viernes, 28 de mayo de 2010

LA MULTIPLICACIÓN DEL MIEDO


Una estrategia que volvió como nunca. Tema por tema, noticiero por noticiero, cómo se exacerba el problema de la inseguridad.


En los quince días previos al jueves 10 de diciembre los programas de noticias porteños, cuyos contenidos son prácticamente la única opción informativa para millones de habitantes de todo el país, dedicaron más de 21 horas y 16 minutos de sus espacios al problema de la inseguridad, incluido el caso Pomar. El tiempo empleado equivale casi a siete veces el dedicado a la actividad de gobierno en días en los que, entre otras cosas, la Presidenta viajó al Vaticano junto a Michelle Bachelet y Ricardo Alfonsín, se reunió con los principales presidentes latinoamericanos y se lanzó la primera etapa del plan de asignación por hijo para más de 2,7 millones de chicos. En un tiempo en el que resulta cansador volver a hablar del fenómeno de polarización manipulatoria de los medios masivos, estos datos trazan una radiografía sugestiva de un proceso que los propios medios toman a risa para negarlo: la construcción de un “clima destituyente”, según la expresión acuñada hace tiempo por los integrantes de Carta Abierta. Si no es “destituyente”, es deliberadamente erosivo.

Sin negar la existencia real del problema de la inseguridad, el hecho de llevar cada caso a primerísimo plano para exacerbar su dimensión ha sido una de las estrategias elegidas para crear un clima de “colombianización” (ver recuadro) desde que se sancionó la Ley de Medios. La estrategia se complementa ya sea con la feroz invisibilización de ciertas iniciativas oficiales, con el recorte interesado de las mismas o con la puesta en escena de una refundación democrática a partir de la conformación del nuevo Congreso.

Esa estrategia resulta aún más evidente cuando se pone la lupa sobre ciertos actores del sistema mediático. Así por ejemplo, TN dedicó 5 horas y 13 minutos al tema inseguridad contra una hora 10 dedicada a la actividad de gobierno. La relación en Telenoche del canal 13, es decir del sistema Clarín, fue de 2 horas 43 contra 24 minutos. En el caso de los informativos de América, se dedicaron 18 minutos y medio al discurso opositor contra los 25 de TN y una hora 11 minutos de C5N, que a su vez utilizó 41 minutos en recrear los infiernos desatados por los movimientos piqueteros.

Los datos forman parte de un estudio realizado a pedido de este diario por la consultora Ejes de Comunicación. Ni el Comfer ni la Secretaría de Medios están realizando trabajos parecidos, aunque el primer organismo sí produjo evaluaciones relevantes que desnudaron la gravedad del problema de la concentración mediática en empresas con sede en Capital Federal y valores porteñocéntricos.

Viejas destrezas. Al igual que el viejo uso del centimil en la prensa escrita, la mera enunciación de las horas, minutos y segundos dedicados a cada paquete temático es apenas una aproximación, un tanto tosca, acerca de la construcción de los relatos mediáticos. Así por ejemplo el recurso de la ficcionalización en los temas de inseguridad, los fondos musicales estremecedores o la especulación irresponsable alimentada por la carne podrida aportada por fuentes policiales (como sucedió con el caso Pomar), son modos de exacerbar el miedo. Mientras que las destrezas en el arte de la edición permiten seleccionar el tramo justo de una intervención presidencial para irritar a ciertas audiencias urbanas específicas de TN/Telenoche/Clarín. O una decisión de la Corte Suprema sobre la expansión de los derechos de los trabajadores es única y exclusivamente una cachetada dirigida a Hugo Moyano o el kirchnerismo, como si ambos actores fueran los señores de un territorio social complejo y fragmentado y como si no hubiera sido el gobierno de Néstor Kirchner el que permitió liquidar la Corte Suprema menemista en años en que no se hablaba como hoy de instituciones y República.

La exacerbación del tema de las movilizaciones piqueteras es otro clásico que forma parte de un recorte en los modos en que los pobres aparecen en la pantalla. También en ese punto el mero recorte en los contenidos de los noticieros es una herramienta de análisis escasa. Eternamente los pobres aparecen asociados a una idea de barbarie y violencia desde los reality shows a espacios presuntamente periodísticos como GPS y Policías en acción: borrachos, brutos, sacados, violentos.

La versión opuesta y esquizofrenizante es la romántica: sucede cuando se muestra con bombos, lágrimas y platillos cómo una ONG de buenos chicos blancos y sensibles hace algo bueno por los pobres, aun cuando en términos de impacto real esa buena acción sea incomparable con la escala medible en millones de personas que sí tienen las políticas sociales implementadas por un Estado del que sólo se muestran sus turbiedades, opacidad, ineficiencia o clientelismo. Se llame asignación por hijo, construcción de viviendas, cloacas o represas, el Estado “no hace nada”. El país es apenas una vaga geografía inquietante, incontrolada, fértil para la multiplicación de crímenes, robos y homicidios.


El fin del periodismo. El proceso actual de polarización de discursos entre el mainstream mediático y un espacio minoritario de medios que valoran el ciclo kirchnerista no es odioso exclusivamente para el Gobierno. Es socialmente tóxico y culturalmente peligroso. Contra la idea políticamente correcta de que la diversidad de voces nutre la cultura democrática, como nunca desde 1983 lo que prima es una guerra de trincheras entre tropas de ciegos enfurecidos; no hay ni diálogo ni confrontación de ideas salvo excepciones. En redacciones y en el contacto entre periodistas parece emerger un debate embrionario acerca de los riesgos que corre la credibilidad de los medios. Y hay datos llamativos: Clarín perdió 30 mil lectores en el último año aunque esa pérdida puede adjudicarse también a un cansancio difuso o a la crisis económica.

El fenómeno de la pérdida de credibilidad de los medios es global y lleva muchos años. El periodista y escritor Ignacio Ramonet menciona como causas de la extinción masiva de diarios la mercantilización de la información, la adicción a la publicidad, la pérdida de credibilidad, la baja de suscriptores, la competencia de la prensa gratuita, el envejecimiento de los lectores. En Argentina el proceso tiene sus rasgos particulares. Preguntándose por el sentido de su profesión, muchos periodistas, desde diversos espacios, se están preguntando si habrá un regreso posible de la presente era de la goebbelización.



Peligro: programa de variedades

La mujer, venida del arte, poco curtida en las lógicas crueles de los medios, había sintonizado por azar el programa de Marcelo Tinelli justo la noche en que, según su relato, cinco guardaespaldas de Ricardo Fort amenazaban matarse con cinco boxeadores de Matías Alé, entre desmayos, puteadas, agresiones, llantos y vómitos de viejas vedettes y demás animadores del discurso de “sólo queremos paz y justicia”. La mujer, dolida, apesadumbrada, reclamaba una campaña sostenida de artículos contra ese tipo de televisión. El que escribe respondía desde un realismo peligroso: “Esa campaña la consumirían sólo los ya convencidos, los críticos. Los medios la reducirían a la inexistencia”. Luego lo pensó un poco y agregó: “Aunque no estaría nada mal iniciar una serie de movilizaciones creativas ante los estudios de la tele, con técnicas teatrales, con impacto, un poco a lo Greenpeace”.

Según un estudio del Comfer la categoría “variedades” –en la que entra el programa de Tinelli– ocupa el 29% del total de la programación de la tele. El nombre “variedades” parece un tanto inocente cuando refiere a programas tan enfermantes y agresivos como el de Tinelli, en los que la gente se mata en cámara. O el de Susana Giménez en el que se enseña que “el que mata tiene que morir”. O el de Mirtha Legrand en el que la conductora, de regreso de Miami, se explaya sobre lo segura que es la sociedad estadounidense, la misma que parió a Unabomber, los atentados terroristas de los supremacistas blancos, las minorías arrasadas en calles y cárceles (más de dos millones de presos) por el consumo de drogas, la Asociación Nacional del Rifle, los asesinos seriales y las reiteradas masacres en escuelas y universidades.

“Esto es Colombia” es otra frase repetida en los blandos programas de variedades. Cabe añadir como emisores de ese discurso a los charlistas de la ultrapavada: los numerosísimos programas de chismes –como nunca desde la era televisiva iniciada en 1983–, la mayoría de los cuales vive vampìrizando a Tinelli y cuando no viven de las migajas de Tinelli pasan con una facilidad pasmosa del cotilleo sobre protofamosos a ser pichones de demagogos. Ellos, que buscan rating puteando a los políticos, fruncen el ceño y se muestran como argentinos severamente preocupados por los grandes temas nacionales.

Toda tele es política. Es política el pelotudeo tóxico, la agresividad, la crispación. Es política hablar de colombianización cuando se comparan los 2.000 homicidios registrados en Argentina en el 2007 contra los 17 mil reportados ese mismo año en Colombia (1.500 sólo en Cali) por el especialista Rafael Espinosa, de la Universidad del Valle. La tasa de homicidios en Colombia es de 38 por cada 100 mil personas (48 según otras fuentes), casi el triple del promedio mundial. La de Argentina (ver recuadro) no llega al 6 por cada 100 mil habitantes.

Da para pensarlo: movilizaciones muy imaginativas y no partidarias ante los estudios de la televisión argentina. Con mucho artista, mucho periodista, mucho referente social. Pero, sobre todo, mucha sociedad.



La violencia, acá y en el mundo

Contra lo que aseguran los discursos dominantes, los niveles de violencia en Argentina son menores que el promedio mundial. Según estadísticas recientes sobre homicidios de la Oficina de Naciones Unidas sobre Crímenes y Drogas (Unodc), nuestro país exhibe una tasa de 5,3 homicidios cada cien mil habitantes. La de El Salvador es de 56,4. La de Brasil 26,2. La de Colombia es de 45,5. La de México, 10,9. La de Uruguay, 4,7. La de los EE.UU., 5,6. Fuera del continente, Japón ostenta un 0,5, Noruega un 0,8, Rusia el 18,9, Bélgica el 1,6. En Sudáfrica es de 38,6. En Sierra Leona del 50. Eric Calcagno escribió en El Argentino que “la tasa de encarcelamiento por cada 100.000 habitantes en la Argentina es de 148, cerca de la de España (145), Reino Unido (145), Brasil (191) y México (196)”.

Hace un par de años un alto funcionario de OEA, Alexandre Addor Netto, señaló que los países latinoamericanos tienen una tasa de homicidios tres veces superior al promedio mundial: más de 150 mil muertes violentas por año. Pero Argentina no es ni México ni Colombia, donde la mayoría de los homicidios tienen relación con la delincuencia organizada. En lo que sí nos parecemos es en lo que el diplomático llamó “otros indicadores significativos”: la región más violenta es la misma en la que “la proporción de delitos no reportados a las autoridades oscila entre 40 y 70%”. El problema, aseguró Netto, “muestra la falta de confianza en la policía”. Se supone que lo sabemos hace años, aunque las políticas de seguridad no cambian.

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