lunes, 21 de septiembre de 2009

MEJOR HABLAR DE CIERTAS COSAS


Militancia post noventa, criminalización, "tribus urbanas", gatillo fácil y pobreza, son algunos de los temas sobre los que consultamos a jóvenes de la ciudad, militantes de los barrios castigados de Rosario. En este informe ellos tienen mucho para decir, aunque la sociedad siga mirando para otro lado.


Manuel López integró el grupo La Vagancia de barrio Ludueña. Militó junto a Pocho Lepratti, de quién, probablemente, aprendió el significado de la palabra militancia. Creció entre las desesperanzas y la muerte cotidiana de los pibes del barrio. También vio cómo los sueños de algunos de ellos fueron latiendo a la par de otros que quedaron inconclusos.


Manuel es un pibe, un “joven” adulto que hoy milita desde otros espacios y resiste entre las burocracias estatales y la necesidad de seguir apostando a los proyectos de inclusión para los adolescentes de los barrios más olvidados de Rosario. Tiene un recorrido hecho entre las calles de Ludueña, como él dice, su casa, su hogar, el lugar dónde se siente cómodo. Allí, siempre que puede, vuelve para dar una mano en las actividades que organiza el
Bodegón Cultural Casa de Pocho.

Con una cadencia suave y pausada, Manuel le pone palabras a la difícil realidad que viven y sobrellevan los pibes condenados a la miseria. Opina, pregunta, afirma, reflexiona. Deja algunos interrogantes para que la sociedad se repregunte a sí misma qué está haciendo con los jóvenes, sobretodo, con aquellos a los que el sistema les robó obscenamente su proyecto de vida. “Me parece que lo que falta es salir, por lo menos todas las semanas, a tocar el timbre a una casa y ver qué te dice esa vecina, salir de lo que vos te crees que existe en el mundo y que a lo mejor no es lo que vos estás pensando.” Salir a la calle, acercarse a los jóvenes que se juntan en las esquinas o en las plazas del barrio. Dejar preguntas y volver a preguntar. “Nos juntábamos a comer y a partir de allí podían organizarse otras cosas: desde ir a la Florida en verano y ver cómo íbamos, caminando, en bici, en colectivo. La reunión era la comida y, a partir de ese espacio informal, se podía ir generando cierta organización”, recuerda Manuel.


Así fue como La Vagancia se constituyó en un espacio de militancia y resistencia para los muchos pibes de Ludueña que formaron parte, “un espacio de escucha” donde la excusa era la comida para luego disparar en charlas, lecturas o música.


“Pocho trabajaba mucho esta cuestión. Cuando lo asesinan él estaba saliendo a otras organizaciones a dar una mano con el espacio de jóvenes. Y él siempre planteaba esto de necesitar un cierto espacio de libertad para trabajar con los chicos.” Para Manuel López es fundamental apostar a los “espacios de libertad” al momento de organizar actividades y proyectos para los pibes, así como es necesario también, “volver a recuperar la esquina”. ¿Por qué tanto miedo?, se pregunta. “A los pibes que se juntan ahí nosotros no tenemos ninguna idea para alcanzarles, a lo sumo la vecina del barrio llama a la policía para que se los lleve.”


Militancia


“Decíamos con Pocho, el ser joven es un momento de crisis, pero eso está todo bien siempre y cuando la sociedad funcione medianamente en cierto carril. Es una crisis el ser joven y es una crisis el ser social”, reflexiona Manuel al momento de trazar una continuidad entre las militancias de los jóvenes de los 70 y los pibes paridos por los 90. “Lo que cambia es lo que uno le va poniendo a las ideas de militancia, compromiso, el concepto, la idea, a lo que uno se aferra. Antes, se dejaba a la familia para ir a los barrios”. Ahora, los trabajos de voluntariado se realizan en los tiempos libres. “Los militantes del 70 estaban convencidos del hombre nuevo, lo de los 80 venían con la idea de recuperar y defender la democracia, recuperar los espacios participativos y había una apuesta a eso, en los 90 fue la resistencia a Menem y en el 2000 ¿qué está haciendo?”


“Tribus urbanas”


Para Manuel “habría que ver por qué hoy los medios toman este concepto y los encasillan a todos. Quizás, no sean más que la barra de la esquina de los 80 y los jóvenes y la moda de ahora. Me parece que lo de las tribus urbanas es un temor a lo desconocido y que está asociado por los medios a la cuestión de la violencia. Pero habría que preguntarse cuán violentos somos como sociedad cuando el pibe está en su casa y no puede ir a la escuela, no puede acceder al consumo que se le ofrece como si estuviera al alcance de su mano. Eso es mentira, porque para acceder o tenés que trabajar o sino tenés que ver con qué medio lo obtenés.”


Para el psicoanalista Martín Raffo “la diversidad siempre existió. Antes eran los hippis, los metaleros, los punks. Es sana la diferencia, pero es importante diferenciarla de la mera segregación de clases donde se es “esto o aquello”. El emo no nació emo, eligió serlo y por lo tanto debe sostener todo lo que ser emo requiere, tiene que cumplir con determinadas prácticas que autentifiquen su pertenencia”. Por ello, opina Manuel que “hoy para ser emo necesitas tener determinadas características que normalmente las tenés que adquirir en el mercado”. Así entra en juego la perversidad del sistema y la voracidad de un mercado que impone determinadas modas para los jóvenes. Según Raffo “es hora de cuestionarse (aunque sea un instante) qué tenemos para ofrecer a éstos jóvenes que están ávidos por formar una identidad que les signifique una herramienta lo suficientemente sólida para habitar la vida.”


Los 90 en Ludueña


“Ludueña era básicamente un barrio obrero. En los 90 la gente se quedó en la calle y tuvo que salir a hacer chipa, torta frita, torta asada. Y casas donde la mujer sostenía el hogar haciendo limpieza o cuidando pibes, ya no estaba, entonces la madre trabajaba dos días por semana y no alcanzaba”, cuenta Manuel a enREDando. Los 90 golpearon con dureza el núcleo de los hogares más humildes de Rosario. Precarización laboral, masiva desocupación, cierre de fábricas y represión policial fueron algunos de los golpes certeros que propinó el modelo neoliberal. “En los 90 fue terrible, empezó a surgir fuertemente la cuestión de la droga organizada, del narco, del gatillo fácil. En los 90 vos sabías que podías terminar con un tiro en el cuerpo.”


Hoy transitamos el 2009. Para Manuel, ahora los jóvenes son “demonizados” por el sistema. Acusados de “peligrosos”, son victimizados por la sociedad y el Estado. “Son los que nos molestan en los semáforos para decirnos que quieren y saben trabajar, a nosotros que los marcamos como vagos a ellos y como explotadores a sus padres. Son los que nos impresionan en los contenedores buscando residuos de comida porque tienen hambre, mientras nosotros los excluimos como sucios. Son los que llenan los bares, se asoman a los bares, se acercan a nuestras fiestas para ver si “ligan algo” y a quienes nosotros queremos encerrar como molestos, y ahora como muy peligrosos”, escribieron los chicos de Ludueña, en el primer número de la revista que ellos mismos editan
“Tierra de alguien” .

Criminalización


“La respuesta que dan es bajar la edad de imputabilidad”, sentencia Manuel. “Desde el Estado no hay que esperar nada porque termina encasillando a los jóvenes en programas donde hay que cumplir con determinados requisitos para participar en determinado espacio. Y me parece que la dinámica de los jóvenes es la movilidad permanente. Cuando vas al barrio, lo que planeaste desde un escritorio no existe. Terminas tratando de limar al joven para que se encasille en ese programa y en realidad el pibe va a seguir viviendo dónde vive y cómo vive. Lo que hay que ver es cómo generamos espacios de militancia para ir al barrio y ver qué surge en el momento.”


Manuel López, quien actualmente coordina y participa de espacios donde se trabaja junto a adolescentes, sostiene que es necesario volver a salir a la calle y escuchar lo mucho que los pibes tienen para decir. Por ello, no cree demasiado en los “programas” armados por el Estado o ciertas organizaciones, donde los chicos “ingresan por la ventana y no por la puerta”.


El problema, como afirma Manuel, es que “no estamos acostumbrados a trabajar en la intemperie, con carpas en el desierto. Necesitamos levantar carpas, no edificios. Desde el Estado vienen con programas como el de Voluntariado, que es cómo levantar un edificio sobre la arena que se esta moviendo continuamente. Me parece que las respuestas deberían ser más micro, más puntuales, en determinados lugares, con determinada gente.”


Una contundente expresión de deseo y acción moviliza a Manuel a levantar las mochilas de las que habla. Sin embargo, muchas veces se topa con la difícil tarea de “levantar carpas” frente a la inacción de los organismos estatales. “Uno llega a un barrio con la mochila llena de cosas pero, seguramente, va a tener que tirar esa mochila e inventar otra en el momento. Pero eso, ¿quiénes lo hacen?, ¿cómo lo hacen? Normalmente te cansás por la burocracia del Estado.”


Inclusión para los jóvenes


Muchos son los disparadores a los que apunta Manuel en la entrevista. ¿Qué hacemos cómo sociedad para incluir a los jóvenes? Probablemente, muy poco. Por ello, el espacio organizativo se vuelve casi indispensable. “Mi apuesta es a tratar aportar a organización. Sin una organización que te esté sosteniendo es imposible poder estar activando cosas.


Deberíamos ir buscando los espacios donde los jóvenes hacen otras cosas, desde los secundarios, los centros de estudiantes, las universidades, desde los centros comunitarios, donde hay jóvenes de los propios barrios que están organizados”. Ejemplo de ello, son los pibes de Mendoza y el Arroyo Ludueña que sostienen el espacio de formación popular “Los pinchitos”, los chicos de Ludueña que editan la revista “Tierra de alguien” o los pibes de la Biblioteca Fontanarrosa, entre muchos otros.


Ignorados por el discurso mediático que construye el “binomio jóvenes = delincuencia”, los espacios en los que los pibes sueñan y crean abundan en las periferias, pero hace falta más. “Deberíamos crear espacios donde los jóvenes puedan estar, abiertos y libres. Hay toda una gama de jóvenes que no llegan a acceder a espacios como puede ser la escuela, entonces, ¿qué espacios tienen para ir?” pregunta Manuel López al final de la entrevista.

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