de Jesús, exhibido con el cuerpo destrozado por la tortura que él ordenó? ¿Si no halló culpa, por qué lo mantuvo preso? ¿Quiso evitar otra queja de los sacerdotes ante sus superiores? Así concluyó, de espaldas a la ley romana, un caso nulo. Pilatos se lavó las manos y mandó crucificar al no elegido.

En el año 36, el gobernador de Siria, Lucio Vitelio, mandó a Pilatos a Roma ante Tiberio. El emperador murió antes de su llegada. Según cuenta una antigua tradición, Pilatos fue desterrado por Calígula a las Galias. Ahí se suicidó.

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