martes, 15 de septiembre de 2009

LA REVOLUCIÓN LIBERTADORA, CAE PERÓN.


Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia; una historia "del otro lado", en la que el espanto vale apenas uno y cinco el amor.Conscientes de que "la historia la escriben los que ganan", los epígonos de las fuerzas cívico-militares sediciosas que derrocaron al gobierno legítimo del General Perón en septiembre de 1955 han impuesto, en el campo histórico, que, para ser considerado "objetivo", se requiere la condición sine qua non de manifestarse antiperonista (se admite cierta moderación, es cierto, y hasta la segmentación de aspectos parciales, pero no la inconsecuencia a lo esencial del principio).Para todas las miradas que se dirigen hacia el período "de la tiranía", cualquier otra alternativa o resquicio implica el abandono de la "ciencia objetiva" y el desbarrancamiento hacia una especie académicamente despreciable: la "literatura de combate o militante" o la mera "retórica populista", en el mejor de los casos.Como me considero heterodoxo y no practico –consciente de las consecuencias– ese dogma, que es uno de los pilares que sustentan y connota decisivamente el discreto encanto de la burguesía académica, habré de referirme a aquellas jornadas de hace medio siglo, situado voluntaria (y provocativamente) del otro lado del mostrador.Lo haré partiendo de una de las falsificaciones más groseras del "pensamiento objetivo": el mítico "cinco por uno", nacido al calor de aquellos enfrentamientos del ‘55 y transformado por la intelligentzia en símbolo indubitable de la barbarie y de la violencia peronista.Es verdad que fue Perón, desde los balcones de la Casa de Gobierno, quien, el 31 de agosto de 1955, dijera: "Por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de los de ellos".


Todos lo saben y lo repiten hasta el hartazgo (y muchos ya sin saber de qué se trataba). En fin, de allí salió el "cinco por uno, no va a quedar ninguno". Pero pocos han sido capaces de percibir (o se han preocupado por hacerlo notar, si lo percibieron) que, más allá del enunciado de la frase (real y sólo justificado en las circunstancias en que fue pronunciado), el contenido fue puesto en práctica y brutalmente ejecutado en contra de los sectores populares.


A nadie parece preocuparle eso. Será porque, contrario sensu, para la "objetividad científica" siempre "es mejor decir que hacer y prometer que realizar".En definitiva, como le dijo Jauretche, siempre lúcido, al General: "Por cada uno de ellos que cae, terminan cayendo cinco de los nuestros". Así fue, en lo que hacía a la vida de los hombres y también en lo simbólico. Veámoslo aplicado a las cosas del sentir, como el espanto y el amor.Espanto uno. 16 de junio de 1955. Cuando los aviones navales (copiloteados por civiles) bombardearon la Plaza de Mayo, murieron 350 personas, según La Nación; o 360, según Arthur P. Whitaker, cuyas continuas referencias en su obra al "tirano" garantizan su "neutralidad valorativa" (fuentes citadas, estas dos, con el objeto de no irritar nuevamente la mirada académica del doctor Isidoro J. Ruiz Moreno); o más de 400, según investigaciones recientes, pero carentes, naturalmente, de "objetividad".Espanto dos. Las jornadas del 16 al 20 de septiembre de 1955.


Los días de la autodenominada "revolución libertadora" (que, poco importa, no fuera ni una cosa ni la otra para la mayoría de los argentinos), durante cuyo transcurso, según sus panegiristas, las víctimas producidas fueron irrelevantes y quedaron en un discretísimo segundo plano. Mientras tanto, hordas de "gente bien" arrasaban locales peronistas incendiándolos (no eran, claro, el Jockey Club) y destruyendo todo símbolo del "régimen depuesto". Por ejemplo, en la saqueada Fundación Evita, quemaban con fruición "democrática" miles de frazadas porque tenían impreso el escudo peronista. "¡Ahora que los negros se caguen de frío!", aullaban los incendiarios. ¡Qué difícil evaluar ese gesto con objetividad!Espanto tres. El 5 de marzo de 1956 se sanciona el decreto-ley 4161 (encabezado por las firmas de Aramburu y Rojas) que "prohíbe la difusión de una posición y doctrina política que ofende al sentimiento democrático del pueblo argentino". Se refería al peronismo (que en la última elección de 1954 había obtenido el 62 por ciento de los votos y 18 años después de una permanente proscripción y persecución repetía ese porcentaje), e imponía prisión de 30 días a seis años a quienes utilizaran con fines de afirmación ideológica o de propaganda armas tan peligrosas como "imágenes, símbolos, signos, expresiones significativas, doctrinas, artículos y obras artísticas (...) pertenecientes o empleados por los individuos representativos u organismos del peronismo". Para que lo entiendan todos: si alguien decía "¡Viva Perón!", iba preso; en cambio, si decía "¡Muera Perón!" era democrático. ¡Qué modo original de concebir la democracia!Espanto cuatro. La proclama del 27 de abril de 1956, suscripta por el presidente (Aramburu), el vicepresidente (Rojas) y los ministros del gobierno de facto, deroga por bando militar la reforma constitucional de 1949 y declara vigente la Constitución nacional sancionada en 1853. Eso sí, en el artículo 2º se aclara que "el gobierno provisional de la Nación ajustará su acción a la Constitución que se declara vigente por el art. 1º en tanto y en cuanto no se oponga a los fines de la Revolución, enunciados en las directivas básicas del 7 de diciembre de 1955 y a las necesidades de la organización y conservación del gobierno provisional". Situados en el mundo del revés, se llamaba tirano a quien votaba la mayoría del pueblo y a esta contrarrevolución se la denominaba "revolución" (y, además, "libertadora"). Así, era lógico que la democracia fuera descaradamente antidemocrática.Espanto cinco. En la madrugada del 10 de junio de 1956, los jefes de la dictadura militar (Aramburu y Rojas) firmaron el decreto 10.364 que establecía la ley marcial e imponía la pena de fusilamiento a los civiles y militares que se habían alzado el día anterior contra el poder que detentaban (esto debía estar relacionado con "las necesidades de organización y conservación del gobierno provisional", porque la Constitución declarada vigente por ellos lo prohibía). En un extraordinario artilugio jurídico, lo aplicaron retroactivamente. Por ese decreto, entre el 9 y el 12 de junio, hubo fusilamientos en Campo de Mayo, Lanús, La Plata y en la vieja Penitenciaria Nacional de la avenida Las Heras. Como consecuencia de su aplicación anticonstitucional fueron ejecutados 31 hombres, entre civiles y militares peronistas. Ellos fueron: Juan José Valle, Alcibíades Cortinez, Ricardo Ibazeta, José Irigoyen, Oscar Cogorno, Dardo Cano, Eloy Caro, Jorge Costales, Jorge Noriega, Néstor Videla, Juan Abadie, Osvaldo Abedro, Mario Brion, Nicolás Carranza, Francisco Garibotti, Carlos Lizaso, Dante Lugo, Miguel Mauriño, Carlos Irigoyen, Vicente Rodríguez, Clemente Ross, Norberto Ross, Ramón Videla, Miguel Paolini, Rolando Zanetta, Ernesto Garecca, Isauro Costa, Luis Puchetti, Hugo Quiroga, Luciano Rojas y Miguel J. Rodríguez. Fin del espanto. ¿Para qué más?Amor uno. 12 de junio de 1956. Antes de que lo fusilaran, el general Juan José Valle dejó una carta dirigida a su fusilador. "Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado. (...) Entre mi suerte y la de ustedes, me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. (...) Es asombroso que ustedes, los más beneficiados por el régimen, y sus más fervorosos aduladores, hagan gala ahora de una crueldad de la que no hay memoria. Nosotros defendemos al pueblo, al que ustedes están imponiéndole el libertinaje de una minoría oligárquica, en pugna con la verdadera libertad de la mayoría (...). Como cristiano me presento ante Dios, que murió ajusticiado, perdonando a mis asesinos; y como argentino, derramo mi sangre por la causa del pueblo humilde, por la justicia y la libertad de todos y no sólo de las minorías privilegiadas (...).Conclusión: si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia; una historia "del otro lado", en la que el espanto vale apenas uno y cinco el amor. En las cosas del sentir (y del escribir) yo también "entre mi suerte y la de ustedes, me quedo con la mía". Quien quiera oír, que oiga.

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