lunes, 29 de marzo de 2010

LA PROCESIÓN DE LOS SIKURIS


Cada Lunes Santo parte desde Tilcara una peregrinación que se interna tres días en la montaña. Son 60 bandas de sikuris con dos mil músicos y seis mil peregrinos que suben 23 kilómetros hasta el santuario del Abra de Punta Corral, a 3890 metros de altura. El antropólogo Axel Nielsen participó de la celebración y lanza algunas hipótesis sobre qué hay detrás de ella, qué significa ser aborigen hoy, cuál es el papel actual de la Iglesia.



Por Julián Varsavsky

–En la procesión de Punta Corral observé kollas “rubios” con flequillo emo y anteojos a lo CQC, sikus fabricados con caños de PVC, zapatillas Nike y ushutas modelo inca, ponchos de todo tipo y camperas Patagonia, bufandas palestinas y aguayos con la guagüita colgando en la espalda, chulos peruanos...


–Sí, a mucha gente la causa un poco de gracia tanta mezcla, pero es ingenuo pensar una cultura viva como algo estático, como si fuese una esencia que se desnaturaliza cuando se mezcla con otra cosa. La cultura nunca funciona así; es una trama de relaciones permanentemente cambiantes que permite a sus integrantes inventar y tomar los elementos que están a mano, combinarlos y reinterpretarlos de diferentes formas. Los únicos que vemos una contradicción en esto somos nosotros, pero la gente de la Quebrada de Humahuaca se siente cómoda y lo ve como algo natural. Yo creo que una cultura jamás es algo idéntico a sí mismo en dos momentos diferentes.


–¿Cuál es el origen de esta celebración?


–El origen de la procesión de Punta Corral se remonta a 1835, cuando un pastor, Pablo Méndez –luego de que se le apareciera una virgen– encontró en la montaña una piedrita que parecía una virgen. Al bajar a Tilcara se la entregó al párroco, quien certificó que era una virgen y se quedó con ella. Pero a los pocos días ésta desapareció para reaparecer en su lugar de origen. Y fue el mismo pastor quien la habría reencontrado, por lo que se interpretó que la virgen expresaba su deseo de permanecer en los cerros. Para celebrar el milagro se construyó un santuario de altura. En Tilcara existen documentos certificando la existencia de la peregrinación ya en 1920.


–La procesión es liderada por la Iglesia como institución, pero algunas personas ven algo más que una mera celebración católica en Punta Corral, una muestra del sincretismo con la religiosidad aborigen. ¿Será realmente así o eso es ver las cosas como uno preferiría que fuesen y sin embargo no lo son?


–Si uno indaga un poco detrás de las vírgenes que se veneran a lo largo de los Andes, descubrirá que detrás de muchas de esas vírgenes hay una piedra. Hay incluso lugares en Bolivia donde el culto es directamente a la piedra, no a la imagen de una virgen; se trata de grandes piedras vestidas con mantos a las que se les dibuja un rostro para asemejarlas a una virgen. Es claramente una deidad aborigen asimilada a una deidad católica, un proceso que seguramente comenzó en un momento lejano en que, si una comunidad no reconvertía sus creencias –o al menos su simbología– hubiera sido sometida a sanciones. De hecho la piedra que dio origen a Punta Corral está ahora –supuestamente– adentro de la imagen de la virgen que se lleva en una de las dos procesiones, la de la vecina localidad de Tumbaya. Por eso muchos cultos a la virgen son en verdad cultos a las piedras, que en las religiones originarias tenían una importancia enorme. Esas piedras se conocían como huacas y eran espíritus con poderes muy concretos en la vida de las personas.


–Arriba, en el santuario de Punta Corral, asistí a una misa algo extraña, con dos mil músicos tocando –o saliéndose de la vaina por tocar–, mientras el cura les pedía que hicieran silencio. ¿Cómo interpreta usted esta misa?


–Uno ve en esa misa arriba de la montaña una explosión festiva que no es propia o característica de la Iglesia Católica. El formato del rito católico es restrictivo, no da mucho lugar para expresar libremente las emociones. Todo es más contenido, mientras que lo que se ve ahí arriba es una celebración muy festiva. Y después de esa misa llegan las cuarteadas, un baile que se realiza en otras ceremonias del calendario católico, como los días de los santos patronos, pero que tiene que ver con otro tipo de religiosidad. En la cuarteada, parejas de bailarines ofrecen a la virgen mitades de corderos previamente sacrificados, que descuartizan al culminar el baile, llevándose cada danzante un “cuarto” de cordero. Algo así como un sacrificio de raíz andina que la Iglesia Católica tolera.


–En la procesión están un poco a la vista elementos sincréticos –o híbridos, como prefieren referirse ahora los antropólogos al hablar de estos cruces– que son parte de dos cosmovisiones religiosas: la aborigen y la católica. ¿Cuál predomina?


–Es difícil definir dentro de un fenómeno sincrético cuál de las dos vertientes que lo componen –la católica y la aborigen en este caso– es la predominante. Cuando las bandas son bendecidas en la iglesia de Tilcara antes de partir al cerro, allí predominan los elementos formales del catolicismo. Sin embargo, cuando están arriba en el santuario, la peregrinación se convierte más bien en una fiesta que tiene poco que ver con la liturgia católica y predomina más lo aborigen. En la tradición judeocristiana, la liturgia tiende a ser algo rígido y solemne, a veces hasta oscuro y culposo; en cambio lo que ocurre arriba del cerro es una verdadera fiesta que implica pasarla bien, reírse, emborracharse, bailar. Y la ritualidad de los pueblos originarios siempre estuvo ligada a la celebración de la vida que brota de la tierra como las cosechas. Aquellas celebraciones eran grandes banquetes donde se distribuían los alimentos, las hojas de coca, la chicha y se honraba a las deidades. El santuario de Punta Corral es entonces algo periférico dentro de lo que es la disciplina católica; la gente está allá arriba dispuesta a liberar emociones, además cuartean corderos, encienden fuegos frente al santuario; en definitiva es un formato muy distinto al de la institucionalidad católica. Es un espacio que está un poco fuera del control de la institución, en especial a la noche cuando no hay misa. Luego, cuando las bandas y peregrinos que retornan del santuario ingresan al pueblo y en una escena muy curiosa les entregan la virgen a unos hombres disfrazados de soldados romanos y el cura comienza a predicar con un megáfono, queda muy claro que ése es el momento y el espacio en que los sikuris le devuelven la virgen a la institución católica y ésta retoma el control de algo que allá arriba estaba un poco funcionando según otra lógica.


–¿El hecho de que la procesión se haga hacia las alturas no tiene un componente aborigen? ¿No sigue una tradición milenaria anterior incluso a los incas, que por cierto nunca fue parte de la liturgia católica?


–El hecho de que la Iglesia de Punta Corral esté en un cerro es algo ligado sin dudas a las culturas originarias, que construyeron muchos santuarios en las alturas a lo largo de la Cordillera de los Andes antes de la llegada de los españoles. Entre las deidades importantes en épocas prehispánicas estuvieron los cerros. Y en la cosmovisión originaria la naturaleza está animada, llena de presencias, espíritus que animan las piedras, los ríos. Y las montañas ocupan un lugar muy alto en esta jerarquía de deidades. Los incas –que llegaron hasta la Quebrada de Humahuaca– no sólo reverenciaban los cerros sino que además subían físicamente a ellos a realizar sacrificios. Como un intento de controlar las idolatrías, la Iglesia comenzó con esa obsesión por ubicar cruces en la cima de los cerros, para apropiarse de las alturas. Porque estos lugares son sagrados en la cosmovisión aborigen.


–Un aspecto que me llamó la atención en la procesión fue una variopinta simbología que incluía bandas que portaban una veintena de banderas del Vaticano mientras que otras enarbolaban la Whipala, la bandera de la nación india del Tawantinsuyu.


–Ahí se puede ver una muestra de visiones esencialistas de la cultura; los emblemas expresan materialmente la idea de lo cristiano y lo aborigen, son dos “cosas” que no se pueden mezclar, dos objetos que no se pudieran fusionar físicamente. Pero la presencia de estos emblemas oculta algo que es mucho más complejo. La Whipala hace 20 años –cuando yo fui a vivir a Tilcara– jamás se veían ondeando; no existía en la Quebrada de Humahuaca. Esa bandera fue un emblema que se adoptó de otros movimientos indígenas de Bolivia, que en última instancia tiene que ver con un movimiento del Perú y que tienen otro nivel de organización e identificación. Este emblema ingresó en la Quebrada en los años ’90, al igual que ciertas celebraciones como el Inti-Raymi que antes no se celebraban. Es interesante ver cómo algo tan reciente se percibe como algo de tiempo inmemorial. De algún modo es como que la bandera misma crea la nación.


–¿Y qué pasa con las banderas del Vaticano que hay en la procesión?


–Del mismo modo, diría que la bandera del Vaticano crea al católico, porque si uno indaga lo que es el catolicismo para un campesino de la Quebrada y lo que es para un católico de un barrio de Buenos Aires, estoy seguro de que las respuestas serían absolutamente diferentes. Y de algún modo la bandera tiende a homogeneizar todo esto y da la impresión de que es parte de una sola cosa, que es el catolicismo. Pero el catolicismo es muy diverso, como lo aborigen.


–¿Se atrevería a hipotetizar qué sería el catolicismo para aquellos que llevan la bandera vaticana en la procesión y qué significaría la Whipala para los otros?


–En mi experiencia, el catolicismo para un campesino del noroeste argentino tiene que ver con la pertenencia a una institución que juega un papel destacado en las culturas locales. Ser católico es ir a la iglesia, participar de los ritos; tiene mucho que ver con la socialidad de la comunidad en esas prácticas y bajo ese sistema de valores. Y de la misma forma, yo creo que quienes llevan la Whipala se sienten más cerca de la religiosidad indígena, es situarse en otro círculo social donde encuentran reconocimiento y se sienten afines con otros individuos dentro de la comunidad. Entonces, creo que mucho tiene que ver con esto lo microsocial que sucede al interior de las comunidades antes que estar referido a una religiosidad u otra, a un emblema u otro. Estos símbolos y esta religiosidad tienen que ver con los espacios sociales e identidades a las que las personas acceden mediante su práctica. No es tanto una especulación filosófica abstracta sobre la existencia de un dios único o la naturaleza de la tierra como deidad dadora y sustentadora de la vida. Más tiene que ver con la práctica y la cotidianidad, con el tipo de interacción que se da en la institución.


–En las discursividades sociales de la Quebrada de Humahuaca se ve claramente un resurgimiento de lo aborigen como identidad que años atrás era un poco más difuso.


–En Occidente cualquier cultura tiende a verse a sí misma como una cosa antes que como una trama de relaciones. Y en el noroeste los aborígenes han tomado muchas veces, de manera estratégica, esta idea de que la cultura andina es algo en sí mismo. Pero si uno ve la historia prehispánica, los procesos también son enormemente dinámicos. ¿Qué cosa sería lo indígena originario? ¿Lo que sucedía dos siglos antes de que los incas conquistaran las tierras del sur andino? ¿Lo que sucedía 3000 años atrás cuando eran cazadores recolectores y probablemente tenían una religiosidad totalmente diferente? Todas estas posibilidades serían legítimas, válidas, pero el pasado aborigen nunca fue estático. Y por supuesto que hoy en día lo indígena es totalmente distinto a lo que habrá sido en la época de la colonia, en la mita potosina, o en las guerras de la independencia cuando se comenzó a reivindicar al indio por una cuestión de estrategia política en un contexto de guerra. Entonces lo indígena –como lo occidental o lo nacional– también es una “invención”. Simplemente es una vertiente, un proceso que tiene raíces, ciertas memorias compartidas, pero también cambia todo el tiempo. Entiendo por qué se hace; por una reivindicación. Se busca esencializar lo indígena como algo distinto que no se mezcla con otra cosa. Es algo que ayuda a identificarse y a establecer sentidos de pertenencia en comunidades que necesitan organizarse y necesitan este tipo de emblemas como la Whipala. Aunque definir lo indígena como algo puro es como preguntarse si existen la argentinidad, la cultura argentina o los argentinos como si fueran en sí mismos algo que existe realmente. ¿Cuál es la argentinidad pura? ¿La de 1810, la de 1855, la de 1880? En realidad es un proceso que incluye una enorme diversidad y que cambia constantemente.


–¿Qué papel juega hoy la Iglesia Católica en la Quebrada de Humahuaca? ¿Es una herramienta de dominio?


–Todas las religiones, como todas las cosmologías, legitiman o están asociadas a ciertas visiones jerárquicas del mundo. Y por lo tanto favorecen o apuntalan estructuras de poder, relaciones de dominación. Algunas son más desiguales, más severas, más perversas, otras más igualitarias, más inclusivas, más sanas. En ese sentido creo que la religión siempre está asociada a una estructura de poder. Pero en este momento me parece que la Iglesia Católica es mucho menos un vehículo de dominación en relación a lo que fue en la época de la colonia. Hoy en día creo que hay otros elementos mucho más eficaces en lograr ese tipo de dominación. Me refiero a la publicidad, a Internet, la TV, al fomento del consumo por los medios masivos. Difunden una cosmología, ya que ofrecen valores y una interpretación de la realidad, de cómo lograr el éxito, de quiénes somos, de cómo lograr el respeto, la felicidad, es decir que tiene muchos de los elementos que da una religión. Hoy en día veo que los medios masivos tienen mucho más efectividad que la iglesia en instalar estas visiones del mundo al servicio del poder. Es increíble cómo los medios y los valores que difunden llegan hasta los parajes más remotos de la Quebrada y Puna, donde ya hay televisión o cybers.


–Retomando el análisis histórico, el cura de la iglesia de Tilcara me dijo en una entrevista que en el siglo XVI “la Iglesia entró a América con la cruz y no con la espada”.


–Eran dos caras de la misma moneda. La cruz justificaba y facilitaba lo que la espada ejecutaba. Saber si los curas directamente blandieron espadas –algo que debe haber sucedido en más de una ocasión– no es necesario para decir que la Iglesia fue instrumental a la violencia que se ejerció sobre los pueblos indígenas. Además, a partir de fines del siglo XVI y principios del XVII se orquestó la campaña de “extirpación de idolatrías”, donde se dieron órdenes muy precisas; se mandaron curas extirpadores a documentar todas las prácticas aborígenes y a destruir violentamente todo lo que tuviera que ver con los objetos de culto e incluso ejecutar a quienes instigaban a esas prácticas. O sea que la Iglesia ejerció violencia física y no solo ideológica. Es algo que está ampliamente documentado.


–En aquella entrevista el cura también afirmó que “la Iglesia vino a purificar las religiones autóctonas”.


–Ah, bueno... así como creo que las culturas puras no existen, no creo que la religión –como parte de una cultura– pueda ser algo estático que se puede presentar de forma pura. Ese es un concepto viciado desde su origen. La religión es una práctica dinámica y en ese sentido la Iglesia Católica no purificó la religión indígena, porque no hay nada más allá de las impurezas. La Iglesia transformó las religiones locales pero no pudo eliminarlas por completo. Y la religión católica también se transformó a sí misma en este proceso. Yo creo que hay una religiosidad popular en los Andes que no tiene nada que ver con la religión católica que uno encuentra en Roma. Los andinos hicieron del catolicismo algo nuevo.


–A algunos participantes de la celebración les pregunté si la Pachamama era un Dios y todos me dijeron que no, que era una costumbre. Y tengo entendido que en quechua no existe la palabra Dios.


–Claro, la tierra es la tierra. Yo siembro una semilla y sale una planta, o sea que de allí viene la vida. El de Dios es un concepto totalmente occidental. Dios es la tierra. Por eso en la cosmovisión aborigen esa idea no tiene ningún sentido, ya que allí hay una cantidad de entidades animadas de las cuales depende su vida. Preguntar si hay un dios en las religiones aborígenes es como preguntarse: ¿Los incas eran fascistas? ¿Eran comunistas? Esas son categorías occidentales que no tienen nada que ver con otras sociedades. Uno podría encontrar elementos de autoritarismo y elementos colectivistas en los incas, una especie de comunismo extremo. Y en realidad es otra cosa totalmente diferente. Yo creo que el mayor obstáculo que debemos saltear para el entendimiento intercultural es el juzgar con nuestras propias categorías a los demás; entender que otra gente puede organizar el mundo de manera totalmente diferente.


–Creo que entendí: los incas eran stalinistas.


–Sí, por supuesto.

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