domingo, 13 de septiembre de 2009

SIN LA MANO DE DIOS


Cuando una monja deja los hábitos, no sale en los diarios. Las mujeres se van de la iglesia tan silenciosamente como entraron, a diferencia de las noticias que van desde el párroco de un pueblo que abandona la institución hasta un obispo que, llegado a presidente del Paraguay, tiene que reconocer su paternidad. Algunas de ellas cuentan, aquí, su historia.


Por qué antes de conversar no me mandás un mail con las preguntas? ¿Tenés para anotar? Es desanudar@... com.ar” No es un zapatero el que habla. Ni un devoto de la Virgen Desatanudos. No trabaja tampoco en el puerto, amarrando barcos. La que habla es mujer, se llama Stella Maris Rollan y ha atado y desatado un nudo en su vida, de ahí el nombre de su correo electrónico. Un nudo que la sujetaba a Dios.Stella Maris fue monja durante quince años en Rosario. Ingresó a la vida religiosa a los 16, arrastrada por un llamado directo del Señor, algo que suele suceder en las películas pero que, de tanto en tanto, ocurre también en las mejores familias. Mientras el cura oficiaba la misa en una iglesia en el barrio industrial de la ciudad, y hablaba metafóricamente del sembrador y la semilla, Stella Maris sintió que, de alguna forma, Dios golpeaba a sus puertas como un martillo neumático.En ese entonces, a Rollan le encantaba la rutina de la iglesia y le caía simpática una monja salesiana, mansa, didáctica y sabía que vivía en el barrio. Antes de cumplir los 15, Stella Maris avisó a sus padres: no sería abogada penalista, no sería dentista, ni pediatra, ni modelo; les dijo que lo suyo iba a ser una pasarela pero hacia Dios. “Si querés hacerte monja no te vamos a avalar —le advirtieron—, pero tampoco nos vamos a oponer”.Rollan estudió dos años para postulante, otros dos como novicia y otros tres más finales para ingresar como neófita. Una carrera más extensa que para Derecho Penal. Antes de abrazar a Dios, Stella Maris debió dejar de abrazar, como muchas otras, a su novio. Dios será todopoderoso, compasivo y celestial, Dios todo lo sabe, todo lo entiende y todo lo escucha, pero si hay algo que no tolera es que sus seguidoras anden con novio.“Aunque había dejado a mi novio, en la iglesia me enamoraba de todos: profesores, curas”, recuerda la ex hermana, hoy con 60 años. “Así que me vivía confesando”.Ya con los hábitos puestos, Rollan viajó a Buenos Aires, al Chaco y a Roma, donde estudió Teología en el Vaticano en 1978. Pero allí comenzaría el principio del fin del nudo. “El viaje a Europa me abrió la cabeza y cuando volví sentí que ya no era la misma; después me enteré de que a otras compañeras les había pasado lo mismo”, dice Stella, hoy viuda y con una hija de 21 años. “Sentí que lo que hacíamos desde la iglesia ya no era más lo que necesitaban los jóvenes. Me parecía poco. Me involucré con el mundo del teatro. Sentí que Dios me quería fuera de la congregación.”Cuando Rollan decidió colgar los hábitos en el María Auxiliadora de Rosario —una decisión meditada durante tres años—, no hubo un gran escándalo.Los medios no le dedicaron ni una línea a su alejamiento.Cuando la hermana Stella Maris decidió dejar la iglesia atrás, hubo apenas un pequeño chasquido, el equivalente a cortar el nudo con unas tijeras. “Había compañeras que se iban de vacaciones y no volvían. Mandaban la caja con los hábitos junto a una carta y nada más. Otras anduvieron con amores. En la época mía, se fueron cinco. Y éramos quince. Eso sí, yo hice todo como se debía. Es decir, no me escapé. Daba clases y me despedí de mis alumnos y mis compañeras. La puse sobre aviso a la Madre General y ella mandó una carta al Papa. Y el Papa la respondió”.

—¿Qué decía la carta del Papa?—

Que mis votos quedaban sin efecto. Volví a ser una mujer como todas.

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