martes, 8 de septiembre de 2009

LA VOZ DEL PROFETA


Por Ricardo Foster



Escuchad esto los que pisoteáis al pobre y queréis suprimir a los humildes de la tierra,diciendo: “¿Cuándo pasará el noviluniopara poder vender el grano,y el sábado para dar salida al trigo,para achicar la medida y aumentar el peso,falsificando balanza de fraude,para comprar por dinero a los débilesy al pobre por un par de sandalias,para vender hasta el salvado de grano?”


Amós, 8: 4-6



1. La voz del profeta Amós resuena desde el fondo milenario de la historia para recordarnos la continuidad, entre nosotros, de la injusticia y de la desigualdad. Su voz es potente y ruge contra quienes pisotean al pobre, contra aquellos que sólo buscan su propio beneficio sin importarles nada de los otros. Es la voz de un escándalo no resuelto desde aquellos días bíblicos; pero también es la voz, y no sólo la de Amós (también está la de Isaías y la de todos aquellos rebeldes que a lo largo de la historia dijeron no a la pobreza, a la opresión y a la desigualdad) para recordarnos la continua violencia que se ejerce sobre los desposeídos. Son las voces de Espartaco, de Thomas Münzer y de Túpac Amaru alzando a los esclavos contra sus amos, a los campesinos contra los señores feudales y a los pueblos indígenas contra el español.


Son las voces quebradas de obispos y sacerdotes de una Iglesia, que no parece ser la actual, que eligió el camino de los pobres y de su liberación.No hace falta recorrer con lupa el Antiguo Testamento, ni tampoco los Evangelios ni los hechos de los apóstoles, para encontrar muchas citas como esta en la que lo verdaderamente escandaloso es que unos pocos se queden con toda la riqueza mientras los innumerables de la historia siguen padeciendo hambre e injusticia. Para el profeta la violencia viene de aquellos que quieren “suprimir a los humildes de la tierra”, aquellos que sólo piensan en su interés y que no cejan en lograrlo aunque sea a costa del engaño, la humillación y el sometimiento. Es la crónica de una historia demasiado conocida que, sin embargo, ya no parece tener la misma significación para los actuales lectores de la Biblia, en especial si responden a la visión dominante en la Iglesia y en otros espacios surcados por el poder y por las nuevas formas del sentido común. Otro, seguramente, fue el Libro que leyeron el obispo Angelelli o el obispo Romero; otro el evangelio de los sacerdotes palotinos o de Carlos Mugica.Lo que escandaliza al profeta es la opresión. Al papa Benedicto XVI, como si se expresara en espejo, es decir, invirtiendo los términos, lo que le resulta un “escándalo es la pobreza”, ella sola, como caída del cielo, eterna, inmodificable. Ni una palabra, por parte de quien conoce muy bien el peso de las palabras, la potencia de una retórica que se ha probado a lo largo de los siglos, que pueda relacionar la pobreza con la injusticia, la pobreza con la desigualdad y, mucho menos, la pobreza con un sistema económico que no hace más que perpetuarla y reproducirla exponencialmente mientras sigue generando un proceso de concentración de la riqueza como nunca antes conoció la humanidad (ni siquiera en los días de los profetas ni en los de Jesús, ni en la época medieval, tiempo de señores feudales y de siervos de la gleba, en la que la Iglesia católica alcanzó la cima de su poderío). Rituales de la condena que se vuelven rituales vacíos, fórmulas que apenas si sirven para aliviar las conciencias de quienes se ocupan de multiplicar las condiciones económico-sociales causantes de esa misma pobreza de la que se escandalizan. Queda siempre el expediente de la filantropía como instrumento para ganarse un lugar el día de la salvación de las almas caritativas.


2. Pero el arte milenario de la retórica, de esa capacidad para transformar las palabras en símbolos y en relatos cargados de potencia, se corresponde, en la recepción que entre nosotros hicieron tanto los medios de comunicación, los jerarcas de la Iglesia y los opositores políticos, con el prolijo ocultamiento de las responsabilidades para sólo volcarlas sobre un gobierno al que se le achacan todos los males. No deja de ser paradójico que sea un gobierno que ha intentado, con desigual suerte pero modificando décadas de dominio arrasador de la ideología neoliberal, restituir la lógica de los derechos de los trabajadores frente a la omnipotencia discrecional de los dueños del capital, esos mismos que festejan las palabras del Papa y nos recuerdan, con hipócrita contrición, que la pobreza es un escándalo. Que sea, ese gobierno, brutalmente acosado por ese mismo poder que se deja acariciar por la maestría retórica de nuestro cardenal primado, un hombre que sabe de las virtudes del oficio y que nunca deja de elegir las palabras adecuadas, aquellas que borran prolijamente las causas de la injusticia para ofrecernos la imagen de una realidad provocada por un gobierno ciego, ineficiente y corrupto que, por esas extrañas casualidades de la historia nacional, se ha enfrentado con las corporaciones económicas alrededor, justamente, de la cuestión de la renta y de su distribución. Pero no, eso no es cierto, nada se hizo para desplegar un proceso de redistribución de la renta, ni se intentó tocar ningún interés que afectara a las grandes corporaciones agro-mediáticas. Se trató, eso repiten algunos ilustres periodistas y ciertos políticos progresistas, de una mera impostura.Pero claro, para la sabia retórica de nuestros filántropos no existe ninguna relación entre la pobreza y la apropiación desigual de la renta.


Esas son ideas del demonio encarnado en las retenciones y en la fallida resolución 125. Extrañas circunstancias que nos muestran cómo aquellos mismos que defienden con uñas y dientes su renta extraordinaria se ofrecen, al mismo tiempo, como heraldos de esos mismos pobres a los que no han dejado de someter y explotar a lo largo de nuestra historia. Pero claro, los relatos de los últimos tiempos desplegados desde la corporación mediática, se han encargado de mostrarnos que finalmente el lobo pastorea con las ovejas, y el patrón de estancia se entrelaza solidariamente con sus peones. Y todo eso salpicado con agua bendita.


¿Qué diría de esta nueva bucólica campestre el profeta Isaías? ¿Qué diría de este entusiasmo filantrópico el Concilio Vaticano II que abrió las compuertas de la teología de la liberación? Voces, distintas, variadas y contradictorias de aquello que encuentra su extraño punto de partida en el Sermón de la montaña cuando Jesús anunció que de los pobres de espíritu sería el Reino de los cielos. ¿De qué pobres hablaba? Un par de milenios no han servido para resolver el misterio de esas palabras, aunque los poderosos de ayer y de hoy prefieren convertir aquel mensaje en un mero juego espiritual, en un viaje del alma pura e inocente.


Nada de pobres concretos, de rebeliones y de demandas. Eso son cosas del Diablo no de Dios.Desde el púlpito de una iglesia en la Paternal, desde los salones fastuosos del Vaticano, desde el palco de honor de la Sociedad Rural y desde micrófonos radiales, cámaras televisivas y páginas de los principales diarios se repite que “la pobreza es un escándalo” mientras se silencia quiénes, cómo y por qué la producen. Para ellos se trata de la manipulación del Indec que oculta el verdadero número de pobres en el país. Es una cuestión de estadísticas que han acabado por horadar la confianza de la opinión pública en un gobierno que no ha hecho otra cosa, eso repiten con insistencia digna de mejor causa, que multiplicar la pobreza. Nunca una palabra para establecer la relación entre la pobreza y la riqueza, entre un sistema de opresión e injusticia y la continuidad de la miseria. Jamás un intento por vincular al capitalismo, en especial en su actualidad especulativo-financiera, con una concentración inverosímil de la riqueza en cada vez menos manos mientras prolifera la desigualdad. No hay palabras para denunciar a los dueños de la tierra que buscan quedarse con la totalidad de la renta vaciando las arcas del Estado mientras proclaman a los cuatro vientos que ellos, caritativamente, se encargarán de pagarles los sueldos a maestros y médicos desplazando al Estado, verdadera máquina infernal, de aquello de lo que no debiera ocuparse. Ellos, los ricos, los cardenales, los periodistas exitosos, los empresarios virtuosos, se harán cargo de las colectas, le abrirán de par en par las puertas a la campaña nacional de Cáritas que, ahora sí, vendrá a hacer lo que el Estado no sabe ni puede hacer. Soja más filantropía, ese es el ideal de la pastoral restauradora en la Argentina. ¿Qué palabras usaría el profeta Amós para explicar tanta dadivosidad?

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