martes, 27 de julio de 2010

CREER EN LA VILLA


“Miles de mujeres y de hombres hacen filas para viajar y trabajar honradamente, para llevar el pan de cada día a la mesa, para ahorrar e ir de a poco comprando ladrillos y así mejorar la casa…”
Son palabras que un grupo de sacerdotes eligió para describir un lugar tan paradigmático como la villa. Ese espacio de vida compartida con la gente, que para ellos es su lugar en el mundo. El que muchos ven desde afuera como un lugar gris y peligroso. El mismo que, visto desde adentro, conserva aun sus colores vitales, los de los valores que día a día sostienen la lucha por vivir, y en muchos casos, por sobrevivir.
Son el equipo de sacerdotes para las villas de emergencia, tal vez, herederos de aquel movimiento de sacerdotes para el tercer mundo, quienes desde hace cuatro décadas viven su ministerio entre y desde los más pobres.
Allí, cada uno de ellos encuentra el sentido de su consagración, descubriendo a diario señales de vida en medio de los deshechos de una ciudad que, históricamente miró para otro lado.
Son territorios conocidos y emblemáticos: la 31 de Retiro, la 20 de Lugano, la 1-11-14 de Bajo Flores, la 21-24 de Barracas y el resto de los conglomerados que crecen silenciosamente en Buenos Aires, la ciudad capital, como la muestra más acabada de un país que extiende inexplicables desigualdades sociales a lo largo de su vasta geografía.
Gran parte de sus habitantes provienen del interior, y muchos otros, de países limítrofes. Resistieron erradicaciones, proyectos de urbanización, y hasta la crisis profunda del 2001-2002 que, como dicen muchos, todavía no se fue.
Desde esos años, las villas de la ciudad de Buenos Aires, aumentaron considerablemente su población con las migraciones producidas como efecto del colapso de las economías regionales.


El Padre Pepe Di Paola
es párroco de la Iglesia de Caacupé de la villa 21-24 de Barracas, y al mismo tiempo, flamante responsable de la “Vicaría de las Villas”, creada recientemente por el Arzobispado.
Más allá de los títulos es un cura que si bien no nació en la villa, está muy identificado con ella y su gente, con la que convive desde hace 11 años, y de la que asegura haber “aprendido mucho”.


-¿Cómo se vive en estos barrios, cuyas casas algunas superan en altura a las autopistas que las circundan y encierran?
- Nosotros decimos que la sociedad en general, tiene un desconocimiento grande acerca de estos barrios más pobres, en parte, por cierta prensa amarilla que marca sólo los hechos de violencia o de delincuencia, generando la sensación de que todos los que viven en la villa son delincuentes.
Pero no es así, acá también hay gente de trabajo. El típico habitante de la villa es un albañil, o una persona que trabaja como empleada doméstica; no es ni el vago, ni el delincuente.
La realidad es que, estando acá nos damos cuenta que se conservan valores muy importantes, como la solidaridad, el compartir, que, incluso se perdieron en otros lugares de la ciudad. Aquello que se añora en otros barrios, el vecino de la villa lo vive comúnmente.
Por eso es muy importante que el resto de la ciudad pueda conocer los valores que tiene la gente de la villa, valores culturales que traen del interior del país, o de países limítrofes. Creemos que es muy importante integrar las villas al resto de la ciudad; y la ciudad, respetar y conocer mejor los valores de las villas.

-¿Qué pasa con la inseguridad de la que tanto se habla?
- Es verdad que se habla mucho, pero para nosotros, los curas de la villa, es un concepto más amplio: es la inseguridad de no tener vacante en una escuela; inseguridad de cuando buscás un trabajo y te discriminan porque vivís en la villa. El concepto de inseguridad que debemos manejar en la sociedad, debe ser más que el arrebato, el robo, el crimen, sino más bien aquello de lo que habla (…) que es la “insolidaridad social”, la causante de la inseguridad que vivimos.
Esto se ve mucho en los chicos. No están preparados para seguir la secundaria, pero al mismo tiempo no tienen suficientes escuelas, y no hay recursos para las escuelas que ya hay. Lo mismo pasa con la salud.
Son parte de la desigualdad que nosotros vemos entre el norte y el sur de la ciudad y, en este caso, entre aquellos que están en la villa respecto de aquellos que no lo están.

-En los últimos tiempos se han alzado muchas voces, y de diferentes sectores, pronunciándose sobre el “escándalo” de la pobreza, el problema del hambre, incluso hasta manipulando el tema. ¿Cómo visualizan uds la problemática actual?
-En un país como el nuestro no debería existir ni la pobreza ni la marginación, por eso escandaliza esta situación, como así también la desigualdad en gente que tiene demasiado respecto de aquellos que no tienen nada. La pobreza y al lado una riqueza desmedida, son dos señales del mismo escándalo, son parte de la misma realidad.
Creemos que existe en el inconsciente del porteño, tanto en los sectores conservadores como progresistas, la idea de que si el villero vive en un terreno que no le es propio, no tiene tantos derechos como el resto. Y así, todo lo que se le da a esas personas es como una especie de dádiva, de ayuda.

-¿Hay presencia de parte del Estado?
- La presencia del Estado debería ser mucho mayor. Pensemos, por ejemplo, que el verdadero urbanizador de las villas es el villero, y eso se da justamente por la ausencia del estado, que no ha tenido planes eficaces ni políticas, sino que más bien se ha desligado de lo que le corresponde.
En cambio, es la gente de lugar, la que en muchos casos, ha transformado basurales y otros terrenos descartados por la ciudad para hacerse su propio espacio donde vivir. Están haciendo el trabajo que el resto de la ciudad no hace.
Todo el mundo quiere que le hagan el trabajo de albañiles, pero quiere que esos albañiles vivan lo más lejos posible.

-¿Cuál es el trabajo de la Iglesia en las villas?
- Muchas veces a la Iglesia se la ha criticado por su silencio y por un montón de cosas más, sin embargo, si hay algo que podemos destacar de la Iglesia de Buenos Aires, ha sido la presencia en las villas. En distintos momentos la Iglesia estuvo al lado de la gente, formando cooperativas de vivienda –por ejemplo- para ayudar a solucionar el problema de las erradicaciones compulsivas. Después, cuando las villas volvieron a crecer, también estuvieron los curas. Es decir, hay un acompañamiento en todo momento; la Iglesia nunca abandonó a la gente en las villas. Es algo que los vecinos miran con respeto y hasta cierto orgullo. Además, la gente participó mucho en el inicio de las comunidades, levantando sus propias capillas en los barrios.


De alguna manera, continuamos lo que iniciaron aquellos sacerdotes hace cuarenta años, aunque con desafíos diferentes, ya que la Argentina no es la misma de aquella época, las villas tienen hoy otras complejidades a las que tratamos de dar respuesta. Yo digo siempre que nosotros somos como “hijos” de aquel movimiento de sacerdotes para el tercer mundo, porque buscamos mantener la misma opción por los pobres, y construimos la Iglesia desde la gente. Carlos Mugica, Rodolfo Ricciardelli, Jorge Vernazza, Daniel De la Sierra, y tantos otros, fueron pioneros en el trabajo en las villas, a nosotros nos toca seguirlos con los desafíos actuales.


Está claro que el Padre Pepe habla mucho en plural, permanentemente dice “nosotros”, porque tiene claro que más que un francotirador, se considera parte, no sólo de su comunidad, sino también, de un equipo de sacerdotes que, juntos decidieron poner por escrito sus pensamientos y reflexiones, en un documento que se hizo público: “La droga en las villas, despenalizada de hecho”.


-¿Qué es lo que quisieron poner de manifiesto a través de él?
-Lo primero, es que no hay que vincular la villa al narcotráfico, porque la villa es la primer víctima del narcotráfico, al habitante de la villa le gustaría que la situación fuera diferente.
Por otra parte, se suele decir que es un problema de los jóvenes, cuando en realidad es un problema de los adultos. Estamos hablando de barrios donde llega primero la droga y después la escuela. Esta desigualdad en las oportunidades hace que estas zonas sean liberadas, porque el estado no tiene la presencia que debería tener, en educación, en salud, infraestructura, justicia, seguridad, recreación, en todas las cosas.

-¿Qué relación tienen ustedes con los chicos que caen en la droga?
- A nosotros nos toca recibir a muchos pibes adictos al paco, y también a sus familias que sufren la situación de esta droga que ha desequilibrado la vida de la villa. La droga genera desesperación por consumirla, en poco tiempo deteriora a tantos chicos, muchos de los cuales conocemos, porque los vimos crecer en el barrio, y ahora están como destruidos.
Está comprobado que muchos de los pibes, cuando tienen un problema con la droga, al primer lugar al que acuden –ellos o su familia- es a la Iglesia, ya sea católica o evangélica. En realidad van donde encuentran una puerta abierta que los reciba. Entonces, es importante destacar la responsabilidad que tenemos en los templos y capillas, de tener el oído dispuesto para escuchar a los chicos.

-¿Qué respuestas han podido elaborar para hacer frente a esta situación?
Dentro de la villa trabajamos mucho la prevención, sobre todo en el apoyo escolar, la recreación, la formación en valores e ideales a través de los grupos de exploradores, las escuelas deportivas, los centros de adolescentes varones, las escuelas de oficio, la escuela primaria y secundaria de adultos también.
Este trabajo de prevención no se puede medir exactamente, lo cierto es que gracias a esto muchos chicos se salvaron de caer en la droga o en la violencia. Todo esto sirvió para dar un andamiaje de prevención a la villa.
Otra cosa que nosotros tenemos como ideal es trabajar sobre el liderazgo positivo. Así como hay chicos que ofrecen droga y violencia, hay otros que ofrecen campamentos, actividades, es decir, una vida distinta. Y hay casos de pibes que estuvieron en la escuela de oficio, y ahora son tipos calificados en aquello que hacen y trabajan bien. Decimos que esos pibes, hacen un liderazgo positivo, porque aunque no dirigen un grupo, son referentes en el barrio.
Además, tenemos centros de día para la recuperación de los chicos, donde el pibe o al piba va, lo escuchan, y ahí nomás se la abren caminos diferentes; para algunos es un tratamiento ambulatorio, para otros una internación inmediata.

Hace poco tiempo, cuando el documento sobre la droga en las villas tomó estado público a través de los medios, el Padre Pepe sufrió una amenaza muy seria. Aquella noche que difícilmente olvidará, circulaba en bicicleta por la villa, cuando de pronto escuchó que alguien gritó su nombre. Se acercó hasta la vereda, y allí vio a un hombre –desconocido para él- que le advirtió claramente: “Rajá de acá. Vas a ser boleta. Una vez que esto deje de ser tema en la televisión, vas a ser boleta. Te la tienen jurada”. La amenaza de muerte fue más que explícita.

-¿Qué pasó a partir de ese momento?
- Hice la denuncia y todo lo que debía hacer al respecto. El miedo está... No es lo más grato recibir una amenaza así, pero tampoco uno puede dejar de hacer lo que está haciendo y no acompañar a la gente, porque, en definitiva, es lo que ellos quieren. Uno tiene que tratar de llevar adelante la misión y no defraudar a la gente de la villa, a los que están en dificultades, a los jóvenes, las familias. Creo que pudimos ser voz de los que no tienen voz, porque la gente dice muchas de las cosas que nosotros decimos, pero no se las escucha. Hay que ser fieles a ellos.
La contra cara de la amenaza fue el apoyo total de la gente; de parte de los grandes, de los chicos, de algunos que me escriben cartas que dicen: “Padre, quédese en la villa porque los buenos somos muchos más que los malos”. Los vecinos de distintas instituciones del barrio cortaron la calle e hicieron una manifestación, también hubo una misa.
El resto de los curas firmaron su adhesión al documento, junto a los obispos de Buenos Aires y de otras diócesis, también la Conferencia de religiosos. Hay quienes me dijeron que, no sólo apoyaban el documento y rechazaban las amenazas, sino que además, relataban experiencias similares de sus propios barrios en el conurbano, o el interior.

Así, mientras Pepe cuenta esta historia que le transformó parte de su vida, no deja de pasar gente por su parroquia, que es como la casa del pueblo. La parroquia de Caacupé, es la misma que construyó en 1992 el recordadísimo padre De la Sierra, aquel símbolo de la resistencia, capaz de hacer frente a los desalojos ordenados por la dictadura.
Hoy es la comunidad viva que acompaña con toda su fuerza al padre Di Paola, y a ese grupo de sacerdotes que al final de su documento expresan la fe que los mueve: “Mirar con esperanza esta difícil situación que vivimos en nuestros barrios nos aleja de una mirada fatalista. Por otro lado nuestra fe católica nunca dijo que algunos están predestinados a vivir bien y otros a la miseria. Nuestra fe lee esta situación como una situación de pecado que clama al cielo y que llamamos pecado social. Esta situación de injusticia se contrapone al proyecto de amor del Buen Dios”

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