miércoles, 26 de mayo de 2010

INAUGURACIÓN DE LUCA RESTÓ BAR


El centro cultural funciona en Alsina al 400, en la casa –ahora reciclada– donde Prodan vivió sus últimos días. Tocaron bandas afines a la memoria de Sumo y hubo un homenaje oficial vinculado con la fecha: el lunes 17, Luca habría cumplido 57 años.


Por Cristian Vitale

“El espíritu de Luca está en esa botella, loco.” Leo está fijamente parado sobre el cordón de la vereda, de espaldas a la puerta de Alsina 451, el viejo conventillo devenido casona que Prodan habitó los últimos días de su vida. Mientras señala la Bols a medio llenar –apoyada sobre la zanja– le sale un gesto arisco. No le había cerrado del todo lo que acababa de ver. Adentro, Leo y varias personas más estaban asistiendo a un hecho que, visto en su pureza –acrítica– no era más que un punto a favor para la conciencia cultumarginal de los porteños: dos aguerridos muchachos –Ramiro y Marcelo– cumplían el sueño de reabrir la casona con el propósito de fundar un Centro Cultural con destino de garaje rock, cine no convencional, gourmet “alternativo” y teatro independiente. La habían alquilado hacía más de tres años a una inmobiliaria cuyo dueño no quería saber nada con “el espíritu de Luca”. Quería, por contrario, plantar un hostel para extranjeros –con otro perfil, claro– en pleno casco histórico. Pero ellos, conscientes del valor del patrimonio, esquivaron el poder de lobby. Aguantaron.


Les llevó tres años y medio restaurar pisos, paredes y techos. Tres años y medio de gastos y pasión. La casa, una de las tres más antiguas de la zona, había cerrado tras la muerte de Luca (1987) y así permaneció más de 20 años. “Dijimos que íbamos a poner un hostel y zafamos”, cuenta uno de ellos, durante el ágape inaugural. Dicen que llovía en todos los rincones, que la madera de los pisos se rompía al pisarla y que yuyos y malezas dominaban buena parte del espacio. Que estaba en situación de derrumbe, en fin. Nada de eso quedó. Ahora, Lo de Luca Restó Bar –así se llama– luce lúcido. La añeja edificación colonial está en colores. Los pisos de mediados del siglo XIX están restaurados. Hay una barra generosa adornada con las tapas en vinilo de After Chabon, Llegando los monos y Divididos por la felicidad, más algunos retratos del pelado locador. Bajo un tinglado negro “a nuevo”, se levanta un miniescenario con pantalla gigante donde, ahora, están pasando videos de XTC y los farolitos de tango a media luz resaltan el tono cálido, bordó, de las paredes. No se puede acceder a la habitación donde Luca murió, pero al menos está la bañera donde supuestamente se enjuagaba, llena de agua y flores rojas y blancas. Es un lindo lugar.


Pero Leo insiste: “el espíritu de Luca está en esa botella”. La sensación se torna ambigua cuando, a la feliz idea de restaurar el condominio manteniendo su espíritu, se le agrega la intervención institucional. El 18 de diciembre del 2007 el sitio fue declarado de interés cultural por el 99 por ciento de la Legislatura porteña. También Luca, que de personaje ilustre no tenía nada, fue nombrado como tal el mismo día que ¡Mirtha Legrand! La impronta se traduce esta noche en una rara mezcla humana. Tipos bien vestidos, modelitos parecidas a esas a las que Prodan dedicó “La rubia tarada”. Un ambiente altamente contrastante con los pies fríos del Luca descalzo. No aparecen, entre el tumulto, ni Mollo ni Daffunchio. Apenas Pipo Cipolatti sacándose fotos o Andrea, su hermano, que se manda con un irónico zarpazo vocal: “La Legislatura de acá está completamente loca... Hay que tener coraje para agarrar un personaje como mi hermano” y después baja el tono: “Yo no me quiero meter en política pero lo que hicieron está bien”.


La reinauguración de la casa, que también había sido nido de Niní Marshall, se da en una fecha sintomática: el 17 de mayo, cuando Prodan hubiese cumplido 57 años. No hay torta, pero sí unas ocho cintitas argentinas de las que Hernán Lombardi, ministro de Cultura de la ciudad, y Oscar Zago –el diputado que presentó el proyecto en la Legislatura–, entre otros, se agarran para descubrir una placa en el patio principal: “Aquí vivió sus últimos días Lucas George Prodan, voz y líder de Sumo. Luz, sonido y poesía en el rock nacional”, reza. Alguien grita ¡Viva Luca! y la barrita del PRO lee la partitura tres veces: “¡Y Luca no murió! ¡No murió.... Y Luca no murió”. Listo. Es algo raro. Un colega se calienta (“estamos asistiendo a un emprendimiento comercial”) y otro, que había logrado “zafar” los controles de la puerta, murmulla: “Luca no hubiese venido ni en pedo a su cumpleaños... O estaría allá afuera”.


Afuera, la botella de ginebra yace en el mismo lugar, pero vacía. Alguien se había “tomado” el espíritu de Luca y había pocos en estado de lucidez. Un lunes frío, a la intemperie, la legión de fans de Sumo –gente de la calle– esperaba ver a Romapagana –el grupo de Andrea– y número principal del festejo, mientras por los parlantes del escenario, levantado bajo la sede de la UOM, sonaban “Mula plateada” y “El ojo blindado”, un gaitero evocaba viejos sonidos y la fachada de la casa portaba indemnes esos mensajes de amor al pelado que el tiempo no había logrado borrar. Mística libertaria y funcionarios trajeados. Y el espíritu de Prodan, que prefiere nadar en el hígado castigado de algún borrachín a dejarse tentar por una política interesada de la memoria. Poco auténtica, pese a la buena intención de los pibes que ganaron el lugar.

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