miércoles, 7 de julio de 2010

GÉNESIS DE UN INSTRUMENTO DIABÓLICO: EL TENEDOR


El cubierto que todos utilizamos recién se popularizó en el siglo XIX. La Iglesia prohibió su uso durante 800 años.



Por: Ana Valentina Benjamin


Hasta principios del siglo XIX, nuestros antecesores se valían para comer de una herramienta magnífica que todavía la tecnología no ha logrado igualar en perfección técnica: las manos. Cierto es que ello incumbía a costumbres culinarias de la época pero, además, los alimentos –en especial la carne– eran servidos en el plato ya cortados en pequeñas raciones. Y si bien las manos servían estupendamente a los fines carniceros, su uso generaba incomodidad, uñas sucias y dedos grasientos. A pesar de esos inconvenientes, la aparición del tenedor, como el sentido común hubiese vaticinado, no generó júbilo instantáneo; lejos del contento provocó indignación, un solapado recelo y fue tildado de… ¡instrumento del diablo! El calificativo hizo que el utensilio tardara en ser aceptado socialmente nada menos que 800 añitos. Porque si bien comenzó su desarrollo en el siglo XIX ya había asomado sus dientes filosos en el XI.


Había llegado a Europa desde Constantinopla traído por Teodora, hija del emperador de Bizancio. Para esta mujer refinada, próxima a contraer matrimonio, esa rareza puntiaguda era una maravilla que podía augurar buena vida conyugal. Era la creencia de la época: objeto nuevo, buenos augurios. Sin embargo, cuando sus coetáneos la vieron manipular el diminuto tridente, la tildaron de “indecorosa” y “obscena”. Dado que también era costumbre comer con guantes, el quitárselos para maniobrar el tenedor fue visto como un acto casi pornográfico. De hecho, un clérigo de aquel entonces, el cardenal italiano San Pedro Damián, condenó las extravagancias de Teodora y calificó su cubierto como “instrumentum diaboli”.


En Argentina, el instrumento diabólico se sentó a la mesa a fines del siglo XIX, pero podría haberse instalado antes: Buenos Aires constituía un importante puerto y hubiese podido recibir tempranamente muchas novedades. No pudo ser mientras duró el gobierno de Rosas, que había cerrado sus muelles al comercio internacional con su Ley de Aduanas (1835). Cuando la última presidencia del caudillo porteño concluyó, el puerto se abrió a la recepción generosa de productos tangibles y costumbres venidas del Viejo Continente tales como “las formas de sociabilidad que incluían la alimentación y la dotación de utensilios que nos equiparaba a la sociedad europea de la época”, precisa el historiador cordobés Aníbal Arcondo, en su libro póstumo Historia de la alimentación en Argentina .


Efectivamente, uno de los primeros polizones que entró a Buenos Aires, fue el tenedor; mejor dicho: la cuchara perdió su protagonismo con la popularidad que pronto adquirió su colega dentado. Lo demás es archiconocido: los conflictos bélicos europeos produjeron una clientela millonaria que comenzaría a alimentarse del granero del mundo. Argentina era –créase o no– un país rico, una especie de cantina tenedor libre a la que acudían hambrientos los lejanos vecinos.


En la Buenos Aires de hoy, el tenedor, el tango y el fútbol son las pasiones, en ese desorden de importancia. El baile del 2x4 y el deporte de masas tienen larga data; en cambio la gastronomía comenzó a imponerse como nueva actividad recreativa porteña hace unos diez años, aproximadamente. Pero no sólo de parrilla vive la urbe: la fama de la capital argentina como ciudad turística la bautizó nuevamente como puerto generoso (pero sin Rosas, a Dios gracias y a las urnas también): otras culturas gastronómicas entraron a su cocina y enriquecieron el menú local, por lo que el tenedor, por ejemplo, fue alternativa y audazmente reemplazado por los palitos chinos. El dueño de un conocido restaurante japonés ubicado en la zona hollywoodense de Palermo da clases regulares de cocina y comenta que el 80 por ciento de sus alumnos le ha perdido interés al tenedor y en algunos casos, alentados por la sensualidad que le imprime a la comida su manipulación manual, hasta han confesado regresar, en la intimidad de una mesa nocturna… a comer con las manos. O sea y como siempre (para estupor del diablo): siempre se vuelve al primer amor.

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