martes, 20 de abril de 2010

BUENOS AIRES QUECHUA: FIESTA BOLIVIANA DE LUGANO A LINIERS


LOS RITOS ANCESTRALES DEL ALTIPLANO SE BASAN EN EL ESPÍRITU DE COMPARTIR

Entre los barrios de Liniers y Lugano, la comunidad boliviana en la Argentina despliega su propio calendario de celebraciones, que vino a modificar la vida cotidiana de esas geografías y les cambió la mirada a los porteños, que observan con sorpresa la esencia de cada ritual, basado, según sus cultores, en el espíritu de compartir.

La antropóloga boliviana Cecilia Eróstegui, del área Social del Consulado de ese país, habla de un territorio "de orígenes quechuas y aymarás, que nos han dejado el legado de agradecer a nuestra tierra por lo que recibimos de ella. Son prácticas culturales que hacen al origen de un pueblo que no pierde sus raíces". Sólo en esta ciudad existen más de 60 comunidades extranjeras con su diversidad de costumbres y prácticas culturales.

Sin embargo, Eróstegui advierte que a veces estas celebraciones son resistidas por los organismos gubernamentales, con los que hay que negociar para realizar las actividades. "Se presentan fricciones en el marco de una ciudad que no ve estas prácticas como un intercambio cultural, sino más bien como una concesión. Ellos dicen 'les damos permiso, les ponemos baños químicos, pero les prohibimos la venta de comida en las calles, los ruidos molestos y otras cuestiones de identidad que surgen."

Más allá de los obstáculos, los bolivianos continúan celebrando a cielo abierto, como ocurre en el Parque Indoamericano, El Indo. Uno de los puntos de encuentro ubicado en el corazón de Lugano.

Hasta ahí llegará Jacinta Guerrero, oriunda de La Paz, junto a otras mujeres, quienes desde una camioneta blanca descargan un enjambre de cosas y paquetes. Enfundadas en una vestimenta elegante y de pañuelos blancos bordados que les cubren las cabezas, se preparan para una ceremonia religiosa. Enfilan hasta las raíces con formas de brazos de uno de los tantos árboles gigantes que paisajean el territorio, para levantar un altar fúnebre donde se conmemore el primer aniversario de la muerte de Pedro Guerrero, el padre de Jacinta.

Sin flores ni ramas pero con abundancia de sahumerios y figuras de palomas y otros animales autóctonos hechas de pan horneado, al interior del altar sonríe la fotografía de un hombre robusto. Frente a la imagen, una manta donde apoyar viandas y comestibles colorea la tierra.

"Antes de rezar no olviden su cigarrillo, que tanto le gustaba a mi amigo", deja escuchar una voz masculina en lo que se convirtió en tumulto. Y el cigarro se quemará por completo, en señal de que el espíritu homenajeado está conforme.

"El alma de nuestros muertos vive en el más allá y una forma de mantenerlos cerca es compartir sus gustos y pasiones en cada aniversario", relata Jacinta, que desde hace diez años vive en Buenos Aires. "Mi papá era chistoso y alegre, y de esa manera lo recordamos hoy. Sé que está contento por ver que sus seres queridos comemos y bebemos en su nombre."

Cecilia Eróstegui explica que "en estas prácticas demostramos más que un simple festejo de la comunidad. Creo que ganamos con el prestigio, por mostrar el espíritu de lucha y tener siempre presente que se debe ayudar sin mezquindad alguna. Damos un regalo muy importante en cada celebración, sin pensar en el esfuerzo que implica ir al día siguiente a trabajar a una verdulería. Aquí lo que más importa es el otro".

El Urna Ruthuchi. El ritual quechua que en castellano significa corte de pelo es, precisamente, el primer corte de cabello que se realiza a los niños cuando balbucean sus primeras palabras. El puesto que Rosa y Manuel, los padres de Leonel, tienen en Liniers, permaneció cerrado el fin de semana pasado, para los preparativos de la fiesta que darán en honor al corte de pelo de su hijo. En la casa que la pareja habita en ese barrio, decorada con globos amarillos y violetas, el abuelo de Leonel cocina en una olla gigante el api, considerado un manjar que se prepara con harina de maíz negro y que se sirve acompañado por pasteles rellenos de queso.

La madrina del evento es Esperanza Vargas, presidenta de la comisión organizadora de los feriantes de El Indo y encargada de multar al que falte cada lunes para la limpieza del parque.
Al atardecer, la fuente que ocupa una de las mesas se llenará con billetes que depositaron los invitados por cada corte que realizará Esperanza.

"Si estuviéramos en nuestra tierra les pediría una oveja grande, pero como estamos lejos, dependo de su voluntad para el valor de este cabello y piensen en el futuro de de mi ahijado", discursea la madrina durante una fiesta que terminará al otro día.

Según Eróstegui, estas celebraciones ayudan a sobrellevar el desarraigo. "Para el boliviano que vive en Buenos Aires es un momento de retribución y de recrear la cultura propia. Por eso cada uno lo vive como una necesidad biológica."

Existen otras tradiciones que el pueblo boliviano se vio en la obligación de abandonar, sea por la falta de elementos necesarios o por la mirada reticente de la sociedad argentina. Piqchar coca es una costumbre que Félix Espinosa extraña hace quince años, el tiempo que lleva en Buenos Aires. "Acá lo ven raro porque creen que es droga, pero sólo es una hierba curativa gracias a la que en mi familia no necesitamos recurrir al odontólogo -enfatiza-. Es una necesidad, como lo es el mate para los argentinos."

Acaso una de las críticas más ancladas en el prejuicio hacia esta comunidad es el consumo de alcohol. Pero algunas organizadoras de festividades, como Felipa Quispe, enfati-zan que las bebidas alcohólicas son parte de una tradición universal. "Es imposible realizar la fiesta de Alasita sin nada de bebidas. El alcohol pertenece a nuestro pasado cultural: mi abuelo usaba licor para hacer el rezo a la Pachamama", recuerda Felipa, embarcada en los preparativos de la próxima celebración, en agosto, cuando su pueblo festeje la preciada independencia de Bolivia»

Por Luz Cunyarache

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