viernes, 11 de diciembre de 2009

DROGAS, CRUELDAD Y SADISMO EN LOS NIÑOS SOLDADOS DE SIERRA LEONA


Retrato de Peter, que a los 10 años fue obligado a convertirse en una máquina de matar.



Ima Sanchís. LA VANGUARDIA. ESPECIAL


Eramos máquinas de matar". Quien habla es Peter, un chico de 18 años a quien la guerra en Sierra Leona arrastró hasta el frente de batalla con sólo 10 años. Mató, torturó, descuartizó y hasta llegó a comerse a sus víctimas.Fernando Travesí recogió el testimonio de este niño soldado como delegado de la Cruz Roja Española en Sierra Leona, una historia más de las que se pueden oír en ese país desde que en 1991 estalló la guerra civil. "El Peter que habla no es el mismo que hizo lo que cuenta" explica. Y sigue: "Los niños llegan a ser máquinas drogadas, sin capacidad de discernir lo que es correcto o incorrecto"."Nací y vivo en Monrovia (Liberia). Mi padre era conductor y mi madre, enfermera. Yo iba al colegio con mis 4 hermanos y mis 3 hermanas (sobrevivimos 4). Los rebeldes atacaron mi aldea y mi madre desapareció. En el segundo ataque me llevaron", arranca su historia.


—¿Qué sentía? —

Estaba triste, agotado. Tras días y noches de caminar por la selva, llegamos a la base. Entonces nos metieron a todos los niños, unos cien, en una gran fosa llena de agua sucia por tres días, sin comer y sin dormir. Nos marcaron las siglas RUF (Frente Unido Revolucionario) con un hierro en el pecho y empezaron los entrenamientos.


—¿Cómo eran? —

Con fuego real. Continuamente nuestros superiores nos ponían la pistola en la sien y disparaban, a veces con bala. Lo hacían para que nos acostumbráramos. El examen final consistía en sobrevivir al ataque de los combatientes. O aprobabas o morías. Sobrevivimos pocos. También nos obligaban a tomar drogas y a tener relaciones sexuales con mujeres.


—¿Qué drogas? —

Heroína, djamba (marihuana) y brownbrown, una mezcla de pólvora y cocaína que comíamos. Antes de los combates nos hacían cortes en la sien para untarnos esos polvos. Me olvidé de mi familia, no me daba miedo ir en la línea de fuego. Los más chicos éramos los más valientes: éramos máquinas de matar.


—Usted ha hecho cosas terribles, por ejemplo, cocinar y comerse a un bebé. ¿No tenía concepto de lo que estaba bien y de lo que estaba mal? —

No voy a mentir: hacíamos lo que nos habían dicho. No nos importaba quién sobrevivía.


—¿Fue adicto a la violencia? —

Sí, todos lo éramos. A la gente que capturábamos le cortábamos las manos, las orejas... Lo hacíamos sobre todo con los soldados, para que nos temieran.


—¿Por qué hacían eso? —

Nos obligaban y, además, hacer cosas malas nos hacía sentir más valientes. También pegábamos a niños hasta saciarnos. Y sí, una vez que nos encontramos a una mujer embarazada, empezamos a discutir si llevaba un niño o una niña en su vientre. Le abrimos las entrañas para averiguarlo y nos comimos al niño. Yo era muy pequeño, no sabía lo que estaba bien y lo que estaba mal.


—Pero ¿era consciente de la maldad de esos actos? —

No.


_Sin embargo se asustó cuando los rebeldes entraron en su aldea. —

Sí, pero cuando yo combatía, a veces, durante días seguidos sin dormir y sin comer, iba volado.


—¿Qué fue de usted después de la guerra? —

Viví en un campo de desarme al que venía a predicar un sacerdote y me fui con él. Aprendí el oficio de soldador, pero no tenía trabajo. El 14 de abril del 2003 supe del programa de la Cruz Roja para niños soldados y me inscribí


—¿Ha podido olvidar? —

Ahora tengo una vida nueva. Pero me asusta que la gente me eche en cara cosas del pasado. Nadie quiere recordar lo que sucedió, sólo lo hago yo porque me preguntan, pero preferiría hablar únicamente de futuro.




—¿Qué lo decidió a hablar? —

Lo que viví no podía guardarlo en mi corazón, porque si lo guardás te puede matar. Ahora mi historia la sostienen más manos y pesa menos. Soy una especie de representante de los niños soldados de Africa.

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