martes, 16 de marzo de 2010

LA APLANADORA OTRA VEZ EN MARCHA


Tras ocho años de inactividad, el trío lanza hoy su noveno álbum de estudio, un trabajo que no muestra cambios radicales, pero sí permite redescubrir su habitual potencia. El 27 de marzo lo presentan en Tilcara con músicos de la Quebrada.


En la presentación para la prensa, Diego Arnedo se encargó de destacar el valor simbólico del molino de viento que se ve en la tapa de Amapola del 66, el sucesor de Vengo del placard de otro que Divididos tardó ocho años en parir y que por fin verá la luz hoy (de paso, un símbolo menos metafórico: en la portada están él y Mollo, pero no el baterista Catriel Ciavarella). Sin embargo, contrariamente a lo que todos pensamos, no habló de quimeras quijotescas sino del agua que extraen esos molinos: “Que les caiga bien y les refresque”, deseó, y dejó entrever que la verdadera razón de este larguísimo parate no parece haber sido una lucha contra la sequía creativa sino más bien una acumulación obsesiva de líquido vital que ahora, en forma de álbum, se encargan de echarnos encima como si nos bañaran con una catarata entera.

Eso es Amapola: un disco hecho para llevarse puesto lo que se le ponga adelante, pensado como el ejercicio más explícito de la tracción a sangre, aun cuando los arreglos sean los más cuidados que el grupo haya dispuesto alguna vez. Lo cual decepcionará a los que suponían que la espera vendría sucedida de cambios radicales, pero dejará más que contentos a los que, en el momento de darle play al CD, no quieran escuchar otra cosa más que a los mejores Divididos. Ya de movida con “Hombre en U” (que sonó en vivo varias veces, igual que algunas otras canciones que terminaron integrando el tracklist) revelan el truco que más usarían en el resto del álbum: un comienzo lento y tenebroso que, tras algunos compases, estalla en un riff zeppeliniano, para morir en una coda que enmaraña la guitarra, el bajo y la batería hasta convertirlos en una bola de ruido.

Éste es el signo del disco, la moneda corriente. Con sus diferencias, por este lado también va “Muerto a laburar”, que promete sosiego, pero incumple antes del minuto de rotación con un fraseo casi metalero. O “Senderos”, que se aloja en algún lugar entre “Sobrio a las piñas” y el paso cansino pero monstruoso de “She’s so Heavy” de los Beatles. Y el hecho de que el grupo cumpla con creces su función de aplanadora del rock hace doblemente disfrutables las excepciones.

Hito número uno: “Jujuy”, una clásica power ballad que se abre camino entre la bruma hasta llegar a un punto en el que nos dan ganas de gritar como si estuviésemos al frente de trescientos espartanos. Segundo hito: “La flor azul”, una chacarera purista (nada de chaca-rock o híbridos similares) compuesta por Mario Arnedo Gallo (padre de Diego), con el aporte de Peteco Carabajal en el violín. Tercera excepción a la regla: “Avanzando retroceden”, la “Mañana en el Abasto” de estos tiempos y estos lugares, con un punteo acústico pero oscuro que nos hace notar que en este disco no hay ningún Spaghetti del Rock, ningún cariñoso “Pepe Lui” con cuerdas.

A todo esto, todavía queda tiempo para el groove con “Perro funk”, que conjuga en su nombre la síncopa y la rabia que lo caracteriza. Y para la emotiva “Todos”, otro de los temas que ya escuchamos en directo, dedicada a las víctimas de la tragedia de Santa Fe.

El sábado 27 de marzo el grupo presenta Amapola del 66 en un show gratuito en la ciudad jujeña de Tilcara, acompañado por músicos de la Quebrada. Allí seguramente nos enfrentemos a reinterpretaciones viscerales de estas canciones que ya, en su versión de estudio, demuestran salir de las tripas. ¿Lo de siempre? Quizá, pero nadie se queja.

Encuentro entre velitas y decibeles

Lo que sobró en la escucha de prensa, además de pizza y cerveza, fue volumen: con los decibeles al palo (y a la luz de las velas), Amapola del 66 se reveló al periodismo tras una celosísima guarda, mientras en las pantallas se veían imágenes del DVD que acompaña al álbum (un documental sobre el proceso de creación, con entrevista de Alfredo Rosso incluida).

La intervención de los músicos fue mínima: mientras Mollo y Arnedo tuvieron sus breves discursos al inicio del evento, Ciavarella se limitó a hacer acto de presencia.

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